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CRÍTICAS - CINE

Cornelia frente al Espejo

Cornelia frente al Espejo (Argentina/Holanda, 2012)

Dirección: Daniel Rosenfeld. Guión: Eugenia Capizzano, Daniel Rosenfeld (sobre la novela homónima de Silvina Ocampo). Producción: Javier Leoz, Federico Prado. Elenco: Eugenia Capizzano, Eugenia Alonso, Leonardo Sbaraglia, Rafael Spregelburd. Distribución: Zeta Films. Duración: 103 minutos.

“Los espejos son exclusivos:

se adueñan de las almas en cualquier momento”

Silvina Ocampo

Ya desde los fascinantes créditos iniciales, con las imágenes de Max Ernst -uno de los pioneros del dadaísmo y el surrealismo-, nos anegamos de lleno en este mundo, un universo de metamorfosis constante, simbolizado en las pinturas de seres mitad hombre, mitad animal, que reflejan el desdoblamiento de la personalidad y el carácter dual de todo ser humano. Estamos frente al collage en imágenes Una semana de bondad o Los siete pecados capitales (estos últimos se retomarán más adelante cuando la protagonista, junto a uno de los personajes de su pasado, reflexione acerca de la presencia o ausencia de cada uno de ellos en sí misma), acompañado por El Lago de los Cisnes, otro símbolo constante e iterativo: la agonía del cisne que muere como paralelo de la mujer al borde de la muerte.

Muerte no natural sino deseada por Cornelia, la protagonista, atrapada entre la vida y la muerte, reflexionando acerca de ambas:

I- ¿Por qué mi muerte ha de ser más importante que la de un perro?

Cornelia reflexiona con uno de los personajes, como si acaso la muerte de una persona fuera tan grave, tan terrible, cuando en realidad tomamos la de un perro con una naturalidad asombrosa. Entonces ¿por qué ella no ha de morir?

II- Nosotros, los seres humanos, somos irreales, como las imágenes.

Porque todo es irreal y surrealista en el mundo de Cornelia: ella misma, los personajes con los que interactúa, la niña que ve a través del vidrio, su propia imagen en el espejo, incluso su propio deambular entre la vida y la muerte.

III- ¿Quiere que mi vida se convierta en Las mil y una noches?

En su inmutable deseo de morir, él será quien quiera salvarla conforme ella le vaya revelando su pasado, y ella solo querrá que él cumpla su promesa y la mate. Hay una distancia entre el discurso de ella, que pide que la asesinen -anhelo aniñado y casi caprichoso antes que plegaria y deseo real-, y la atrocidad del acto en sí, y él, consciente de ello, le suplica por todos los medios y le dice, en uno de los diálogos más hermosos de toda la película: “yo moriría por vos, ¿vos vivirías por mí?”

Porque son los diálogos los protagonistas absolutos, simétricamente fieles a los de la obra de Silvina Ocampo; las imágenes se constituyen como mera representación visual, acompañamiento estético de esas palabras fascinantes.

Otro protagonista de la obra es el simbolismo, recurso característico de la prosa de Silvina Ocampo. El espejo y los vidrios -fundamentales en este film- son emblemas per se del realismo, en tanto refracción fidedigna de la realidad; en la narrativa de Ocampo, esto se distorsiona, ya que se presupone que la mirada interceptada por dichos objetos transforma la realidad y la subvierte, para que luego el sujeto la construya a su antojo.

Las rajaduras tampoco reflejan la realidad o, más bien, la distorsionan (en la novela, uno de los narradores construye una casa enteramente de vidrio, y cada acción que lleva a cabo dentro de ella con su novia es percibida con cierta deformación por parte de los que miran, producto de las rajaduras). Y así como esa casa de vidrio deforma la percepción tanto de los observadores como de los propios habitantes, esta casa, de madera oscura y lustrosa, de pisos que rechinan con cada paso, de rincones infinitos y escaleras perpetuas, de habitaciones otrora opulentas y ahora venidas a menos, con sillones raidos y suciedad en los muebles, tergiversa la percepción de los que transitan en ella y la de nosotros mismos.

Y nuestra percepción también está deformada por Cornelia y por los recuerdos de su infancia, sus fotografías y sus sueños, todas representaciones parciales de esa realidad construida. El film oscila constantemente entre lo onírico y lo irreal, entre los recuerdos y la fantasía; jamás se nos devela quién es en verdad la protagonista ni quiénes son esas personas con las que interactúa, si bien inferimos que se trata de fantasmas de su pasado, en una suerte de antesala de la muerte.

Y es así como Cornelia filtra su mirada a través de esos recuerdos, en un relato de algo que no debería haber ocurrido y que la atormenta hasta el día de hoy: el despertar sexual, el primer enamoramiento, de la mano de la primera decepción. Todo contado mediante fotos que refuerzan esa idea del pasado y de la construcción mental estática de ese tiempo pretérito.

Hasta acá, todo muy lindo. Hay algo en la quietud del film, en la creación del suspenso, en la ambigüedad constante, producto de la construcción narrativa y de la puesta en escena, que hace que nos sumerjamos ahí, en los confines y los espacios más recónditos de esa casa, que esperemos con cierta ansia ese desenlace que nunca llega. Sin embargo, hay una cuestión un poco narcótica y monótona en el medio, una puesta en escena teatral y una configuración del espacio más bien escénica, si bien la fotografía de Matías Mesa le imprime ese carácter cinematográfico ausente por otros lares. La perfección de los encuadres, la ubicación de la cámara -por momentos testigo, por momentos espía- impregnan a las imágenes de una belleza lírica, aunque dudo que ello sea suficiente para construir un sólido relato cinematográfico. En palabras del director Daniel Rosenfeld, estamos ante “el cine navegando en la literatura”, y eso se nota. Falta algo en el film, falta acción, resolución, falta cine. Asistimos a una obra hermosa pero dotada de la quietud y la calma de quien se mira larga y sostenidamente en el espejo.

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