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DOSSIER

El Árbol de la Vida: Una Crítica Tardía

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Desde la creación del universo hasta el fin de los tiempos.

Hasta ahora, al igual que la escritura garabateada en las paredes de la pirámide de Qaholom llena la mente del mago encarcelado, mis pensamientos retornan, de manera inexorable, a El Árbol de la Vida, a varios días de haberla visto en el cine.

Sabiendo que esta crítica llega tarde, su función primaria varía dependiendo de quien lea mis palabras (como sucede con todo texto…). En primer lugar se encuentra aquellos quienes aguardaban el estreno de la película hace bastante tiempo y han acudido a verla el mismo día de su estreno a las salas más cercanas. A su vez, estos se subdividen en dos grupos: a) los que disfrutaron de la película y aún la mantienen fresca en su memoria; y b) subgrupo donde se engloban los que abandonaron la sala antes de la media hora, los que la vieron toda pero la odiaron, o aquellos que saben que les pareció una buena película, pero igual no compartieron el significado que expresa el realizador.

En segundo lugar se encuentran aquellos quienes aún no la han visto y, por diversas razones (elenco compuesto Brad Pitt, Sean Penn; haber visto algún avance, leído algo en el diario…), tienen ganas de verla, pero tienen dudas. Quizás vieron el tráiler y les pareció hermoso, pero no saben de qué trata, quizás la vieron en cartelera, pero ha gozado de muy poca publicidad. Quizás también se hayan encontrado con un a) del grupo anterior. Este individuo seguramente habrá despertado el interés en este potencial  espectador, pero también le habrá incluido en la descripción el adjetivo de “rara”. Entonces, este espectador en potencia mantiene sus dudas: el cine está caro, espero a que salga en dvd/blu-ray, y así.

Es probable, también, el caso de haberse encontrado con un  b) quien es probable que haya tildado a la película de “porquería” y se haya quedado tan ancho; y, lógicamente,  las ganas de acudir a la sala más cercana a ver la película se hayan disipado. Grave error de juicio.

Para aquel lector de a pie, ávido de clarificar su mente y despejar sus cavilaciones, es la siguiente sentencia: El Árbol de la Vida es una película que todos deberían verla, al menos, una vez en la vida, cuasi obligatoriamente en cine. Es más, si solo tiene dinero en todo el año para ver una única película, debería ser esta.

Ya las dudas despejadas, es el momento de adentrarse, cual aventurero de Verne, en la mayor de las profundidades de este film, en el noúmeno de lo que trae consigo la última de las obras de ese misterioso director llamado Terrence Malick.

Porque, aunque el argumento en sí mismo es de relativa sencillez, no lo es la manera en la cual este es narrado. El film comienza con planteos de orden moral y existencial, los cuales funcionan como disparadores del completo devenir del film.

Para (intentar) responderlos, la película prosigue su metraje reconstruyendo la creación del universo, la Tierra y las creaturas que la pueblan, deteniéndose concretamente en el nacimiento –y bautismo-  de Jack. A partir de allí, el resto del film reposará sobre los hombros de este personaje, en su crecimiento como persona y su manera de experimentar la vida.

Ahora bien, es posible que la manera en la cual Malick cuenta esta historia termine por desencajar a más de un espectador, especialmente a aquellos que solo se encuentren familiarizados con el cine clásico Hollywoodense, dado que la estructura narrativa de El Árbol de la Vida escapa a muchas de las limitaciones de ese canon. Y de cualquier otro.

El ritmo del film es, sin dudas, inusual. Las escenas con mayores dosis de clasicismo, en las cuales aparecen los actores, se intercalan constantemente con otras imágenes siendo estas, en su mayoría, panorámicas hermosos parajes naturales. Incluso la secuencia de la creación del universo supone, alrededor de quince minutos, de la sucesión de imágenes de una belleza inapelable.
Para evitar espantar al potencial espectador que acaba de leer el párrafo anterior, vale lo siguiente: El ritmo de la narración en El Árbol de la Vida puede equipararse al de un libro, a una novela de ficción. Es decir, se relata un hecho, una acción, y luego se lo describe puntillosamente, tanto el hecho en sí mismo, como el contexto donde se sucede, para luego proseguir con la narración.
La misma comparación debería aplicarse a la manera de encarar el visionado del film. Así como al momento de leer un libro uno mismo debe alienarse del mundo que lo rodea y concentrarse totalmente en aquellas palabras impresas, lo mismo exige la manera correcta de ver esta película: En el cine, con el silencio que ello implica, y total concentración en la proyección.
La película invita al espectador a abrirse ante aquello que ve, a contemplarla dejando toda su propia interioridad al descubierto. A meditarla y reflexionarla a medida que el metraje avanza.

Porque, aunque la película se centre en las vivencias de Jack no se encuentra limitada a él, sino que funciona como excelente síntesis de la vida en sí misma, con todo lo bueno y lo malo, y es por esto que El Árbol de la Vida no supondrá lo mismo para dos espectadores.

Y, si bien la cantidad de interpretaciones posibles de esta película es de proporciones inconmensurables, el número de estas, contrario a la biblioteca de infinitos anaqueles, es limitado. En realidad, es el número de espectadores multiplicado por la cantidad de variaciones en su manera de contemplar el mundo que lo rodea, la creación, la vida.

La manera de la que se vale Malick para generar todo lo anterior consiste en proponer, contraponer y  complementar dos caminos: el camino de la gracia, el alma y su capacidad de infinita pureza; y el camino de la naturaleza, primado por la concupiscencia de la carne.

A partir de aquí, seguir desgranando el argumento sería del todo innecesario; ya dadas las condiciones, es ahora el espectador quien debe descubrir el film y generar sus propias conclusiones.

Por otro lado, considero que hablar de la técnica del film no es del todo necesario en esta crítica, dado que no es la finalidad hacia la cual oriento mi busca. No veo  como primordial remarcar la maravillosa y preciosista fotografía de Emmanuel Lubezki (la cual podría ubicarse sin ningún problema entre las diez mejores de la historia del cine) ni del muy preciso y harto complejo trabajo de montaje. Aquel espectador quien se encuentre deseoso de conocer esos apartados, ya podrá apreciarlos al ver la película.

Le agradezco al valeroso (y paciente) lector que haya llegado hasta el final de esta vasta crítica, a quien espero haberle despertado el interés por el film porque, ya sea para bien o para mal, películas como El Árbol de La Vida se estrenan muy pocas veces en la vida.

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