Miércoles 9 de abril.
Llegamos a la mitad del BAFICI. Los responsables del festival, las visitas, los periodistas, el público, todos siguen entusiasmados como desde el primer día, lo que se nota en los pasillos y en el hall de cada sede. Cuando no se ven películas, se charla sobre películas, se recomiendan (o no), se sienten, se respiran. Un verdadero clima festivalero.
Varios de los films –sobre todo los de competencias oficiales- son presentados por sus mismos realizadores, lo que le permite al público tener contacto directo con los responsables y, al final las proyecciones, hacer preguntas sobre lo que acaban de ver y también saludarlos a la salida.
Queda la segunda mitad del BAFICI, queda mucho cine por ver.
Sarah Préfère la Course, de Chloé Robichaud (Canadá, 2013, Competencia Internacional), por Emiliano Román
Las chicas en la línea de largada, la cámara se acerca tímidamente a una de ellas, que pasa desapercibido, no es tan llamativa como las otras. Sarah es poco extrovertida, poco graciosa, poco femenina y de pocas palabras. Sarah no prefiere correr, es lo único que le interesa en la vida, no existen otras opciones. Por cuestiones económicas, no puede ir a entrenar a la Universidad, es ahí donde aparece su apuesto amigo que le ofrece irse a vivir juntos Montreal, y casarse, ya que con este estado civil recibirían un subsidio para estudiar.
La historia no deviene en algo romántico, sino que en un drama centrado en la joven, tan inhibida para tantas cosas, pero con tantas condiciones para el atletismo. Con impecable pulso narrativo, la realizadora nos va ofreciendo un relato indie que no decae en ningún momento. Los conflictos se van abriendo, y el film es mucho que una joven que lucha por sus sueños. El deseo sexual comienza a aparecer, lo suficiente como para perturbarla e incomodarle, el cuerpo también, cuestiones físicas asociadas a lo genético y al exigente entrenamiento, comienzan a dejar marcas.
Con un ritmo pausado pero impecable, estamos frente a una historia logradamente contada, que se construye pacientemente y desarrolla ágilmente las problemáticas subjetivas del personaje, sus vínculos, deseos, miedos, ideales y obstáculos, propios y ajenos, como la vida misma.
Historia del Miedo, de Benjamín Naishtat (Argentina, 2014 – Competencia Argentina), por M.O.
El título de esta película hace referencia al miedo que vive la sociedad actual. El miedo de la clase alta a la clase baja… y viceversa.
Por un lado, la familia que reside en un country, donde el basural que se amontona en las afueras comienza a molestar por su pestilencia. Por otro, la madre, el hijo y su novia, los tres de condición humilde, que deben trabajar para ellos. Dos mundos que conviven de manera armoniosa… hasta que la situación se volverá complicada, siniestra.
Benjamín Naishtat logra crear climas de tensión y de suspenso, en donde parece que todo va a explotar de un momento a otro, como en todo estupendo thriller psicológico. Según algunos detalles, como máscaras, da la sensación de que todo desembocará en una versión argentina (y más alegórica) de films como Los Extraños, Cacería Macabra y La Noche de la Expiación, donde la violencia irracional se hace incontenible. O, al menos, hacían pensar en la aparición de al menos un único hecho violento.
Sin embargo, la película se queda en un amague constante, ya que nunca da el paso más para mostrarnos el horror puro y duro. Seguramente esa fue la intención del director, no caer en estallidos de locura que pudieran arruinar la construcción de esas atmósferas tan tenebrosas, pero igual sigue quedándose en el molde.
Más allá de este detalle crucial, queda claro que Naishtat es un director a tener en cuenta.
Iranian, de Mehran Tamadov (Francia, 2014, Competencia Internacional), por E.R.
Un documental tan experimental, como riesgoso. Dos años, le tomó a su director, residente en Francia, ateo y opositor, poder reunir a cuatro defensores del islam y del estado iraní, en una misma casa por dos días, para compartir un espacio en común, debatir ideas, y plasmar esta vivencia en una película.
Los riesgos eran evidentes, nadie quería hacerlo, pero finalmente lo logró, y así asistimos a una puesta en común entre estos cuatro islámicos y el ateo cineasta. Los temas que circulan son varios, desde el uso del velo en las mujeres, hasta el aborto, y el tipo de sociedad ideal. Lo interesante es que son retóricamente brillantes, en especial uno de ellos que sostiene con convicción dialéctica, carisma y humor su posición religiosa y política, hasta a veces puede resultar convincente, por más que uno no esté de acuerdo.
Juntos a los ricos debates, se observan detalles de convivencia y el experimento de sociedad secular que quería realizar el director. En un mismo ambiente, mientas ellos cuatro rezan, el está con su computadora, las mujeres apartadas. Temas religiosos, políticos y sexuales salen a la luz, es evidente como a todos lo pulsional les genera un ruido que es necesario acallar. Las flaquezas e inconsistencias de la sociedad islámica, pero también las de occidente, salen a la luz. Lo interesante es que todo esto fue desarrollado desde la pluralidad y el respeto.
Film imprescindible para aquel que le interese abrir los horizontes y cuestionar ciertas ideas y prejuicios que tiene con culturas tan lejanas y ajenas a la nuestra.
Manakanama, de Stephanie Spray y Pacho Velez (Estados Unidos, Nepal, 2013, Vanguardia y Género), por Elena Marina D’Aquila
Lo que propone contemplar este documental de observación durante 118 minutos son los viajes de ida y vuelta en teleférico de varias personas -y cabras- que realizan una y otra vez el mismo recorrido. Esto es mostrado en un único plano fijo, que permite ver a las diferentes personas o animales que atraviesan esa pequeña porción de paisaje que estamos obligados a ver hasta el final de la película una y otra vez. En los viajes de ida y vuelta, cada 8 minutos aproximadamente suben y bajan diferentes personas, que representan diferentes culturas. A veces interactúan entre sí –con comentarios para nada relevantes- y otras, lo que hay es silencio, mientras se escuchan los sonidos del cablecarril.
Es un ejercicio que agota la paciencia de cualquiera, porque no requiere de nuestra capacidad de observación o de una sensibilidad determinada, sino que al estar presos en un invariable tipo de plano, tenemos una visión extremadamente limitada, que luego de verla varias veces sin proponer nada distinto, se agota. Aunque algunos de los pasajeros que abordan el teleférico describan lo que los rodea y el templo que visitaron, nunca accedemos a verlo, por lo tanto no existe una sensación compartida o algún tipo de efecto, ni tolerancia que pueda soportarlo.
Living Stars, de Mariano Cohn y Gastón Duprat (Argentina, 2014 – Vanguardia y género), por Martín Chiavarino
Uno tras otro, hombres y mujeres con ansias de expresarse y mostrar su talento bailan ante una cámara fija que los observa sin juzgarlos, ofreciéndolos a espectador como estrellas esperando brillar.
Los distintos bailes se suceden destacándose los dos primeros, aburriendo y generando desidia a partir de la extenuante repetición de estilos de música y danzas de entusiastas y simpáticos aficionados.
La idea tras la obra es la publicidad en el cine del proyecto de democratización de la pantalla denominado Televisión Abierta, un proyecto loable cuyo fin es comunicar a partir de crear canales de expresión por fuera de las corporaciones mediáticas.
El problema del documental radica en este mismo punto ya que como conjunto la idea de presentar las expresiones de las personas desde los estilos de baile amateur e improvisado carece de interés y genera apatía por un proyecto destinado a la televisión.
El Futuro, de Luis López Carrasco (España, 2013 – Competencia Internacional), por M.Ch.
España tenía un futuro incierto a principios de los años ochenta. La dimisión de Adolfo Suárez parecía que había terminado con la ilusión de una coalición de partidos dejando un vacío de poder que animó el intento de Golpe de Estado del coronel franquista Antonio Tejero. Tras las habilidosas y rápidas maniobras de Felipe González para que el Partido Socialista Obrero Español abandone su retórica e ideología materialista histórica y marxista siguiendo el camino del partido Socialista Alemán y el francés, logró convertirse en líder del partido y en presidente una vez realizadas las elecciones de 1982 que le dieron el triunfo al PSOE.
Para festejar la victoria, o tan solo coincidiendo con la fecha, una ruidosa fiesta con música pop española tiene lugar en España. Charlas banales se mezclan con discusiones políticas diletantes con las letras de las ignotas canciones como pared de sonido mientras mujeres con exceso de maquillaje y hombres con peinados extravagantes bailan y se divierten.
En tono de documento de guerra, Carrasco experimenta con la imagen, destruyéndola y saturando las voces con el ruido de la fiesta demostrando que el futuro es una imposibilidad de comunicación, una utopía traicionada.
El Futuro como análisis de un acontecimiento clave de la consolidación de la democracia en España carece de contenido y se limita a ser un ejercicio experimental sobre la forma de abordar la historia desde acontecimientos periféricos no definidos representativos de una época de cambios profundos y de apertura cultural.
El Rostro, de Gustavo Fontán (Argentina, 2014 – Competencia Argentina), por M.O.
Contemplativo. Esa es la mejor definición del cine de Gustavo Fontán. Sin duda, no son obras para todos los paladares, ya que escapan a las convenciones formales y temáticas. Sus películas funcionan como poemas, pero sin jamás renunciar a su carácter cinematográfico. Tal es el caso de El Rostro, su nuevo largometraje.
Esta vez, la cámara sigue a un misterioso individuo (Gustavo Hennekens) que llega a una isla del Río Paraná para sumarse a la rutina de pescadores nativos.
Gracias al uso de blanco y negro -en formatos 16mm y en 8 mm- y a un sonido trabajado de manera muy particular según cada secuencia, el director crea climas a veces cotidianos, a veces tensos y hasta siniestros, acaparando los distintos estados de ánimo de una jornada laboral y de una convivencia. No hay diálogos, ya que la experiencia audiovisual es todo.
Este tipo de cine tan lejos de lo comercial suelen espantar incluso a espectadores preparados, ya que también dio pie a infinidad de experimentos aburridos cuando se lo hace sin talento. En el caso de Fontán, sabe muy bien cómo ejecutar estas creaciones, y vuelve a demostrarlo en este intersante film.
La Ballena va Llena, de Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro, Pedro Roth, Tata Cedrón, Marcelo Céspedes (Argentina, 2013 – Selección Oficial Fuera de competencia), por M.Ch.
Un grupo de documentalistas armó en el 2009 un colectivo denominado Estrella del Oriente con el fin de proponer un proyecto inviable, utópico, genial y hermoso para cambiar el estado del mundo. A partir de una beca ofrecida por la Fundación Botín de España, una institución patrocinada por el Banco Santander, los artistas presentaron un proyecto para la construcción de una embarcación con forma de ballena cuya finalidad sería transformar a los pasajeros en obras de arte.
Construyendo un museo dentro del barco y creando dispositivos estéticos relacionados con obras de diversos artistas, como el famoso mingitorio dadaísta de Marcel Duchamp, la idea del grupo es ridiculizar el sistema inmigratorio del primer mundo. Al descubrir que las políticas de tráfico de obras de arte para exhibición son moderadas respecto de las de inmigración de personas, el colectivo Estrella de Oriente decidió crear una nave que transforme a las personas en obras de arte.
La finalidad del proyecto es recoger individuos desempleados, descontentos y/o deseosos de un cambio en sus vidas en los países periféricos para llegar a cualquier destino en los países centrales convertidos en obras de arte.
El documental relata el surgimiento y la puesta en práctica de esta idea y sus consecuencias, llegando a realizar presentaciones en Hungría y acosando a los encargados de la Fundación Botín para conseguir la millonaria financiación. La Ballena va Llena nos demuestra que una pequeña idea dadaísta puede introducir una dosis de caos tan extrema como para alterar a los guardianes de las finanzas en este mundo tan opaco.
Wrong Cops, de Quentin Dupieux (Francia, 2014 – Vanguardia y Género), por E.M.D’A.
Dupieux parte del absurdo para presentar a un pintoresco grupo de policías que parecen habitar una especie de realidad paralela, psicodélica, sin ningún tipo de ética en la que en vez de combatir la inseguridad desde su comisaría, se dedican a fomentar todo tipo de crímenes. En ese entorno, donde cada uno va creando sus propias reglas, pueden hacer lo que quieran sin preocuparse por las consecuencias de sus actos: desde vender marihuana que les reparten a sus clientes dentro de ratas muertas, probar suerte como dj’s de música electrónica –algo con lo que Dupieux está familiarizado, al ser productor musical bajo el pseudónimo de Mr. Oizo- hasta amenazar a mujeres con volarles los sesos si no les muestran su delantera.
La particular rutina de estos fanáticos del delito que, en cada secuencia le rinden culto al vicio y a la corrupción, ya forma parte del universo que ha desarrollado Dupieux desde Nonfilm. En esta ocasión, adapta su cortometraje Wrong Cops: Chapter 1 y lo transforma en un viaje que le escapa a cualquier convención cinematográfica, en el que el relato parece seguir el comportamiento de los personajes e impone sus propias reglas a medida que avanza mientras fluye –aparentemente- de forma desordenada.
Es un canto al absurdo con música electrónica a todo volumen. Coral y ácida, con divertidísima aparición de Marilyn Manson, Wrong Cops se diluye en una serie de sketchs, que hacia el final anulan casi por completo su faceta humorística, convirtiendo a la banda sonora en la verdad protagonista. Si bien no supera a Rubber, es un paso más para continuar expandiendo el imaginario friki del director.
Afternoon Delight, de Jill Soloway (Estados Unidos, 2013 – Panorama), por M.Ch.
Afternoon Delight es una comedia dramática escrita y dirigida por Jill Soloway sobre los problemas de las parejas de mediana edad una vez que la rutina, el trabajo y principalmente la convivencia aniquilan el deseo y la pasión decantando en relaciones insatisfechas.
Rachel (Kathryn Hahn), una ama de casa frustrada y Jeff (Josh Radnor), un empresario que acaba de fusionar su pequeña de aplicaciones informáticas, tienen problemas matrimoniales y han llegado a un punto de crisis en su relación en la cual ninguno parece interesando en ceder, incrementando de a poco la tensión y la angustia.
Para revivir la pasión van a un Strip Club acompañados de una pareja amiga, donde conocen a McKenna (Juno Temple), una prostituta con la que Rachel se obsesiona. Después de seguirla y aparentar asombro, Rachel invita a Mckenna a vivir con la pareja y cuidar de Mason, el hijo de ambos, en una singular idea que al poco tiempo demuestra su inviabilidad.
Con un estilo ameno, frontal e introspectivo, la película muestra la vida en los lugares que parecían vedados a la cámara, donde incomoda y por lo tanto, donde importa. A la vez que cuestiona la terapia psicológica y la terquedad pone el énfasis en las relaciones comunitarias y la ayuda al prójimo en problemas.
El film nos invita a recorrer los procesos que las personas realizamos para darnos cuenta de nuestros problemas, rodeándolos, esquivándolos, a veces rozándolos, pero nunca enfrentándolos directamente y de cómo las soluciones siempre están en el lugar más insospechado, al lado nuestro, esperando pacientemente que decidamos abrir los ojos y mirar.
Something Must Break, de Esther Martin Bergsmark (2014, Suecia, Panorama Competencia Derechos Humanos), por E.M.D’A.
La ópera prima, cuyo título remite al tema de Joy Division, relata la búsqueda de identidad de Sebastian y la historia de amor entre él y Andreas, que al comienzo tiene dificultades para asumir su relación gay. Pero a medida que pasan más tiempo juntos, el afecto y la ternura prevalecen ante la inconstancia de Andreas y sus desaires.
El director explora cuestiones de género a través de las jugadas escenas de sexo, andanzas nocturnas y una escena de una ternura lírica estilizada en la que ambos se bañan desnudos en el río. La ecléctica banda sonora acompaña las peripecias del joven transexual en los suburbios de Suecia, apoderado por su alter ego femenino –Ellie- mientras atraviesa la adolescencia y el amor, con todas las complejidades que eso representa para él.
Un film que nos sumerge en clubes nocturnos pastilleros, parques y áreas industriales, donde lo retorcido es romántico y conviven lo oscuro, lo punk y la fotogenia de Saga Becker.