(Argentina, 2018)
Dirección, Guión y Producción: Luciano Zito. Duración: 82 minutos.
El señor de los dinosaurios atraviesa los cuestionamientos morales de Jorge “Cacho” Fortunsky, un artista ladrón, para elaborar un retrato complejo de lo que significa el arte en contraste con la supervivencia. En este sentido, el modo de sobrevivir es el robo, una especie de escape a los compromisos de la sociedad. En cambio el arte es apenas una manera bastante efímera de ser recordado por la obra.
El documental, ambientado en el pueblo pampeano de Eduardo Castex, reconstruye la historia reciente del artista a través de la animación mientras sigue su vida cotidiana en el taller -visitando su obra más representativa, planteando un proyecto educativo, indagando en su pasado. Así se arma de a poco su vida desde distintos aspectos. Algunos parecieran no tener importancia, pero revelan cierta ligereza que enriquece la búsqueda vital de Fortunsky.
De a poco, la película se va cimentando como un estudio de las contradicciones que pueden caracterizar a un artista. Fortunsky no es el “señor de los dinosaurios” solo porque creó estas esculturas de varios metros, sino porque se enfrenta a conflictos ancestrales del ser humano. Y la decisión de que él mismo sea quien interrogue a personas testigos de su vida, como su madre o el cura, simplemente suma al hecho de que el documental parece partir de una búsqueda personal de sus contradicciones. Se configura una imagen del artista como un hombre que para enfrentar el mundo solo cuenta con su obra. Una suerte de forastero.
El documental nunca cae en el amarillismo del artista ladrón, aunque el mismo Fortunsky bromea al respecto. La indagación del director recuerda más bien a un relato de Franz Kafka, “El artista del hambre”. Podría decirse que Fortunsky se va convirtiendo en “un espectador de su hambre completamente satisfecho” como ocurría con el ayunador en el cuento. No hay victimización en el retrato que Zito hace. Hay, claro que sí, reproche por parte del artista a ciertas decisiones tomadas. Y hay, sobre todo, una armonía con los quehaceres cotidianos junto a los cuales reconstruye su pasado como si observara desde la tranquilidad las inquietudes mostradas en la animación y en lo narrado.
Lo más fascinante del film es que no hay absolución frente a lo que Fortunsky hizo. Más bien llega a sugerirse cierta armonía, como si artista y ladrón tuvieran que sobrevivir con pocos medios para hacer frente a las circunstancias. La diferencia es palpable: uno lleva a cabo obras para aprender de sí y ser recordado, y el otro hurta pequeñeces para olvidar las injusticias.
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2018 | @EElechiguerra
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