(Francia, 2013)
Dirección y Guión: Alain Guiraudie. Elenco: Pierre Deladonchamps, Christophe Paou, Patrick d’Assumçao, Jérôme Chappatte, Mathieu Vervisch, Gilbert Traina, Emmanuel Daumas. Producción: Sylvie Pialat. Distribuidora: Independiente. Duración: 97 minutos.
Liturgia de la descomposición.
Una de las características más lamentables de la coyuntura cinematográfica contemporánea es esa insistente unidimensionalidad a nivel del contenido, una miseria ideológica que deriva en films monotemáticos y cerrados a la pluralidad de lecturas que deberían habilitar las obras verdaderamente valiosas. La crítica de pocas luces y cierto sector del público suelen olvidar que la violencia enunciativa es uno de los mecanismos más interesantes para garantizar el debate, esa necesaria revulsión que nos aleja de la estupidez estándar y el conformismo de raigambre conservadora. El Desconocido del Lago (L’Inconnu du Lac, 2013) pone en perspectiva lo mucho que se extrañaban propuestas como la presente: estamos ante una anomalía que resulta exitosa desde diferentes puntos de vista, ya sea que consideremos su vehemencia pasional o el manejo de los resortes del género en cuestión.
En esencia la historia adopta la configuración de los thrillers y nos ofrece una estructura cíclica construida en función de un entorno fijo, en esta oportunidad orientado a subvertir sutilmente las expectativas acumuladas. Franck (Pierre Deladonchamps) es uno más de un grupo de hombres que se reúnen a orillas de un lago con el fin de “conversar” y/ o mantener relaciones sexuales: mientras que por un lado inicia una amistad con el taciturno Henri (Patrick d’Assumçao), por el otro se siente cada vez más atraído a Michel (Christophe Paou), un personaje oscuro que desencadena la trama policial cuando decide “deshacerse” de su pareja anterior. Vale aclarar que la película no se centra en el misterio en sí sino en el comportamiento de los protagonistas ante el hecho consumado. Optando intermitentemente por la prudencia serena o el éxtasis del riesgo, Franck avanza hacia el abismo a conciencia.
Aquí la habitual sequedad del cine francés de propensión arty está condimentada de manera extraordinaria con un existencialismo lúdico (emparentado al desparpajo retórico y la desnudez permanente de los personajes) y una colección de detalles muy graciosos (se destacan en especial el onanista itinerante, el episodio “sin condón” y la única escena en la que se menciona la “potencialidad erótica” de las mujeres). Más allá de la bienvenida ferocidad formal, que incluye pormenores explícitos como una eyaculación y una fellatio, el devenir no obedece a un patrón homofóbico ni tampoco “gay friendly”, ya que la homosexualidad sólo aporta un contexto circunstancial: aquí todos son hombres porque todos son iguales, la simetría y la paridad son los verdaderos ejes de un relato donde el individualismo, la sensualidad y la mirada legitimante del otro son factores excluyentes.
Como si se tratase de una versión hardcore de Claude Chabrol, el director Alain Guiraudie reincide en sus obsesiones sexuales de antaño, ratifica su predilección por las tomas secuencia e impone ese típico ascetismo bressoniano, en esta ocasión combinado con el sustrato temático de la explosiva Cruising (1980), de William Friedkin. El film funciona como un análisis meticuloso de la descomposición social de nuestros días, haciendo foco en una serie de “rituales de apareamiento” con vistas a remarcar el retroceso de un humanismo hoy ajado (representado en Henri) en pos de un hedonismo malsano y egoísta (encarnado en Michel). En consonancia con la pulsión de muerte, el desenlace es maravilloso porque plantea que a nivel cotidiano desconocemos/ negamos el peligro subyacente en la praxis, llegando al punto de invocar -a los gritos- la amenaza que se cierne sobre nosotros…
Por Emiliano Fernández
La soledad del estar.
Varios desconocidos se encuentran fortuitamente en un lago escondido por un bosque de Francia en verano, durante sus vacaciones. Allí los hombres se conocen, tienen relaciones sexuales, escapan de los prejuicios y nadan tranquilos en un lago que parece protegerlos. Alrededor de este paraíso nadie parece conocerse pero todos parecen saber lo que buscan aceptando al otro, incluso en sus perversiones, y disfrutando de las aventuras casuales y de las miradas de los voyeurs.
Dirigida y escrita por Alain Guiraudie, El Desconocido del Lago (L’Inconnu du Lac, 2013) escenifica distintos tipos de soledad alrededor de un lago a través de unos personajes -con absoluta confianza en sus propósitos- que se enfrentan al deseo del otro, que se va convirtiendo en un peligro a medida que las verdaderas intenciones se van revelando. Con una fotografía excepcional a cargo de Claire Mathon, el film retrata cada rincón de un espacio escondido en el cual todos los hombres están dispuestos para la observación y el juego que comienza en el lago y termina en el bosque para recomenzar cada día en una búsqueda de compañía.
En esta historia de anonimato, Franck (Pierre Deladonchamps), un joven homosexual, conoce a Henri (Patrick d’Assumçao), un hombre reservado que busca amistad en una suerte de paraíso gay. Henri se sienta alejado del resto de los bañistas y nunca entra en contacto con el agua, convirtiéndose en una suerte de personaje perturbador. Recientemente separado de su esposa, busca un lugar en el cual padecer sus vacaciones y pasar desapercibido, pero también busca una amistad casual sin ataduras o al menos alguien con quien hablar y compartir sus problemas. La relación deviene en una suerte de amistad en la cual se debaten filosóficamente los límites entre el amor, el deseo sexual y el afecto, pero la vida de Franck es sacudida cuando Michel (Christophe Paou) lo seduce. Así comienza entre los dos una pasión que los llevará hasta las profundidades de sus aprensiones.
Sin temor a mostrar el cuerpo masculino, El Desconocido del Lago ofrece relaciones, pasiones y deseos reales, alterando la mirada sobre los vínculos humanos. La importancia del cuerpo desnudo en la antigua Grecia, en una sociedad que ponía en la edificación de cuerpos perfectos todo el valor, era parte de una cosmogonía sobre el cuerpo que glorificaba la desnudez. En este paraíso homoerótico, la desnudez es tan solo un valor en el intercambio de placer. Aquí, el valor de la desnudez se manifiesta a través de la pérdida total del pudor y la mirada se convierte así en parte de la búsqueda del goce y en un arma que deja indefensos a los personajes.
La desnudez, el cuerpo como símbolo sexual, el miedo a lo desconocido y la fatalidad son algunos de los conceptos que la obra pone en juego para crear una atmósfera de aislamiento en la cual los solitarios merodean en el bosque buscando placer y la construcción de un sentido de comunidad. El cuerpo y la comunidad se entrelazan de esta manera, formando una conciencia que borra los límites y deja a todos expuestos.
Por Martín Chiavarino