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CRÍTICAS - CINE

Esperando al mar

ISTMO HACIA LO INDECIBLE 

Los co-realizadores se reúnen para explorar, a través de Azizbek, la comunidad donde estuvo el Mar de Aral. El protagonista enfrenta, junto a las enseñanzas de su abuelo y sus amistades, a la mayor catástrofe ecológica.

En la obra solo sabemos el nombre Muynaq por los créditos. Los realizadores optan por otros caminos para que sintamos tal crisis. Esta discreción nominal respeta la pérdida: el lugar se convierte así en las reflexiones y anhelos de los residentes. A la vez, escuchamos preguntas irrespondibles durante cortes a negro. Tales “ausencias de imagen” hacen persistente la confesión del Azizbek narrador. Y aisla. Poco a poco la profunda lejanía entre lo-que-debería-mostrar-imagen y nosotros es sorpresivamente otra. Ella podría sentirse en la geografía retratada, las escasas palabras, el idioma uzbeko y la cámara ubicada con frecuencia al ras del piso.

En Hermanas de los árboles (2018) Lucas Peñafort había compartido funciones de realización, junto a Camila Menéndez, también desde un “contexto foráneo”. Ambientaron la historia en torno a la labor comunal sembrando ciento once árboles cuando nacieron sus hijas en la India. Aquella sensibilidad está agudizada de nuevo acá por el trabajo sonoro y el guion del realizador mendocino entreviendo un panorama más desalentador. Aquí la negligencia humana ha aislado a la población. Por eso, la llanura sonora en el material de archivo al principio y al final contrastan cuando Peñafort y su equipo trabajan luego un entorno aural más complejo.

A su ritmo entonces lo innominado e inimaginable despierta un sentimiento de esperar algo sin retorno. El acá montajista Martín Solá utiliza para ello, aparte de los cortes y ya avanzada la narración, el plano/contraplano. Si hemos acordado que toda película hace a su espectador su plano final, este mundo se nos hace reconocible, relativamente cercano de acuerdo a tal dinámica. Los contraplanos en Esperando al mar escasean para ahondar, entre aquellas “vueltas a negro”, en las carencias comunitarias y, también, las del cine. En vez de sentirse un mundo aislado, surge una denuncia gracias a las sutilezas trabajadas mientras el narrador habla con un tono más fuerte que un susurro y más suave que una exigencia. Ambos extremos, el de la firmeza y el de la suavidad, serían una indiscreción. Al indicar los límites audiovisuales del arte, queda clara la certeza de lo que cada personaje o espectador se debe hacer cargo como mejor pueda.

Por otro lado, la brevedad hace de la rutina y la incertidumbre algo apenas tolerable. El barco oxidado, abandonado en la arena, será frecuente para simbolizar esa negligencia sin rumbo. Además enmarcando el paisaje entre ventanas de distintos transportes que recorren Muynaq, Fernando González encuadra una mayor distancia con respecto a nosotros. A la par, imagen y narración restituyen un sitio vinculable a la memoria antes que a la geografía. Todos estos giros técnicos son acordes a nuestro anhelo como espectadores de tal pérdidas. Desde las nuestras, seamos inmigrantes, hijos de inmigrantes o ciudadanos costeros; asir lo perdido, sea un mar o sus recuerdos, pertenece ahora solo a los alcances inimaginables del arte.

(Argentina, 2024)

Dirección: Lucas Peñafort, Fernando González. Guion: Lucas Peñafort. Duración: 60 minutos.

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