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CRÍTICAS - CINE

Histeria: La Historia del Deseo (Hysteria)

(Inglaterra/ Francia/ Alemania, 2011)

Dirección: Tanya Wexler. Guión: Stephen y Jonah Lisa Dyer. Elenco: Maggie Gyllenhaal, Hugh Dancy, Jonathan Pryce, Felicity Jones, Rupert Everet, Ashley Jensen. Producción: Tracey Becker, Judy Cairo y Sarah Curtis. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 100 minutos.

La necesidad de “sexiar”.

Hoy en día, resulta risible crear tabúes alrededor del sexo, pero todavía los prejuicios siguen estando y, muchas veces, las desinhibiciones son castigadas duramente entre sectores conservadores y religiosos. Si una parte de la sociedad sigue atacando y temiendo a la liberación sexual, condenando prácticas que deberían ser naturales al comportamiento humano, hace dos siglos se tomaba la libido como una aberración y, por lo tanto, si una mujer sentía la necesidad de tener un orgasmo, se pensaba que sufría de alguna enfermedad.

La cura de la “histeria” a fines del siglo XIX es lo que desencadena el argumento de Histeria. La realizadora estadounidense prácticamente novel, Tania Wexler, concreta esta comedia romántica no demasiado inspirada acerca de la historia de un médico -Mortimer Granville (Hugh Dancy)- que es despedido del hospital donde trabajaba por diferencias en los métodos de tratar las enfermedades (sus ideas eran demasiado “modernas” para la época). Así es como este tal Granville termina como ayudante de un doctor especialista en curar la “histeria”. La terapia del doctor Dalrymple consiste en introducir su mano dentro de la “pelvis” de sus pacientes (la mayoría, viudas o solteronas) realizando “masajes” que calman la necesidad sexual de ellas. Claro que para ellas es más estimulante la juventud de Granville que la frialdad de Dalrymple. El doctor (interpretado por un desaprovechado Jonathan Pryce) tiene dos hijas. Una es formal, elegante, culta (Jones); la otra es rebelde, trabaja en un hogar de beneficencia y tiene ideas demasiado “radicales” para las mujeres de la época. Granville se encuentra en medio de ambas, al mismo tiempo que busca una forma de mejorar el tratamiento, lo cual lo llevará a inventar un instrumento, que sigue vigente hasta el día de hoy.

Wexler logra un film demasiado cuidado en la reproducción histórica pero muy básico en lo narrativo. Si bien el tono humorístico nunca cae en golpes bajos, sentimentalismo o melodramas -típicos de estos relatos-, tampoco logra despegarse demasiado de lo que cuenta. No hay metáforas y el humor es bastante anticuado, predecible e incluso aburrido, debido a su falta de ambición o pretensión. Wexler no sabe cómo darle mayor relieve a las escenas. Cae en cada uno de los lugares comunes y clisés de las comedia de época. Es un chiste, que consiste en preguntarse cómo fue la historia del primer consolador, y ahí se queda. Es demasiado inocente en sus intenciones y su puesta de cámara. Y mientras esto sucede, falta provocación, sensualidad. Para estar hablando de sexo, como diría el Maestro John Waters, hace falta “sexiar” (Ver Adictos al Sexo).

Por otro lado, la sátira hacia los prejuicios de la clase alta se limita a un simpático retrato de época, con interpretaciones en piloto automático. No digo que Maggie Gyllenhaal, Dancy o Jones no logren darle cuerpo a sus personajes -porque son buenos actores, solventes- pero pareciera que se limitan a interpretar a sus personajes como lo dice el guión o como se espera de ellos. En ese sentido, el pequeño aporte de Rupert Everett logra destacarse sobre el resto. Puede decirse que, de todos modos, el mayor problema de Histeria es que hay mucho de fórmula y poco de cinismo y que su romance clásico termina atentando contra el mensaje antimisógino, convirtiéndolo incluso en un film prácticamente machista. Una película como Cuerpos Perfectos de Alan Parker (1994) se animaba a ser más crítica de la mirada sobre el sexo a fines del 1800 y principios del 1900. En cambio, esta producción británica es muy naif, ingenua y no se anima a trascender la anécdota. Una bella fotografía y algún que otro chiste suelto no rescatan una obra demasiado vista y monótona.

calificacion_2

Por Rodolfo Weisskirch

 

El lado divertido del placer.

Históricamente, la sexualidad es un tema tabú y lleno de prejuicios; ni hablar de la masturbación, más aún si se trata de esta práctica en la rama femenina. La represión del placer o la liberación de las mujeres en tal sentido son cuestiones que fueron evolucionando con el transcurso de los años, a pesar de que distintas ideologías retrógradas y religiosas sigan imponiéndose en muchos aspectos para que cierta prohibición moral se mantenga, en parte, latente en la actualidad.

En Histeria, film de Tanya Wexler, la cuestión se traslada a fines del siglo XIX, para así explorar el interior femenino de una manera simple pero lo suficientemente paródica y entretenida para ser llevadera. Mortimer Gransville (Hugo Dancy) llega de colaborador al consultorio del Doctor Robert Dalrymple (Jonatahn Pryce), donde éste trata de manera poco ortodoxa los malestares emocionales en las mujeres. A todo esto, el protagonista se ve atraído –aunque de distintas maneras- por las dos hijas de su patrón, la encantadora Emily (Felicity Jones) y la pasional Charlotte (Maggie Gyllenhaal).

El gancho del film de Wexler es cómo gracias a estas distintas relaciones disparatadas entre los personajes Mortimer descubre, de pura casualidad, lo que puede llegar a ser un gran invento para el sexo femenino: lo que se conoce hoy en día como el vibrador eléctrico. Histeria es un film sin demasiadas pretensiones que, mediante una narración lineal y sin muchos sobresaltos, construye, a partir de su simpleza, una interesante comedia. A pesar de que trata un tema controvertido, concreta con total frescura una parodia del recorrido pasional en las mujeres, que resulta efectiva y elocuente para la historia que se quiere contar.

Un punto interesante de la obra, y que hace centrar la atención en la importancia de lo que se quiere enunciar -o sea, la comicidad de los hechos-, es que, a pesar de ser un film de época, Wexler no se obsesiona con los detalles formales. Aquí la fotografía, el vestuario o la construcción arquitectónica del siglo XIX no resultan extravagantes ni pretenden tener un valor primordial. Más bien, esos detalles operan meramente como fondo, como escenario correcto para no salirse del verosímil. Aquí lo más importante para la directora son los diálogos y las relaciones entre los personajes que serán esenciales en el desarrollo del relato cinematográfico que quiere mostrar.

Aunque posea altibajos o no sea del todo llamativa, Histeria es una comedia que cumple con su cometido de entretener, sin hacer hincapié en diferencias sexuales ni nada por el estilo, lo que resulta un acierto. Más bien, Wexler toma diversos tópicos tabú en su recorrido sexual y no se enfoca demasiado en controversias, sino en contar una historia divertida.

calificacion_3

Por Tomás Maito

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