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CRÍTICAS - CINE

El Gran Circo Pobre de Timoteo

(Argentina/Chile, 2013)

Guión y dirección: Lorena Giachino Torréns. Elenco: René Valdés “Timoteo”, Juvenal Rubio Sánchez. Producción: Paola Castillo. Distribuidora: Cine Tren. Duración: 75 minutos.

No estaría mal tener el influyente ensayo de Susan Sontag Notas sobre lo camp (1984) a mano a la hora de aproximarse al documental El Gran Circo Pobre de Timoteo, producido en el 2013 y que recién ahora se puede ver en algunas salas de la ciudad. En primera instancia, porque el material de trabajo del film, el mítico Circo Show Timoteo —espectáculo que tiene más de 40 años de estar rodando tierras chilenas— es justamente un ejemplo exacerbado (aún más) de la sensibilidad camp. Luego, y no menos importante, para comprender por qué es que el documental fracasa.

Dice Sontag: “La esencia de lo camp es el amor a lo no natural: al artificio y la exageración”. Plumas, boas, travestismos, lentejuelas. Se trata ésta de una sensibilidad que subraya lo superficial, en tanto sensual y esteticista, con un completo desdén hacia el contenido. Todos elementos que se reconocen perfectamente en el Circo que lidera el protagonista del documental, René Valdés “Timoteo”. El espectáculo busca efectos y los consigue, casi siempre de manera al mismo tiempo vulgar y naíf. Los disfraces de los transformistas, la música, las flores plásticas, los excesos visuales, todos en pos de lograr texturas y reacciones en la audiencia, aunque estas decisiones hayan sido intuitivas o inconscientes. Sin duda, esta aglomeración de códigos campy fueron el anzuelo que atrapó a la directora y guionista Lorena Giachino Torréns para querer embarcarse en este proyecto. Pero como el amor tiende a nublar el juicio, parece que a la cineaste se le escapó otra de las máximas del manifiesto de la Sontag: “El camp lo ve todo entre comillas… Es la más alta expresión, en la sensibilidad, de la metáfora de la vida como teatro.”

Y es que la trama o cualquier delgadísimo hilo argumental que podría sostener el interés por la historia que cuenta El Gran Circo Pobre de Timoteo, si no se perdió del todo a causa de la deficiente mezcla de audio, se cae a pedazos como la carpa con la que Valdés intenta modernizar su espectáculo. ¿Por qué? Porque la gravitas con la que Giachino Torréns carga los episodios siempre se siente forzada y anti-camp. Es decir, al documental le faltan comillas. Los ingredientes están ahí: lo pintoresco y kitsch, la marginalidad cultural, el sentido de comunidad de estos gitanos modernos, están ahí pero injustamente mezclados. Al final, el tono del documental resulta torpe y no se termina de entender la intención detrás de la obra. Porque a diferencia del documental, el Circo Show Timoteo es arte que, diría Sontag, “quiere ser serio pero que sin embargo no puede ser tomado enteramente en serio porque es «demasiado»”. Lo que es demasiado es que se le pida al espectador del documental exactamente lo contrario.

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© Andrés Aguilar Q., 2017 | @andresaguilar1

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

 

“Pa’ mí que cuando uno se muere, se muere (…) Yo me fijo en los animalitos y nosotros somos animales”, dice Timoteo justo cuando acaban de armar la carpa para una de las presentaciones del circo. ¿Acaso la muerte merodee, desde el comienzo, esta escena de la carpa que centra entre líneas rojas y amarillas a Timoteo mientras surca por los cielos un pajarito casi sin que lo notemos?

El documental procura responder la pregunta de si la dificultad de mantener el circo de Timoteo después de cuarenta años de existencia es un impedimento o un sencillo reto de la cotidianidad. Vemos la interacción entre sus integrantes, vemos cómo arman los fierros para cada uno de los espectáculos; todo esto visto desde la perspectiva de los detalles. No hay grandilocuencia en la narración, sino atención a lo que cantan y rezan los integrantes circenses.

Cuando en la gira final presentada en el documental uno de los participantes canta en escena “Soy lo que soy” a medida que se va desnudando mientras los demás integrantes tararean la canción desde tras bastidores, estamos ante el reconocimiento de una trayectoria de vida. Si bien es cierto que la película tarda en tomar cuerpo por la narración en apariencia dispersa, al final hay un canto al oficio circense de este conjunto de hombres transformistas más allá de la posible ridiculez de hacerlo a la “avanzada edad” de algunos. Éste no es un documental para avalar su oficio, sino para reconocer lo celebrado en sus espectáculos.

De a poco, entre risas, se va trazando el melodrama en el documental. En escena, uno de los participantes canta “Esa lágrima que brota en el fondo de mi corazón”, mientras Timoteo (René Valdés fuera de las tablas) reza a la virgen. Y en esta escena que alterna canto y rezo notamos como espectadores un quiebre en los chistes y recorridos vistos.

Y así desembocamos, con cierto melodrama, al final lluvioso donde, entre silencios de los participantes y los ecos del show, descubrimos la inquietud que nos venía esbozando el documental a los espectadores. La salud va de la mano del arte. Lorena Giachino escamotea esta certeza cuando Timoteo gira incesantemente una botellita en sus manos se reúne con sus compañeros para hablar. El canto final de Timoteo del verso “El viento aquí se ha llevado un lamento de mi corazón” invita al sentido de que el arte, como el clima, expele los dolores del cuerpo.

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© Eduardo Elechiguerra Rodríguez, 2017 | @EElechiguerra

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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