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CRÍTICAS - CINE

El Lorax, En Busca de la Trúfula Perdida (Dr. Seuss´ The Lorax)

El Lorax, En Busca de la Trúfula Perdida (Dr. Seuss´The Lorax, Estados Unidos; 2012)

Dirección: Chris Renaud, Kyle Balda. Guión: Ken Daurio, Cinco Paul. Producción: Chris Meledandri, Janet Healy. Elenco (voces): Danny DeVito, Zac Efron, Taylor Swift, Ed Helms, Rob Riggle, Betty White, Jenny Slate. Distribuidora: UIP. Duración: 86 minutos.

“I love Dr. Seuss”

El cine de animación es, hoy por hoy, un caballo de batalla que produce efectos extraordinarios en el público, y que tiene la particularidad de haberse extendido el espectro de visionarios que concurren al goce cinematográfico de sus historias. El consecutivo avance del mundo ha llevado a los productos de animación a una generación de conciencia y de replanteamientos variopintos respecto del mundo cotidiano y sus elementos constitutivos.

Así tuvimos a Buscando a Nemo (Finding Nemo, Estados Unidos, 2003) y su valoración, entre otros tantos tópicos, a la familia y a la amistad; a Cars (Estados Unidos, 2006) versando sobre el camino que conllevan los proyectos y la nostalgia de aquello que fue tiempo atrás; y, dejando muchos filmes sin mencionar pero que merecen nuestro respeto, figura impune una de las mayores obras cinematográficas de la animación mundial: Toy Story (Estados Unidos, 1995) y su alegoría a las etapas de la vida y los precios del crecer.

Entonces, vemos una amplitud temática inconmensurable y emisora de esperanzas y mensajes en los subtextos de la autosuperación, la valoración, la remembranza y la armonización de las distintas facetas de cada uno para con el todo. Siempre, pero siempre, sin tonos edulcorados ni falsa modestia, vemos películas cada vez más crudas, más sinceras y que se corresponden con un mensaje para con la franja etaria que las visione. El Lorax no se eleva como excepción y plantea una temática que, si bien ya se ha tocado y manoseado lo suficiente, se expresa con soltura y elegancia y logra captar la atención, empatizar rápidamente y ser todos los motores de una destrucción que intenta cambiar, nos hace cambiar, nos propone pensar y enseña replantear.

Érase una vez en… La historia se manifiesta en Thneed-Ville, una ciudad enteramente artificial, sin elementos naturales en lo absoluto, todo allí es descartable, vendible, reemplazable y manipulable porque, como en todo universo post-apocalíptico, hay un ser que mueve los hilos del poder y de la cotidianeidad. Por su parte, el relato principal se basa en dos ejes y es en la confluencia de estas líneas donde nace la magia que hace especial a El Lorax. Por un lado, Ted Wiggins, un jovencito enamorado de una chica de secundaria que, acostumbrado a la vida artificial, cambia su forma de ver el universo que lo rodea al cuestionarse que hay más allá, qué pasó con lo que era la verdadera naturaleza del lugar que habita y, reafirmando los postulados de Alejandro Dolina, intenta encontrar un árbol real, el último que queda para ganar el amor de aquella chica tan idílica porque, como dice el escritor “Todo lo que hacemos y decimos es para impresionar o ganar una mujer”. Por otro lado cobra protagonismo la narración de Once-ler, ahora devenido anciano y responsable de la extinción de todo árbol existente excepto del último ejemplar. Este anciano se suma a la historia de Ted cuando este va a su encuentro inducido por su abuela en busca de una respuesta para tal devastación y conocer el secreto de El Lorax, un guardián del bosque que habla por los árboles y viene a cumplir el papel de “voz de la conciencia” y protector de los recursos naturales y humanos en términos adjetivos que todos tenemos dentro.

El Lorax, que si bien es un personaje sin protagonismo pero que todos podemos invocar por ser parte de nosotros, responde a una figura antropomorfa que nos educa en términos ecológicos y explica coloquialmente los procesos por los cuales destruimos todo lo que tocamos por un bien sin un valor real. Pone en evidencia una historia que es nuestra historia y la deja en cuestionamiento constante incluso sin figurar en el cuadro. Somos nuestras creencias.

En términos cinematográficos, tal alegoría se realiza hábilmente con el fin de romper estructuras y utilizar la razón para lo más importante que es la unidad que comprende el todo, la armonía y la paz. Un desenvolvimiento eficaz bajo el abrigo de una estupenda animación y un 3D perfectamente funcional, no como escala de planos, sino como recurso narrativo de aquello que construye el discurso y atraviesa la sensibilidad sin caer en clichés de género ni apelar a lo lacrimógeno del asunto. Una fotografía y paleta colorimétrica de lujo reconstruyen un mundo de ensueños, falso y crítico hacia el real y cotidiano de quien especta el filme, plantea diferencias, sistema de planos y contrastes que alimentan de sentido todo lo que vivimos dentro y fuera de la pantalla.

El Lorax no se hace grande por su elenco, no se hace grande por sus tres dimensiones, que, hay que reconocerlo, hace a gran parte de la historia, ya que es escupirnos en la cara todas nuestras malas acciones con el simple fin de una reflexión crítica; sino que es grande y grandísima porque apela al “back to basic”, a recordar cómo se crean las cosas, lo endeble de lo material y lo eterno de las conciencias, y propone plantar una semilla en nuestra alma y crecer como la naturaleza que ama y cuida. ¿Subtextos? Si, plagado de subtextos, pero no es el subtexto una película, la película somos nosotros, El Lorax somos, en mayor o en menor medida, todos nosotros.

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