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El Gran Simulador

El Gran Simulador

El Gran Simulador (Argentina, 2013)

Dirección: Néstor Frenkel. Duración: 76 minutos.

“Hay que aprender a aprender a aprender”

Una de las grandes habilidades que posee Frenkel como documentalista, es la de crear de la persona, un personaje inolvidable , sumamente cinematográfico y divertido. En este caso, con René Lavand, el ilusionista. El film contiene material de archivo inteligentemente seleccionado y mostrado. La obsesión de Frenkel por los detalles recae por ejemplo en la presencia de esa melancolía a lo largo del film, en el pequeño momento en el cual la mujer del mago ve en un VHS una presentación de su marido. En las charlas de la pareja durante las comidas, y en la estructura del film: esa mano que él espera que llegue de Mar del Plata, y que cuando termina la película, no sabemos qué pasó con ella, si la recibió o no.

El juego entre realidad y ficción se hace evidente y entonces nos preguntamos cuánto de lo que vemos y de lo que se nos cuenta es verdadero. Frenkel muestra material de archivo de una entrevista en la cual nuestro protagonista le cuenta al entrevistador una numerosa cantidad de versiones que ha escuchado sobre cómo perdió su mano derecha y todas pueden ser reales, o ninguna. Eso es lo que mantiene el misterio sobre el personaje y cuando por fin confiesa a cámara su versión, la “real” de cómo la perdió, no sabemos tampoco si es cierta. La ficción toma forma en blanco y negro, -dentro del formato documental- cuando René lee el cuento que escribió su amigo y lo visualizamos: la historia de un soberbio croupier que creía tener el poder de ganarle al azar, y que salieran los números que él quería en la ruleta.  A medida que avanza el metraje, se va esclareciendo cada vez más la presencia del director, del truco, la mano que domina la baraja de cartas que es su puesta en escena. Se escucha su voz fuera de campo, vemos la cámara, el set, y sobre todo queda al descubierto la manipulación.

“René Lavand se comió a Héctor René Lavandera”, dice el mago. Ahí se encuentra la belleza de este documental: en el juego, en la creación de la ilusión, del personaje, de una historia. La creación de la magia, y del cine.

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Cuando un personaje es tan rico, ya sea por su personalidad cómo en la historia que le tocó vivir, esto vendría a ser muy apropiado para realizar una película documental, más aun con el carisma que tiene el mítico ilusionista argentino René Lavand. La cuestión es que si a parte del gran registro que se puede conseguir a partir del universo entorno al maestro de los trucos de naipes, hay que decir que con El Gran Simulador, Néstor Frenkel le agrega una particular y virtuosa manera de narración cinematográfica, que hace que los sucesos, a parte de interesantes, sean de lo más llevaderos.

Entre destacados videos de archivo y los entretenidos y reveladores comentarios de Lavand, hacen que esta obra sea de un carácter muy particular, ya que El Gran Simulador lleva al espectador a distintos aspectos de la vida de quién es retratado, desde diversas anécdotas hasta los momentos más agradables de la cotidianeidad del ilusionista, lo que le da un deje sumamente cómico y de complicidad hacia el personaje, para terminar redondeando otro gran trabajo en la filmografía de Frenkel.

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El gran simulador relata, en forma de documental, la vida de René
Lavand. Para quienes no conozcan esta figura (podríamos suponer una gran parte
del público joven del BAFICI), se trata de una eminencia en el ilusionismo
nacional. Frenkel extrae de los testimonios del ilusionista (nunca le digan
“mago”) pensamientos, recuerdos, miedos y ocurrencias de la vida
cotidiana para formar una suerte de memoria fílmica de una vida marcada por el
engaño y el mito. Engaño por, naturalmente, su trabajo; mito, por la
construcción que se tejió alrededor de su figura (de la que sobresale no tener
mano derecha y las sospechas sobre qué le ocurrió).

Hay algo universal en el film de Frenkel. Algo que -en
su tono, composición, presentación- lo acerca a toda clase de público. La sala
llena de jóvenes disfrutaba cada una de las ocurrentes intervenciones de
Lavand, posiblemente sorprendidos ante una presencia encantadora e irresistible.
Sin embargo, se puede suponer que El gran simulador será disfrutada por
aquellos que compartieron la misma época que el ilusionista (evidencia número
1: mi abuela).

Otro destello de la universalidad de esta película
surge a partir de la atmósfera empleada por Frenkel. Se trata de un documental
cuidado, profesional, prolijo en lo que quiere mostrar y la manera en que hace.
A partir de esta consideración, aparece un problema en El gran simulador.
Todo se supone demasiado simpático y por momentos, cae en simpleza. Por
ejemplo, todos los días llaman a la casa de Lavand pidiendo un remís,
claramente porque el número se parece demasiado. Lavand los insulta y corta.
Esta situación -muy graciosa, hay que aclararlo- se repite hasta en el último
plano de la película.

Sin embargo, cuando Frenkel opera con inteligencia
puede crear escenas muy logradas como la que deposita a Lavand como
protagonista de un cuento que le regala un viejo amigo. Es la historia de un
hombre que debe luchar contra el azar y que, para su sorpresa, termina
ganándole. La secuencia sorprende por su ingenio y por un momento se alía con
el arte de Lavand. El arte de sorprender.


Por Luciano Mariconda

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