El cine valiente
El póster auguraba lo peor: Blancanieves vestida con un traje de combate, una espada y un escudo. Parecía el colmo de la carencia de ideas del Hollywood actual, poner a un personaje clásico -de marcada pureza e inocencia- con armas guerreras.
Algo hacía creer que todo estaba destinado al pastiche. Pero funciona. En una época ya acostumbrada a los convencionalismos, los lugares comunes y el miedo a no excederse, Blancanieves y el Cazador es una novedad. Nace en un ambiente oscuro y poco esperanzador para estas sorpresas.
En la cartelera, las películas son cada vez más cobardes ante cualquier crítica o fracaso por parte del público; pocos casos en el Hollywood actual desafían con talento y sin miedo al ridículo las estructuras mainstream de esta época. John Carter, en este sentido, es una obra con una puesta en escena arriesgada pero no es un producto interesante o al menos dinámico en su narrativa. El film de Rupert Sanders es una inteligente vuelta de tuerca a lo ya visto, porque coloca primero a su oscuro material antes que a cualquier tipo de censura. En un cine sobrecargado de lo impersonal y el llamado “por encargo”, parece haber una íntima relación entre el director y su obra.
La película comienza otorgando al espectador unos minutos de respiro para apreciar la pureza de la nieve en un mundo ideal, justo y optimista. Donde nace Blancanieves es en un mundo propio de un final feliz. Sin embargo, cuando su madre muere y su padre se casa con otra mujer, la oscuridad irrumpe en el reino y el relato. En pocos exponentes creados en el sistema hollywoodense se observa una construcción tan precisa de puesta en escena para marcar un determinado ambiente. De este modo, el film se somete a un pesimismo inusual: animales descuartizados, gente que se golpea por leche que cae desde lo alto de una torre, caos, muertes a sangre fría. Secuencias que se unen para crear una atmósfera opresiva que parece eterna. Hasta la llegada de la protagonista -la elegida para combatir el mal-, que aparece recién a los 15 minutos, todo se encuentra sumergido en las tinieblas. Presa de la reina malvada, Blancanieves consigue escapar. Es una escena interesante ya que ella, recostada en la cama, logra huir tras un leve acoso físico por parte del hermano de la villana. Mientras corre por los pasillos y escaleras del castillo, es bautizada con unas tímidas ráfagas de sol que, con dificultad, llegan a su rostro.
En una secuencia, Blancanieves y el cazador están saliendo del bosque tenebroso cuando un troll se despierta y comienza a atacarlos. Él es arrojado al suelo a merced del monstruo. Cuando éste se dispone a aplastarlo, aparece ella y lo mira fijamente. La maldad de la criatura desaparece y, lentamente, se va del lugar. Es una escena inesperada tanto por la llegada de un componente sobrenatural como por la práctica de una teoría que la película iba desarrollando hasta ese momento: la pureza como solución ante el odio del mundo. En este sentido, es inobjetable la presencia de una actriz como Kristen Stewart, dueña de una belleza pacífica que se ajusta a las características de la protagonista. Hay algo en los ojos, los labios y en el pecho que la alejan de la frialdad con la que es capturada en la saga de los vampiros. No se puede decir que sea una gran actriz -sigue conservando la misma incapacidad para demostrar ciertas emociones- pero tiene un magnetismo que muchas otras artistas no logran desplegar. Como sucedía en Espejito, Espejito (la otra adaptación de Blancanieves estrenada este año), la maldad también se halla representada en la atracción física. Si en Espejito, Espejito la teníamos a Julia Roberts, aquí nos encontramos con Charlize Theron -actriz claramente más talentosa que la estrella de Crepúsculo-. El realizador lo sabe: la capacidad actoral de esta mujer puede hacerle creer hasta al espectador más incrédulo que lo único que hay en ella es descomposición y desesperación por seguir siendo joven. La película lo expone bien en esa escena en la que los muertos yacen en el piso y ella, mirándose en el espejo, admira su rozagante encanto.
El film opera sobre un material literario algo anticuado para los tiempos actuales. Por eso, ajusta más su visión a una creciente dependencia por la estética medieval (con Games of Thrones a la cabeza). En este sentido, Sanders elige un camino más acertado que Tarsem Singh, responsable de Espejito, Espejito. Si una recorre el camino del héroe a partir del género de comedia con algunos toques infantiles, Blancanieves y el Cazador es pura violencia y acción. Es interesante la forma en la que el director hace de la brutalidad algo estético: desde pájaros destripados y caballos sumergidos en pantanos hasta personajes que transitan aguas llenas de excremento. Un universo desagradable que el director no tiene problema en mostrar pero sin caer en la provocación o lo gratuito. Lo que hace Sanders es tomar la superficie narrativa del famoso cuento de hadas y dotarlo de una puesta en escena personal. Para algunos será una propuesta controversial, para otros será un logrado correlato con el mundo contemporáneo.
Por eso, cuando se desliga de sus ataduras clásicas, todo funciona gracias a la fe de su realizador en su material. Cuando debe recurrir a ciertos elementos ineludibles del cuento, la película se resiente un poco. Sin embargo, recobra energías en el terror, en las batallas, en las muertes. Y cuando esto sucede, Blancanieves y el Cazador se llena de una innegable fuerza guerrera que pelea con valentía contra cualquier prejuicio y cuestionamiento que se le pueda hacer. La secuencia de la protagonista mientras cabalga para derrotar a la reina es un ejemplo de creencia artística. Sanders jamás filmó un largometraje y tiene a Stewart, Chris Hemsworth y Theron a sus órdenes y se da el lujo de filmar a Blancanieves -que nunca estuvo en una batalla- con su espada en alto, lista para combatir. Eso es ser valiente.