A Sala Llena

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CRÍTICAS - CINE

El Ultimo Elvis

(Argentina, 2012)

Dirección: Armando Bo. Guión: Nicolás Giacobone, Armando Bo. Elenco: John Mc Inerny, Griselda Siciliani, Margarita Lopez. Producción: Steve Golin, Hugo Sigman, Patricio Alvarez Casado, Victor Bo, Armando Bo. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 90 minutos.

Larga Vida al Rey

Tras realizar el guión de Biutiful de Alejandro González Iñarritú con Nicolás Giacobone, Armando Bo, hijo de Victor y nieto del director de India (que también se presenta en el Festival), inaugura el BAFICI con una ópera prima de bastante producción que cuenta con el apoyo de Telefé y del director de Amores Perros.

El Último Elvis tiene un gran personaje: John McInerny, uno de los mejores imitadores de Elvis en el mundo. ¿Cuánto hay de verdad en la historia de John (actor) con la del personaje que interpreta, Carlos Gutierrez? No lo sé. Lo cierto es que el imitador convertido en actor hace un debut devastador y es el motor principal de un film oscuro, melancólico que gana gracias al carisma del intérprete que vive y respira como Elvis, y la química que tiene con el personaje de su hija, fascinante y natural Margarita López.

Carlos Gutierrez se cree Elvis en todo sentido, pero vive en Avellaneda. Le adeudan plata de varios shows, tiene un carácter fuerte e impetuoso, y le debe plata a su ex mujer Priscilla (Griselda Siciliani) por la custodia de su hija Lisa Maire. Mientras prepara, según anuncia, su mejor show, debe cuidar a Lisa Marie mucho más tiempo del que suele hacerlo, mostrando otra faceta de su personalidad.

Armando Bo arma un dramón, que logra conmover y no desbordarse a pesar de los golpes de efecto, gracias a las interpretaciones. Los números musicales en que se muestra a Carlos/ John imitando a Elvis, son realmente asombrosos, por la energía y el parecido que guarda actor/personaje con el rey del rock.

Pero la película no se queda solamente con el drama de su protagonista, que vive como si fueran los años ’60 o ’70 (sino fuera porque usa celular se podría decir que la película sucede en tiempos de la dictadura casi), sino que muestra el universo de los imitadores musicales, crea incluso un sindicato de imitadores por donde rondan Freddie Mercury, Axel Rose, John Lennon e incluso Britney Spears. Dicho tema fue visto, con una reflexión similar en Mr. Lonely de Harmony Korine, pero a diferencia de esta película, Bo se centra en un solo personaje divido en su fanatismo por su alter ego, el padre responsable, el hombre que quiere recuperar su familia.

Bo cuida mucho la imagen de la obra. Javier Juliá (Iluminados por el Fuego) hace un gran trabajo estilístico con la fotografía, es notable el diseño de vestuario, el sonido, el clima lúgubre que logra Bo. Está muy cuidada la búsqueda de locaciones, acorde con el tono melancólico y cierta nostalgia. La película tiene una imagen parecida al color casi ocre de las fotos de los ’70. Pero dejando de lado los aspectos técnicos, se trata de un drama intimista clásico.

Lo que hace más ruido, acaso de la película, es el guión. En la última media hora, a la historia le faltan un poco de ideas narrativas. Se apela a un registro casi documental del deambular del personaje, y la escena final está un poco forzada para generar la emoción fácil. Aún así, el producto final no desentona. El resultado, aún con su lado melancólico es positivo y la sensación que deja en el espectador, agradable.

Prestar atención a muchos detalles que son guiños para los fanáticos del rey.

calificacion_3

 

 

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El Trono del Rey

Difícil que algo caiga si nunca subió. El Último Elvis es la historia de un hombre en busca de reconocimiento, de gloria, estados a los que nunca arriba por relegar su vida intentando llevar a cabo la de otro, muy distante. Carlos Gutiérrez (John McInerny) es un obrero que reside en la provincia de Buenos Aires, separado, con una hija a la que sólo lo conecta su nombre: Lisa Marie (Margarita López). Es que Carlos no sueña con ser Elvis, lo es. Porque está en cada detalle, y sigue siéndolo aún en las instancias más dramáticas de su vida. Una vida que fuera de su imaginario resulta ser monótona y gris. No queda muy claro si Carlos quiso tener una hija, a la que impone gustos que corresponden a la verdadera hija del Rey, o si buscó tenerla para conformar el cuadro de su vida alterna.

La premisa resulta muy interesante, quizás la primera mitad de la cinta abunda y redunda en escenas repletas de dobles de otros artistas, aunque se podría justificar por ser el entorno en que se mueve el protagonista. Todos ellos laburantes del entretenimiento, brillando bajo las luces de fiestas de 15, geriátricos, clubs barriales y casamientos. La necesidad de complacencia, contrastada por una vida real sombría, con una iluminación de tono bajo, una música lúgubre y un Carlos/Elvis que carga con un gran pesar: el de su propia existencia.

El problema reside en que a partir de la segunda mitad, la película se vuelve lenta y monótona. Argumentalmente no crece, puede surgir algún que otro momento tenso, pero no hay un in crescendo dramático. Eso hace que termine pareciendo más larga de lo que es, perdiendo el interés que muy bien genera al comienzo.

El debut de John McInerny como actor hay que destacarlo. Sin dudas es un gran imitador y sabe representar la decadencia de Carlos y del mismo Elvis en sus últimos días. A Griselda Siciliani me cuesta creerle, no sé si por su operación, por su actuación o porque es la mujer de Suar, pero hay algo en ella que nunca logra conectarme, sin embargo la pequeña Margarita López corrige cualquier molestia y funciona mucho mejor cuando está con él.

calificacion_3

 

 

Por Nuria Silva

 

El rey del shock

Ya se ha repetido hasta el hartazgo: Armando Bo es el nieto del homónimo director de las películas de Isabel Sarli, viene de la publicidad y co-escribió el guión de Biutiful, de González Iñárritu. Con este prontuario (y dado que ciertos talentos no se heredan), uno bien puede prepararse para presenciar una de las peores películas del año. Pero no; afortunadamente El último Elvis está lejos de ser eso. El asunto es que no puedo compartir los entusiasmos que, según leo, se andan volcando por ahí. Se trata de una película, de estructura bastante clásica, que narra la historia de Carlos, un imitador profesional de Elvis venido a menos, que da shows en lugares decadentes, al que todo parece salirle mal (incluso el intento de acercamiento a su ex mujer, y especialmente a su hija) y que durante la película buscará alguna forma de redención. Pero eso no es todo: Carlos, si bien no parece estar demente, lleva su obsesión al extremo, al punto de negar su identidad y creer muchas veces que realmente es Elvis. Argumentalmente la película se mueve entre esos polos narrativos con cierta solvencia sin pretender nada más. Acá no se trata de señalar ningún estado de las cosas ni de establecer ninguna metáfora con su época (como sí lo hacia la película chilena Tony Manero, prima lejana). El último Elvis es, simplemente, una pequeña fábula algo oscura. El film se sostiene en gran parte por la empatía que logra con su personaje, por sus shows vistosamente filmados y, sobre todo, por la potencia de la música del gran Presley. Pero no por eso deja de ser una película con cierto espíritu “indie qualité”, con ambición comercial, popular y de exportación, apenas disimulada bajo su pátina de historia mínima, de escasos personajes y de un marcado costumbrismo. En este sentido -y para poner un ejemplo claro- su tema y estructura recuerdan a El Luchador de Arronofsky (otra película “indie qualité” que me encanta, aclaro).

Así, el film de Bo adopta ciertos recursos, encuadres, movimientos de cámara y climas propios de un cine más pensante y “prestigioso”, pero resulta una película algo indecisa en su puesta en escena, ya que a esos elementos (algunos virtuosos) les suma otros que pertenecen al cine nacional más rancio: subrayados, miserabilismo (lo’ fideo’ con tuco), patetismo (la reunión de imitadores) y actuaciones inverosímiles en plan televisivo (Siciliani con el pelo excesivamente sucio y desgreñado, comiéndose las eses). En ese desequilibrio e indecisión, en esa falta de identidad análoga a la de su personaje, es dónde la película comienza a perder fuerza.

En este punto es imposible no hablar de su protagonista, en quién recae el peso de la totalidad del film y, por tanto, de quien depende gran parte de su factura. John McInerny es –se dice- uno de los mejores imitadores de Elvis del país. Es decir, algo similar al papel que representa en el film (digo similar porque acá es un imitador sin éxito que, por momentos, aunque canta en un perfecto inglés, no lo “saca” del todo bien a Elvis). Pero McInerny no es actor, y eso se nota muchísimo en una película que no parece construida para un no actor. Y esto abre un interrogante: ¿no hubiera sido mejor, acaso, que Bo se abocara a realizar un documental sobre ese personaje fascinante que es (el verdadero) McInerny, o bien que utilizara a un actor probado para su ficción, usando la voz de McInerny a la hora de cantar? No lo sabemos, pero quizás esto esté relacionado con lo más atractivo del tema y la película: la (buscada o no) reflexión acerca del original y la copia o, más que eso, el difuso límite entre ficción y realidad, en este caso el que puede operar en la mente de una persona de conducta obsesiva.

Sin embargo, el mayor problema (problema como algo a debatir, a repensar, y no sólo un mero defecto) de El último Elvis es su final. Ahí es donde la película, al igual que su personaje, parece perder lo poco –bueno o digno- que había cosechado hasta entonces. No porque esté bien o mal, porque sea verosímil o inverosímil (lo es: la seguridad de Graceland debe ser como la de la NASA), o porque a uno le guste o no, sino porque se nota demasiado que es desde allí desde donde se partió para construir toda la película. Y que lo que en su desarrollo parecía ambigüedad era realmente una manera zigzagueante de ir rumbo hacia una clausura de un sentido cuasi dictatorial que no deja lugar para la reflexión. Por eso Carlos va y viene, parece querer recuperar a su hija, luego no y así, hasta que el destino fatal de un guión de hierro lo lleva por otros rumbos que –repito-, por cómo están resueltos, parecen obedecer más a una búsqueda de la idea que a un deseo genuino del personaje (sin hablar del espectador).

Pese a cierto sabor a traición, ese final no es en absoluto incoherente con lo que se venía narrando hasta entonces: el problema está en la forma. Es un desenlace que se ve venir al menos 30 minutos antes de terminada la película. Es más, el mismo personaje (y no las imágenes) nos dice dos o tres veces a lo largo del film que “algo grande va a pasar”. La única “pista” concreta que nos da una resolución visual de la película es la compra de un pasaje de avión. En esa escena se nos dan indicios de lo que puede llegar a estar pasando, al mismo tiempo que se nos retacea información. En esa escena incluso pareciera que estamos asistiendo a un thriller. Pero El último Elvis no pertenece a ese género, y esa apuesta a la sorpresa final, a shockear al espectador, es lo que más atenta contra el resultado final, lastrando al resto del relato como una suerte de agujero negro narrativo.

Párrafo aparte (y final, porque es lo mejor) merece la niña Margarita López. Su actuación, basada en miradas que dicen mucho más que las palabras del resto del elenco, resulta una sonrisa que ilumina la oscuridad del film. Su interpretación, además, se inscribe entre lo mejor que ha dado un actor infantil argentino en años (quizás exceptuando a los chicos de Una semana solos). Una presencia encantadora que la película desaprovecha obedeciendo -de nuevo- a un guión que decide abandonarla demasiado pronto. Uno de los tantos desaciertos en esta película que, en más de un sentido y desgraciadamente, desafina bastante.

calificacion_3

 

 

Por Leonardo Gutierrez

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