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FESTIVALES

Les Avant-Premières 2013 – Crítica – Dans la Maison

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Dans la Maison (Francia, 2012)

Dirección y Guión: Francois Ozon. Producción: Eric Altmeyer, Nicolas Altmeyer, Claudie Ossard. Elenco: Fabrice Luchini, Kristin Scott Thomas, Emmanuell Seigner. Duración: 105 minutos.

Crítica previamente publicada con motivo de exhibición en el 60° Festival de San Sebastián:

http://www.asalallenaonline.com.ar/festivales-cine/60d-festival-de-san-sebastia/4466-60o-festival-de-san-sebastian-jornada-3-dans-la-maison-el-artista-y-la-modelo.html

Que a François Ozon es un tipo al que le gustan los juegos es algo que ha quedado sobradamente demostrado a lo largo de su desigual filmografía. Tanto si se trata de experimentar hasta desdibujarlas con las fronteras de los géneros como de desconcertar al espectador con diversos juegos de espejos, Ozon es uno de esos directores que se complace en jugar al despiste: tan pronto ves una obra suya que te parece una maravilla como te resulta absolutamente indiferente e impropia de un tipo de su talento la siguiente. Como si estuvieran hechas por tipos diferentes o por un esquizofrénico brillante que a ratos se olvidara de tomar su medicación.

Por suerte para todos, en San Sebastián nos ha tocado disfrutar del mejor Ozon que hemos tenido en años y acaso el mejor de toda su filmografía. Dans La Maison es una obra brillante que aprovecha con muchísima habilidad un punto de partida no especialmente novedoso: un profesor de literatura descubre entre la pandilla de lerdos adolescentes incapaces de escribir dos frases seguidas inteligibles – al parecer en los institutos de Francia también abundan en estos especímenes y no solo en los nuestros – a un joven singular capaz, con la sola fuerza de sus palabras, de construir una narración absorbente y altamente adictiva sobre su proceso de intrusión, aparentemente real, en la familia típicamente de clase media de uno de sus compañeros de clase, que ejerce sobre el aspirante a escritor una fascinación que tiene mucho que ver con sus propias carencias por un lado y con el deseo que le inspira una Emmanuelle Seigneur convertida aquí en toda una MILF de lo más deseable. Como si se tratara del joven de Teorema – Ozon, consciente del parecido, hasta se permite un gag sobre el tema  – el escritorzuelo en ciernes alimenta el interés de su profesor de literatura (un Fabrice Luchini que no puede estar mejor) y el de su aburrida esposa (Kristin Scott Thomas, tan bien como acostumbra) mientras narra por capítulos esa intrusión en vidas ajenas.

Lo mejor de Dans La Maison no es el planteamiento, que ya de por sí da para bastante juego, sino la forma en la que Ozon construye su relato: consciente del poder de fascinación y evocación que tiene la ficción, ya sea con palabras o imágenes, su película navega de forma continua entre varios planos, con una voz en off omnipresente pero que lejor de perturbar lo más mínimo funciona a la perfección y unos protagonistas que saltan como acróbatas por el interior del relato, entrando y saliendo de él como si de personajes del mismo se trataran… que en el fondo es lo que vienen a ser, hasta culminar un juego entre realidad y ficción de lo más suculento. Ozon trufa su relato de soluciones imaginativas de puesta en escena y lo vitaminiza con un guión inteligentísimo capaz de hacerte reír a carcajadas con el comportamiento obsesivo de sus criaturas, que van de lo profundo a lo ridículo con una facilidad pasmosa.

No hay que dejarse engañar por la aparente, solo aparente, ligereza de la propuesta. Ozon tira con bala y lleva casi a las últimas consecuencias el juego de representación y los distintos intercambios de roles que se van sucediendo en el carrusel del último tramo hasta desembocar en una resolución quizás inesperada pero, como bien argumenta la propia película, la que tenía que ser justo para ese tipo de película. Continuará, si el Jurado lo permite, en el Palmarés.

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Por David Garrido Bazán

“El arte despierta nuestros sentidos de la belleza

El voyeurismo ha sido filmado de manera muy virtuosa numerosas veces, por grandes cineastas. Los ojos hipnotizados de Henry Hill en Buenos Muchachos, mientras observa a los gángsters a través de la persiana de su dormitorio, deseando convertirse en ellos algún día, o los  voyeuristas más recordados: Norman Bates espiando a Marion desvestirse a través de un agujero en la pared; y Jeff con sus binoculares, siguiendo la vida de las personas que habitan el edificio de en frente. Como cinéfilos, somos curiosos por naturaleza y nos obsesiona la imagen, ya sea un fotograma, un plano detalle, la fotogenia de un rostro. Siempre buscamos saciar nuestra sed por contemplar una parte en la vida de los personajes.  Y eso es lo que nos permite el cine; espiar como si lo hiciéramos a través de una ranura en las vidas ajenas. Esto es lo que hace el personaje de Claude (Ernst Umhauer) pero de manera extrema: vivir las vidas ajenas como propias. Cuando comienza a escribir sobre la vida de su amigo Rapha -al que ayuda en matemática- y su familia, lo que empieza como una tarea para entregar a su profesor de literatura, se va transformando en algo cada vez más oscuro y retorcido, que obsesiona tanto al profesor  como al espectador.

El “continuará…” con el que Claude termina su texto, capta la atención de Germain, su profesor, que a partir de ese momento decide ayudarlo horas extras para mejorar su escritura. La fascinación por el relato del alumno es tal, que comienza a compartir cada capítulo con su esposa, Jeanne. A medida que avanza el relato, el matrimonio se encuentra discutiendo sobre él en todos los espacios: en el cine, en la cama, en el living, opinando sobre los personajes, sus sentimientos, sus acciones y cuál será el desenlace de la historia. El póster de Match Point que se encuentra en el cine, sugiere que no terminará bien. Cuando el profesor le lee a su esposa el cuarto capítulo de la historia dentro de la historia, es decir, los relatos de Claude, ella le dice “Te está manipulando”. Eso es lo que hace Claude con Esther-la madre de Rapha, que será el centro de su obsesión y su Edipo-a la cual manipula a través de su discurso de niño abandonado. Claude llega a escribir el suicidio de su amigo, o a irrumpir en la casa de esta familia “perfecta” para estar a solas con Esther, o escuchar conversaciones entre la pareja, e imaginarse acostado en medio de ellos, en la cama matrimonial. Y ahí es donde comienza a desdibujarse la delgada línea entre realidad y ficción, y se acrecienta el clima onírico con apariciones del profesor en la casa. Germain nos da una clase de guión, construcción de personajes, conflictos, estructura narrativa y de puro cine. Le dice a su aprendiz que deje al espectador sacar conclusiones, le enseña a desarrollar un conflicto, a no darle alivio al lector/espectador, sino suspenso. Y eso es lo que hace Ozon con nosotros. Nos manipula de manera que nos obsesionemos con la historia de Claude al punto de no diferenciar qué fue real y qué no. Las escenas oníricas que propone, jamás llegan al absurdo, sino que se divierte jugando con la dicotomía entre lo real y lo fantástico, tanto en el cine como en la literatura, hasta que la propia Jeanne llega a preguntarle a su esposo si ella es un personaje de ficción.

También hay lugar para deslizar el fetiche. Así como Norman Bates se disfrazaba con la ropa de su madre muerta, como también lo hacía Don Jaime en Viridiana pero eran las prendas de su difunta esposa, o un Archivaldo de la Cruz de niño, husmeaba en el ropero de su madre, probándose los zapatos y las ropas, Ozon aquí entrega una gran escena fetichista a lo Buñuel. Claude entra a la casa vacía, de la familia “perfecta”, se dirige a la habitación matrimonial y primero se pone el perfume de Rapha Padre –el gran Denis Ménochet, de Bastardos sin Gloria– y luego se dirige al armario de Esther, donde examina con una mirada obsesiva sus zapatos rojos, y los toca. Así como luego tocará sus pies, con las uñas pintadas de rojo, mientras duerme, de manera casi enfermiza.

Ernst Umhauer es la fotogenia pura.  Con una sensualidad casi retorcida, sus miradas entremezclan morbo, deseo y perturbación.  La cámara se enamora de su rostro angelical y oscuro y por eso su director le dedica la mayor parte de los primeros planos, deteniéndose en él, para que contemplemos el arte de mirar; la manera en que mira a Esther acostada -mientras escribe en su cuaderno la sensación que le produce la suavidad de su piel-, o a Jeanne luego. Ozon juega con todos los tipos de morbo: profesor-alumno, entre Claude y Rapha Hijo, entre Claude y Rapha padre  y constantemente insinúa muy sutilmente la sensación de que puede llegar a existir deseo sexual entre cualquiera de los personajes. Es más, en un momento determinado, luego de leer otra entrega del relato de su alumno, el profesor exclama: “El padre, la madre, el hijo, ¿es Pasolini esto?”

La última escena, en la cual profesor y alumno están sentados en el banco de un parque, observando la cantidad de ventanas del edificio que tienen en frente, es una cita explícita a la película voyeurista por excelencia: La Ventana Indiscreta. A partir de una ventana en la que se encuentran dos mujeres discutiendo, cada uno se imagina  una historia diferente. Germain lo ha perdido todo debido a su obsesión por el relato de su alumno. Su trabajo, su esposa, su casa.  O casi todo, porque mientras haya historias, habrá vida. Como lo dice el último plano, y él mismo a su alumno: “La gente necesita historias, la vida no es nada sin ellas”.

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Por [email protected]

La Ventana Indiscreta

A Francois Ozon, el thriller le sienta bien. Discípulo de Fassbinder, el ex enfant terrible de Les Cahiers Du Cinema, y realizador francés ha logrado sus mejores trabajos combinando suspenso con humor, como fueron los casos de Bajo la Arena, La Piscina e incluso 8 Mujeres, que además, entra en el género musical. En todas ellas – y también en sus dramas – el punto de vista, acaso la verdad indispensable para entender el cine, es esencial a la hora de narrar. Como un punto de vista subjetivo se convierte en objeto de manipulación, para ser más precisos, es lo que más le atrae al director, y en lo que se inspira específicamente Dans la Maison.

La manipulación comienza apenas empezado el film, cuando vemos un colegio y los estudiantes arribando al mismo. ¿Se trata acaso de un drama social acerca del sistema educativo como lo era Entre los Muros, de Laurent Cantet? ¿Ozon ha decidido hacer hincapié en la realidad por primera vez?

Lejos, muy lejos. El protagonista es Germain, un profesor de literatura de colegio secundario que es testigo de la hipocresía y el declive del sistema. La dirección del colegio pide a los alumnos utilizar uniforme. Esto lo exaspera, junto con el hecho de que los estudiantes son cada vez más ignorantes, brutos y escriben peor. Excepto uno, que le llama la atención.

A pesar de ser rebelde, Claude, tiene gran talento para narrar, específicamente situaciones supuestamente cotidianas que vive con un amigo suyo, Rapha, un joven solitario demasiado atado a los padres. Claude entra en la intimidad de Rapha y describe en detalle los conflictos familiares, con una fascinación exasperante, de la que se contagia Germain y él a la vez contagia a su mujer, y por ende, todos al espectador.

De eso se trata, entrar en un cuento voyeurista. Una serie de cajas chinas que giran alrededor de la curiosidad y el morbo por conocer las vidas ajenas en su intimidad. No solamente pasa por un tema de escritura, sino por lo que se está contando y cuando el cuento se pone más pervertido, más excitante es.

El juego que Claude hace con Germain, es el que Ozon hace constantemente con el espectador. Si Germain se pregunta constantemente cuanto es real, cuando debe dejar de leer para no seguir metiéndose en la vida de los Rapha (padre e hijo se llaman igual), esa pregunta llega al espectador. La excusa es una cuestión estética, Claude narra bien. Tan bien y en forma tan atrapante, con la sutileza, elegancia, honestidad, pero a la vez, erotismo con la que narra Ozon. Es imposible no ver, que Claude es un alter ego del director, que además recarga al film con un erotismo fascinante, tensión sexual que trasciende los límites genéricos e incluso le agrega unas sutiles notas de incesto.

Con la ironías que lo caracterizas, el cuidado estético, un uso apropiado de los colores en cada encuadre que es equilibrado, momentos kitsch inclusive, Ozon consigue su obra más redonda e inteligente hasta la fecha. Un juego de manipulaciones repleta de humor negro con interpretaciones realmente extraordinarias, empezando por el gran Fabrice Luchini, que con un toque de ingenuidad y ternura convierte a Germain en el mejor representante de la burguesía intelectual francesa y lo basurea hasta el extremo del patetismo. Brillante es el trabajo del joven Ernst Umhauer como el manipulador Claude, inexpresivo, austero y seductor. La naturalidad de Kristin Scott Thomas, siempre latente es otro plus, y la pareja brutal de Emmanuelle Seigner y Denis Ménochet le otorga erotismo a una propuesta ambigua, que le propone al espectador un juego de identidades – como sucedía en La Piscina – que se superponen, en donde se termina poniendo en duda el verosímil y la realidad, creando una fábula onírica y original, que nunca deja de atrapar, imprevisible y divertida. Al espectador le gusta que lo engañen constantemente y sentirse como un tonto, por eso.

Nuevamente, Ozon toma mucho del mejor Brian DePalma – único capaz, quizás junto a Polanski de hacer una remake angloparlante de esta historia – pero al que de verdad le rinde tributo es a Alfred Hitchcock, sus obsesiones y fetichismo. Y si lo dudan, vean esa maravillosa escena final, cita textual al film por excelencia de Hitchcock, aquel que habla de la mirada y el punto de vista, que explica porque el cine es un arte morboso que aún nos sigue atrayendo y enfrentando con nuestros deseos y perversiones internas. Esa obra que nos muestra que no hay nada que sea tan excitante y erótico como espiar al vecino, y meterse en su vida, a través de los ojos y la imaginación. Eso es el cine.

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