Hace unas semanas, un amigo me dijo, de manera tajante: “Hoy donás unos pesos a Unicef y ya te podés calificar de marxista”. La frase puede parecer algo estúpida si se la toma literalmente, pero bastante coherente si se describe el contexto de la charla. Allí hablábamos de que la figura de Karl Marx ha estado tan deformada por el imaginario popular que se ha transformado a un pensador complejo y polémico en poco más que una persona llena de buenas intenciones y sensibilidad social. Pocas personas que se dicen marxistas han leído y discutido en profundidad a este filósofo, al punto tal que hay muchas personas así llamadas “de izquierda” que sacan de contexto al punto tal de despojar de su significado real las frases más conocidas de esta persona. La razón por la que pasa esto es sencilla: decirse marxista da hoy, si se quiere, un halo de supuesta rebeldía e intelectualidad, pero ser un marxista de ley es muy difícil: requiere disciplina, paciencia, y conocimientos de economía, filosofía e historia.
Sin embargo, uno puede encontrarse de vez en cuando gente que ha tomado su marxismo realmente muy en serio y lo ha aplicado a las cosas más insospechadas. Uno de esos casos notables es el de David Walsh. Walsh es un crítico de cine trotskista que desde hace años edita y escribe en la sección de Arts Review de la World Socialist Wide Web (wsws.org). Su último libro (el excelente The Sky Between the Leaves) es una recopilación de críticas, crónicas de festivales, entrevistas y ensayos de cine suyos.
Walsh es un caso extrañísimo. Por un lado propone aplicar, la mayoría de las veces, miradas políticas a las películas que ve. Sin embargo, esas miradas no son nunca fáciles ni obvias. No hay en sus ensayos nada parecido a acusar moralmente a los directores que pueden estar apoyando ideologías de derecha y menos que menos hay en sus escritos presencia de teorías paranoicas que relacionan ciertos contenidos con una vedada propaganda a imperialismo alguno. En vez de eso Walsh, como buen marxista, está obsesionado con los contextos en que se desarrollan las cosas. Así es como propone la idea de que el cine que vemos es también producto de una situación histórica determinada (y que él no ve con ningún agrado) y que las películas que vemos son mayormente o producto de una ideología dominante, o consecuencia de la propia época en la que fueron criados los directores que filman [1].
Uno puede estar más o menos de acuerdo con Walsh (en mi caso particular, soy de discrepar mucho con él) pero hay dos cosas de las que uno puede estar seguro: en primer lugar, que Walsh es una máquina de producir argumentos, y en segundo lugar que sabe combinar perfectamente sus amplios conocimientos sobre historia, filosofía y hasta política internacional, con sus razones para destruir o encumbrar una película.
No recuerdo ya qué escritor antiteísta decía que la mayor dificultad para discutirle al gran apologista católico Gilbert Keith Chesterton no era tanto encontrar oposición a sus argumentos, sino poder encontrar contraargumentos que estuvieran a la altura de la creatividad de los de Chesterton. Salvando las distancias, con Walsh a veces pasa eso, es posible encontrar en su forma de ver las cosas elementos objetables, lo difícil es poder discutirle con la misma altura argumental.
Otra cosa particular que destaca en Walsh es la capacidad de su prosa. Este crítico tiene una prosa muy clara y fluida, capaz de hacer que conceptos muy complejos puedan volverse sencillos (notable, por ejemplo, cuando tiene que resumir la historia de las raíces americanas en su extraordinaria crítica en contra de Pandillas de Nueva York) y capaz también de generar textos que sean extrañamente didácticos. Pero además no tiene problemas en tomar todo tipo de películas para explayarse menos sobre el film en sí que sobre otros temas. Así es como utiliza un largometraje de la intrascendencia de Annonymus de Roland Emmerich para hablar de William Shakespeare y el contexto histórico; o usa a La Pasión de Cristo de Mel Gibson para trazar paralelos entre el cristianismo de los primeros siglos y el surgimiento de los primeros movimientos de izquierda. A veces incluso, los textos de Walsh pueden usar más contenido para hablar de ideas que surgen por fuera de la película que de la película en sí, como si en el fondo (y creo que esto mismo es lo que Walsh cree) sea menos interesante lo que una película revela de sí misma que del mundo que la rodea.
No son muchos los críticos que logran hacer esta capacidad de hacer que el cine funcione menos como un fin que como un medio para hablar de otra cosa. Manny Farber decía que para él la crítica era ante todo sobre el lenguaje, y se pasó buena parte de su carrera inventando términos y tratando de explicar con el lenguaje más creativa posible sus gustos e impresiones; Bazin usó muchas veces a las películas para preguntarse sobre la naturaleza de lo real; el compatriota Ángel Faretta vio siempre al cine como una forma de entender lo que podría denominarse una decadencia espiritual del mundo.
Son todos críticos cuya mayor virtud sea quizás que uno sienta que son pensadores que llegaron al cine porque simplemente se toparon con él y les sirvió para forjar un pensamiento que termina yendo más allá del mismo. Esa clase de críticos de cine al que el cine por sí solo, felizmente no termina por bastarles.
Hernán Schell / @hernaschell
[1] Para más información al respecto, ir a esta entrevista que Roger Alan Koza le realizó a David Walsh durante FICUNAM 2015, cliqueando aquí.