Jueves 10 de abril.
Se acerca el final de la nueva edición del BAFICI, por lo que el público se apura a aprovechar para darse panzadas de películas que tal vez nunca más tengan la posibilidad de ver en una sala de cine.
En una jornada particular debido a cuestiones políticas y sociales, tuvo lugar uno de los eventos más esperados: la charla del director Frank Henenlotter. Quien estuvo a su lado no fue otro que Axel Kuschevatzky, ya que se conocen desde hace décadas (de hecho, el responsable de Basket Case es el padrino de la revista La Cosa, que dirige Axel). Una charla en la que Henenlotter hizo gala de un buen humor y de su experiencia haciendo cine, especialmente un cine tan salvaje como anticonvencional. Sin duda, un delicioso plato para los fanáticos del género fantástico y de terror, quienes no s perdieron de sacarse fotos con el ídolo.
Algunas Chicas, de Santiago Palavecino (Argentina, 2013 -Competencia Internacional), por Emiliano Román
Arranca con un primer plano de Ailín Salas, quien sobresaltada de la cama se encuentra muy perturbada. El comienzo es impactante, en clave operística nos introduce al juego que sutilmente va dando lugar a un claro espíritu lyncheano, donde en todo momento se respira cierto aire ominoso. No tenemos bien en claro lo que está pasando, pero algo macabro seguro está por suceder o sucedió. Es así como Palavecino transita su largometraje, entre algunos signos que nos convocan a más preguntas que respuestas.
Celina (Celina Rainero) va a pasar unos días a la casa en el campo de su amiga, quien vive con su esposo y la hija de este, Paula (Agostina López). Mientras que Celina huye de un pasado, del cual no quiere hablar, Paula se encuentra encerrada, pronto sabremos que fue un intento de suicidio, el motivo no nos quedará bien claro todavía. En esa estadía conoce a Nené (Salas) y María (Agustina Muñoz), las 4 conformaran un grupo, donde las diferencias subjetivas, de edades y lo oculto en cada una, devendrá en los desencadenamientos dramáticos del film.
Palavecino utiliza un claro lenguaje cinematográfico, apostando a gran ductilidad de recursos para transmitirnos la sensación asfixiante y fantasmagórica que se vive en ese pueblo y en ese grupo de chicas. Con impecable producción técnica, desde el sonido hasta la fotografía, la cinta recorre el clima siniestro que se respira en la historia, donde el pasado desechado por Celina se empecina en volver, a través de lo onírico y lo místico.
Por momentos el guión parece estancarse, cierta fluidez narrativa puede ser que se pierda, pero de todos modos sigue hipnotizando y, cuanto más nos acercamos al desenlace, más estremecedor se torna, algo del orden del espanto se avecina y la puesta en escena recobra la fuerza de los primeros minutos.
Un thriller que trasciende los cien minutos de duración, nos interroga una vez terminado, quizás con una vista no alcance, y requiera revisarlo más de una vez, para reconstruir el recorrido de esta historia, sumergirse en los enigmas y en lo incierto que plantea, como la psiquis de cada una de estas mujeres.
Castanha, de Davi Pretto (Brasil, 2014 – Competencia Internacional), por Tomás Maito
A veces el cine se inclina por retratar vidas paralelas: una real y otra deseada. Este es el caso de Joao (Joao Carlos Castanha), un artista transformista que entre lo turbulento de su entorno y su pasado, prefiere sumergirse en su universo más interno, en dónde dominan los personajes que el mismo interpreta, ya sea en un teatro o en un club nocturno.
Castanha de Davi Pretto es un film lúcido en varios aspectos, que bajo una oscura fotografía y un clima desolador, narra una historia sumamente perturbadora sobre la relación de un hombre con su entorno social – ya sea laboral o familiar – y sus demonios más personales; siendo que, entre la cruda realidad y un deje surrealista, la obra expone imágenes más que contundentes. Quizás su único inconveniente sea que por momentos se torna un tanto densa, aunque ésto no es condición para que la película carezca de interés.
Naomi Campbell: No es Fácil Convertirse en Otra Persona, de Nicolás Videla y Camila José Donoso (Chile, 2013 – Competencia Internacional), por Matías Orta
Se trata de un documental -con elementos de ficción-, pero no sobre la celebérrima modelo. Aquí el foco está puesto en Yermén, transexual que se dedica a leer el Tarot en un pueblito chileno. Su objetivo es operarse para convertirse definitivamente en una mujer, por lo que se anota en un reality show que tiene como premio una cirugía gratuita. En el transcurso de sus andanzas conocerá diferentes personajes, como una muchacha que quiere operarse para quedar como Naomi Campbell.
Los directores Nicolás Videla y Camila Donoso siguen a Yermén, sin emitir juicios ni intervenir en sus acciones, en un ejercicio de observación. Además, al mismo tiempo, Yermén registra imágenes con su cámara de video, donde conoceremos en detalle en entorno marginal en el que se mueve. Una interesante mezcla de recursos, que la aleja de los documentales más convencionales.
Sin embargo, y pese a la corta duración del film, el ritmo se vuelve demasiado denso y reiterativo, y el final deja con ganas de mucho más.
De todas maneras, Videla y Donoso tienen con qué para afianzarse como las nuevas promesas del cine chileno, que no deja de pegar fuerte en el panorama mundial. Veremos qué nos traen en el futuro.
Mientras Estoy Cantando, de Julián Montero Ciancio (Argentina, 2014 – Competencia Argentina), por M.O.
Hay personas que son auténticos personajes. Como Juan María Pampin, un peluquero que también se dedica a la música. Pero, por sobre todas las cosas, Juan es un showman repleto de comentarios desopilantes acerca de la música, de su trabajo y de la vida en general.
Este mediometraje documental de Julián Montero Ciancio no le pierde pisada a Pampin. Podemos verlo confeccionando un corte a una de sus clientas (por lo general, señoras mayores) o ensayando en su casa. Su repertorio está compuesto por covers de bandas y solistas nacionales e internacionales, y también presenta un tema de su autoría: “Ananá al champagne”, inspirado en una curiosa anécdota personal.
El director sabe sacarle el jugo a este pintoresco artista y al mismo tiempo logra captar su humanidad, de manera que no lo deja como un simple payaso. Al fin y al cabo, sigue siendo la historia de un hombre que nunca abandonó sus sueños y que conserva una pasión contagiosa.
Sencilla, y sin caer en pretensiones, Mientras Estoy Cantando nos recuerda que los secretos mejor guardados pueden estar en donde menos se espera, como una peluquería.
Necrofobia, de Daniel de la Vega (Argentina, 2014 – Competencia Argentina), por José Tripodero
Las expectativas por lo nuevo de Daniel de la Vega levaron con la levadura de las postergaciones técnicas de algunas funciones, específicamente por la conversión al formato 3D: el traje de gala para semejante presentación de un film bien de género en un BAFICI, que en sus primeras ediciones probablemente lo hubiera ignorado. Lamentablemente la ansiedad no recibió su merecido, sino un menjunje de estilos, temas y recurrencias del cine de terror. Si algo sabemos de la historia del cine de terror, especialmente el slasher (estilo en el que se inscribe Necrofobia) es que la simpleza funciona como base de cualquier pretensión para sostener, por ejemplo, el delirio de un gemelo que vuelve de la muerte para acechar a su hermano y obligarlo a cometer asesinatos, lo cual funcionaría muy bien sin la pobre idea de incorporar elementos religiosos, psiquiatría de cuarta, policías (también de cuarta) y un supuesto amor tan pero tan grande que conduce a la muerte trágica (risas). Todo esto a la multiprocesadora marca Argento. Luego, como si no faltarán ingredientes, hay una pizca de David Lynch (sí, genera algo así como un escalofrío) y un final a todo trapo, proveniente de una imaginería jamás vista. Ah sí, hay un 3D… nauseabundo, confuso… nominal. Hacia el final la locura tiene el freno –narrativo- de mano puesto, ni siquiera se aprovecha la gran sastrería como lugar tétrico, laberíntico (que asoma en la primera parte) o asfixiante. Sólo explota un chasqui bum de lugares comunes, que por un 3D pésimo, ni siquiera da lugar para sacudirse el polvo de semejante despropósito. El terror nacional da un retroceso que lo deja a las puertas del panteón Vieyra, mientras Galletini palmea su hombro.
El Último Verano, de Leandro Naranjo (Argentina, 2014 – Competencia Argentina), por M.O.
Desde hace tiempo que el cine que se hace en la provincia de Córdoba nada tiene que envidiarle a las producciones de Buenos Aires. Se filma cada vez más (de hecho, varias de las más nuevas forman parte de la programación del BAFICI) y, más allá de si gustan o no, las obras tienen una personalidad propia. El Último Verano es una nueva demostración.
Él, un joven recién recibido de la escuela de cine. Ella, una estudiante de Letras. Fueron novios de chicos y se reencuentran en una reunión de amigos, que se van de golpe y los dejan solos. Ambos aprovecharán el tiempo para hablar de sus carreras, de sus vidas, y para compartir momentos de intimidad que tal vez puedan avivar una llama que se creía apagada.
Filmada en blanco y negro y basada en diálogos, la película tiene mucho en común con el cine independiente estadounidense. Primero vienen a la mente Richard Linklater y el primer Kevin Smith, pero también el subgénero conocido como mumblecore, que tiene como estandartes a Andrew Bujawski, los hermanos Duplass y John Swanberg; historias sencillas acerca de personas y sus relaciones. Una interesante búsqueda por parte del director Leandro Naranjo, de la que sale airoso.
El Último Verano saca varias sonrisas y nos deja pensando en cómo sería un reencuentro con un viejo amor.
Submarine, de Richard Ayoade (Gran Bretaña, 2010 – WARP), por Martín Chiavarino
Submarine es la ópera prima de Richard Ayoade, basada en una novela de John Dunthorne, sobre las dificultades de la adolescencia desde una estética soñadora, cómica, inocente y ligeramente fantasiosa. Oliver (Craig Roberts) es un adolescente galés de quince años que se enamora de Jordana (Yasmin Paige), una compañera de clase de su colegio, con la que comienza una relación amorosa.
Mientras pasa vergüenza en algunas situaciones por falta de carácter, Oliver demuestra convicción y decisión para muchas otras circunstancias. Cuando descubre que sus padres están pasando por una crisis de pareja, agravada por la llegada al barrio del primer amor de su madre, Graham Purvis, un showman que vende un espectáculo de misticismo new age basado en los poderes de la luz sobre la personalidad y por la depresión crónica de su padre, Lloyd Tate, Oliver decide iniciar una especie de vigilancia activa para encausar la relación matrimonial.
La hermosa banda sonora a cargo de Alex Turner, el cantante de Artic Monkeys, genera una atmósfera de intimidad juvenil alrededor de la vida de Oliver, un adolescente que siente como el mundo se abre y se desmorona al mismo tiempo demandando una intervención inmediata y decisiva de su parte.
La construcción de mundos imaginarios como forma de ensoñación y respuesta a la cotidianeidad se manifiesta como escape pero también como interpretación y apropiación de un mundo complejo cuyas reglas y cinismo atacan la fantasía. Oliver, como outsider y joven conflictivo, rechaza los paradigmas construyendo un mundo solitario y abstruso pero lleno de calidez, como lo demuestran sus salidas en bicicleta a lugares abandonados para jugar y aprender a vivir.
Con un tono de comedia dramática, Submarine, se adentra en la adolescencia como etapa de conflictos y definiciones acerca del carácter y la personalidad. Los submarinos recorren el océano abismal de las emociones y con el tiempo van descendiendo cada vez más en las profundidades, esa es la premisa de la madurez como búsqueda y experiencia.