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CRÍTICAS

Comer de Noche

Comer de Noche

Dirección: Lorenzo Quinteros. Autoría: Romina Moretto, Lorenzo Quinteros. Escenografía: Félix Padrón. Diseño de luces: Félix Padrón, Lorenzo Quinteros. Vestuario: Paola Delgado. Elenco: Lisette Garcia Grau, Gabriel Lima, Julio Molina, Romina Moretto. Prensa: Walter Duche, Alejandro Zarate.

Una noche lluviosa dos hermanos deciden volver a encontrarse junto a sus respectivas mujeres a comer. Beben, charlan, se conocen y recuerdan viejas épocas, todo bajo un atmósfera oscura muy típica de la tragedia griega.

Lucrecia y Esteban son una pareja consolidada, o eso creen, Máximo y Bianca se conocen hace poco y a pesar de ser muy diferentes ya tiene grandes planes juntos. La pieza transcurre en clave de comedia, pero tanto el absurdo como la presencia del misterio que surge a partir del enfrentamiento entre hermanos van tiñendo de diferentes colores el relato.

Ningún personaje anula al otro, los cuatro son personalidades fuertes. Un excelente armado de Moretto y Quinteros bajo la dirección de este último, quién juega con la idea del metateatro de manera ágil y evitando caer en un género único.

Esteban parece ser el ganador, se quedó con la mujer de su hermano y evitó siempre toda responsabilidad ligada al cuidado de sus padres; es actor y aparenta disfrutar de la buena vida. Por otro lado, a Máximo siempre le costó el doble todo: quiso ser actor y tenia una relación con Lucrecia; todo fue eclipsado por el cuidado de sus padres y el sacar adelante el negocio familiar. En la noche todos estos sentimientos estallan frente a la carne chamuscada que preparó la mujer deseada en cuestión. La incomodidad va teniendo cada vez más lugar en la mesa, mientras el personaje vegetariano y espiritual de Bianca (excelente trabajo de Anita Gutiérrez), ignora la historia que se esmeran por esconder mientras transcurre la noche, pero cada vez se hace más difícil debido a exceso de alcohol y algunos sentimientos que se van desencadenando debido a la exaltación y la urgencia de catarsis que sufren todos .

La escenografía contiene en un mismo ambiente la cocina, el living, el baño y el dormitorio lo cual le da dinamismo al relato conjugado con un sonido incesante de lluvia, que va poniendo en clima al público para ser testigos de la tormenta que se avecina.

Un elenco formidable y una dirección con la impronta de Lorenzo Quinteros dan como resultado una pieza diferente donde  lo descarnado y lo visceral están invitados a la mesa.

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Por Julia Panigazzi

Comer de noche es una obra que nos invita a demorarnos, a detener el fluir de lo cotidiano. Un espacio habitual se torna extraño y la realidad más inmediata coquetea con elementos de la tragedia clásica griega, donde conviven las palabras más elevadas y los instintos más bajos.

La obra nos sumerge in medias res en un relato que plasma como el día a día se transforma en un tedio insoportable, en un aquí y ahora eterno, en un momento dilatado que se extiende y no termina. Cuando de eso no se habla y el silencio es más elocuente, todo intento por recuperar lo perdido es inútil. Cuando lo dicho encierra ese trasfondo inevitable, surgen lo siniestro y lo cínico como únicas posibilidades de vínculo.

La tragedia griega se cuela entre los intersticios de una escena habitual: la desmesura y el exceso están al acecho, esperando el estímulo que permita despertar lo que permanecía dolorosamente adormecido. También se recupera el tema de la catarsis, definida por Aristóteles como la purga de sentimientos de temor y piedad posibilitada a través del teatro como vehículo. Este concepto es encarnado por  un personaje que cada vez que ve teatro no puede dejar de vomitar antes de que la función termine… como una Casandra atrapada en las redes de la contemporaneidad, vaticinia el final de cada tragedia y puede ver los hechos aberrantes que sucederán en escena antes de que efectivamente acontezcan. Por último el vino, como ese elemento estimulante que de la mano de Dioniso sumerge a quienes lo ingieren en un estado de locura y éxtasis (la palabra éxtasis etimológicamente quiere decir “fuera de sí”), permitiendo que aquello que se reprimía se exteriorice de la manera más brutal. Es interesante la alusión que se hace a La Orestíada de Esquilo, a través de un pasaje en el que uno de los personajes representa la hybris (desmesura) de Agamenón: al regresar de la guerra de Troya el rey camina sobre las púrpuras, desafiando a los dioses. Pero este hecho que estaba enmarcado en la ficción a partir del procedimiento del teatro dentro del teatro, será solo una caricatura de los excesos que se desatarán en escena momentos después.

Las actuaciones son poderosas y cada uno de los personajes es construido con sutilezas que permiten que a pesar de representar estereotipos, no sean caracteres acabados, sino que por el contrario siempre se muestran al mismo tiempo que ocultan. La situación propuesta es sumamente sostenida por un trabajo actoral destacado y mucha solidez a la hora de encarnar los conflictos que están sobre la mesa.

Dos hermanos. Una mujer. Una recién llegada y sus vaticinios. Comer de noche pone en evidencia que la tragedia no forma parte del pasado y los personajes naufragan sin rumbo en un presente opresivo, repleto de silencios… y mientras comen advierten que hay cosas que nunca podrán digerir.

Teatro: El Extranjero – Valentín Gomez 3378

Funciones: Sábados 23 Hs

Entrada: $70

 

©Antonella Sturla, 2013

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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