Uno de mis mejores recuerdos de Cannes sucedió en 2005, cuando volvía de noche al hotel, supongo que desde la Quincena. En el Palais acababa de terminar el pase de gala de Last Days y al pasar por delante de la entrada me crucé primero con Jim Jarmusch y poco después con Gus van Sant. En la alfombra roja sonaba en ese momento “Venus in Furs” y todo lo que significa Cannes para mí está asociado desde entonces a esa canción de Velvet Underground. El documental de Todd Haynes, The Velvet Underground (Fuera de competencia) no logrará hacerse con ese espacio en mi memoria, lo tengo muy claro. Se trata de una película demasiado contradictoria, desde su misma génesis, por lo que creo que Haynes es también muy consciente. Por una lado está el documental de encargo de Apple+, un documental canónico sostenido sobre las entrevistas de archivo o las grabadas ex profeso para la película y que sigue un estricto orden cronológico, desde una antológica aparición de John Cale en la televisión americana interpretando (un fragmento de) una pieza de Satie de 18 horas hasta los consabidos apuntes biográficos finales de todos los miembros de la banda y de aquellos que intervienen con sus voces en la película.
Pero por otro lado tenemos unas de las más exuberantes películas de found footage jamás realizadas. Haynes nos habla de la Velvet, pero sobre todo del contexto artístico neoyorquino en el que surgió: el pictórico, el musical, el literario y el cinematográfico. Jugando muchas veces con la pantalla dividida en dos o tres partes, por The Velvet Underground desfilan las imágenes de Andy Warhol y Jonas Mekas, al fin y al cabo ellos fueron los que filmaron originalmente al grupo, pero también Menken, Brakhage, Clarke, Anger y, entre muchos otros, los collage animados de Stan Vanderbeek, pues en el fondo la película de Haynes es un gigantesco collage, el de la escuela experimental americana de los cincuenta y sesenta. De los intereses de Haynes habla a las claras la estructura, que dedica casi la mitad del metraje a los inicios del grupo o que se desentiende de su trayectoria final tras la marcha de Cale; también la selección de entrevistados, siempre nombres importantes en la carrera de la banda, sin concesiones al rosario de famosos adoradores del grupo (las intervenciones de Jonathan Richman o Mary Woronov resultan impagables, por cierto). Sin embargo, esa polifonía de voces o la estructura cronológica resultan igual de definitorias sobre los compromisos adquiridos con su realización: una película experimental puesta al servicio de un documental biográfico más o menos convencional.
El contexto de The Souvenir II (Quincena de los Realizadores) es bien distinto, el Londres de los años ochenta, sobre todo por la austera forma que tiene Joanna Hogg de retratarlo. Si The Souvenir era una historia de iniciación, un tránsito a la madurez por las bravas, en el que su personaje central, Julie (Honor Swinton-Byrne), experimentaba durante sus años de estudio en la escuela de cine la tragedia de la adicción y muerte de su pareja, Anthony (Tom Burke), la principal novedad en esta segunda parte es su carácter especular. Volvemos una y otra vez a los sucesos de la primera parte por múltiples vías, algunas argumentales (el duelo por la muerte de Anthony), otras metanarrativas, con la realización de la película de graduación de Julie. Como toda secuela que se precie, The Souvenir II acaba por ser un remake de la primera parte, no sé si por partida doble o triple (las distintas versiones de la película de graduación), un complemento muy necesario (algo así como El padrino Parte II con respecto a El padrino).
Las dos películas de Competencia oficial del día de hoy compartían protagonista femenino; por lo demás son dos películas en las antípodas, algo que en principio hasta se agradece. En la noruega Julie (en 12 chapitres) (título francés, no sé si el inglés, The Worst Person in the World, es más fiel al original noruego), asistimos a las tumultuosas relaciones de su protagonista, esa Julie que se deja llevar por sus impulsos. La película de Joachim Trier es como ella, a veces exultante, otras un tanto apagada, siempre necesitada de llamar la atención con sus soluciones narrativas o formales. La típica película que se disfruta en el contexto de un festival, que luego se olvida… hasta que al cabo de unos pocos años se estrena su remake americano. Por el contrario, Lingui, les liens sacrés, del cineasta chadiano Mahamat-Saleh Haroun, es algo así como un Clint Eastwood de los últimos años, despojado y conciso, sin perderse en giros narrativos y fórmulas argumentales de moda. Haroun centra su conflicto en el embarazo de una adolescente que, a diferencia de su madre (soltera), ha decidido abortar, algo que en una sociedad conservadora y religiosa como la de Chad no es precisamente fácil. Pero Lingui no es tanto una película sobre el aborto como sobre una sociedad que impone la visión de los hombres. Cuando visitan al médico y este hace alusión a la multa y la pena de cárcel que comporta, la chica, Maria (Rihane Khalil Alio), le dice a su madre, Amina (Achouackh Abakar Souleymane), que lo deje, que quien les responde es un hombre y que no las entiende. Poco a poco, la amistad entre distintas mujeres logrará una solución, al tiempo que la película, sin abandonar su ascetismo, deriva en una suerte de película de rape and revenge.
© Jaime Pena, 2021 | @jj_pena
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