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#CANNES75 | Cannibalismos 01: Destellos

#CANNES75 | Cannibalismos 01: Destellos

No me gustan las inauguraciones de festivales. Más bien: no me gustan las películas inaugurales, particularmente las de Cannes. Lo digo por una cuestión estadística, recuerdo pocas inauguraciones que me hayan gustado y la que más, Annette, el año pasado, cuando la disfruté de verdad fue meses después, cuando la volví a ver en su estreno. Así que debe de ser una combinación entre las películas y el cansancio del primer día: el vuelo, la maleta, la acreditación, el sentarse en una sala de cine con ganas de descansar… Nada de eso sucedió este año. Perdí uno de los vuelos y la oportunidad de cabrearme con Coupez! de Michel Hazanavicius (por el camino también me perdí el estreno de la versión restaurada de La maman et la putain y eso no lo compensa nada). 

Pero Cannes está lleno de películas inaugurales al día siguiente en el resto de las secciones oficiales y paralelas: Un Certain Regard, Semana de la Crítica y Quincena de los Realizadores, pero sin ese componente glamuroso que exige la inauguración oficial. Pero son sesiones a menudo complicadas, con presentaciones de jurados, discursos, salas llenas de invitados… y películas no siempre a la altura de las expectativas. Tenía pocas con Tirailleurs, que inauguró UCR, una de las muchas concesiones al cine francés de este festival lleno de películas francesas. Protagonizada por Omar Sy, la película de Mathieu Vadepied es la inverosímil historia de un padre senegalés que sigue a su hijo, incorporado a la fuerza al ejército francés, hasta Verdun en 1917, una de esas películas con una representación tan edulcorada de las trincheras que solo podría haber tenido sentido como comedia. 

Precisamente ese es el terreno en el que se mueve When You Finish Saving the World, debut en la dirección de Jesse Eisenberg y película inaugural de la Semana de la Crítica. Muy modesta en su planteamiento, pese a contar con Julianne Moore como protagonista, su principal virtud deriva de su precisa escritura (también de Eisenberg) y de la perfecta definición de unos personajes que en un primer momento basculan entre el drama y la parodia para terminar decantándose por una comedia tan elegante como sutil en el reflejo de todas sus contradicciones. L’envol, película de Pietro Marcello que inauguró la Quincena de los Realizadores, arranca al final de la Primera Guerra Mundial en el campo francés, narrando la vida de una niña, Juliette, huérfana de madre y a cargo de un padre visto con mucho recelo en el pueblo y que difícilmente consigue ganarse la vida, como tantos veteranos de la guerra. Con demasiados altibajos en su estructura narrativa, también en ciertos elementos musicales tan excéntricos que parecen apuntar al cine de Bruno Dumont, L’envol es una película más decepcionante en su conjunto que en sus detalles: las imágenes de archivo características de Marcello, algunos planos de indiscutible belleza, tanto de la naturaleza como de la propia Juliette, también la decisión del personaje, cuando toma la iniciativa en su relación con el aviador que interpreta Louis Garrel… Pero esta es la típica película a la que la amplitud de su arco temporal, unos veinte años, la penaliza, pues a veces parece que lo que más le importa a Marcello es el paso del tiempo y mucho menos profundizar en los personajes (hay uno extraordinario: el que interpreta Noémie Lvovsky). 

No inauguró nada, pero Tchaikovsky’s Wife fue la primera película de la Competición y la que ha devuelto a Kirill Serebrennikov a Cannes, al menos físicamente, pues el año pasado, con Petrov’s Flu, no pudo venir al estar bajo arresto domiciliario (desde entonces, Serebrennikov ha abandonado Rusia y su probada disidencia autoriza su participación en el festival). Pero algo le ha pasado a Serebrennikov después de Leto (2018) que se ha convertido en un cineasta demasiado dado al artificio teatral, con sus dos últimas películas convertidas en un mero escaparate de interpretaciones bigger than life y una cámara en constante movimiento, como si el cine no fuese nada más que una serie de elementos artesanales de gran virtuosismo. La fuerza y el delirio visual de Petrov’s Flu no tienen, en cualquier caso, reflejo en su nueva película, la historia del amor obsesivo de Antonina (una fabulosa, eso sí, Alena Mikhailova) por un hombre que no la ama ni nunca la ha amado. Antonina se enamora de Tchaikovsky y logra convencerlo de que se case con ella. Él acaba por acceder, por más que no le gusten las mujeres, pero en este matrimonio ve una oportunidad de finiquitar con las sospechas sobre su homosexualidad. Lo que no sabemos es que ve en él Antonina, cuales son las razones de su enamoramiento, de un amour fou que lleva hasta sus últimas consecuencias, convirtiéndose en una especie de Adele H., como la de Truffaut. Sin esta justificación dramática que daría alma a su personaje protagonista, y que permitiría ahondar en sus aspectos más sórdidos, lo que queda es una película tan aparente como vacua, una película que dice más de sus intérpretes y demás responsables técnicos que de su autor. 

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