(Reino Unido/ Bélgica/ Holanda, 2015)
Dirección: Daniel Alfredson. Guión: William Brookfield. Elenco: Anthony Hopkins, Sam Worthington, Jim Sturgess, Mark van Eeuwen, David Dencik, Jemima West, Ryan Kwanten, Thomas Cocquerel. Producción: Judy Cairo, Howard Meltzer y Michael A. Simpson. Distribuidora: Energía Entusiasta.Duración: 95 minutos.
Una abducción mundana.
Muchos sentíamos una gran curiosidad en lo que respecta al debut anglosajón de Daniel Alfredson, el responsable detrás de los dos eslabones finales de la trilogía Millennium, La Chica que Soñaba con un Fósforo y un Bidón de Gasolina (Flickan som lekte med elden, 2009) y La Reina en el Palacio de las Corrientes de Aire (Luftslottet som sprängdes, 2009). En El Gran Secuestro de Mr. Heineken (Kidnapping Mr. Heineken, 2015) se aunaban la oportunidad de explotar la experiencia del sueco en el campo de los thrillers y la suya propia de adquirir un “renombre” en la industria estadounidense ayudado por un elenco de estrellas, lo que derivó en una faena bastante literal porque esos dos factores son precisamente los más relevantes de la película.
Frente a un guión correcto aunque no muy inspirado y la escasa incidencia general de las secuencias de acción, el ritmo frenético que impone el director y el desempeño concreto de Anthony Hopkins, Sam Worthington y Jim Sturgess -entre otros tantos- constituyen los verdaderos pilares de este ejercicio clasicista, cuyo título deja en claro desde el vamos la premisa principal. El rapto del magnate cervecero Freddy Heineken en 1983, un derrotero criminal que en su momento conmocionó a toda Europa, ya había sido retratado en la también interesante De Heineken Ontvoering (2011), una propuesta holandesa que eligió el atajo centrado en la ficcionalización de muchos de los detalles concernientes al caso en sí.
Ironías mediante, la versión mainstream es en este sentido menos hollywoodense que la local, ya que el opus de Alfredson está basado en el trabajo de investigación de Peter R. de Vries (un experto en el tema de turno) y el devenir se mantiene fiel a los sucesos reales (en especial se remarca la naturaleza mundana de los captores y la audacia de su iniciativa). Mientras que el primer convite se explayaba en el antes y el después de la abducción, tomándose licencias varias, aquí el relato hace foco en la preparación y el desarrollo: luego de una negativa bancaria a un préstamo para un proyecto relacionado con la construcción, cinco “cuentapropistas” deciden secuestrar a Heineken (ayer Rutger Hauer, hoy Hopkins).
Sin dudas el encanto del film pasa por el apuntalamiento progresivo de la empatía para con el grupo de malhechores, con Worthington y Sturgess a la cabeza, en función de la decisión narrativa de privilegiar la perspectiva -sumamente estresante- de los señores. Si bien tanta linealidad le juega un poco en contra a la película porque deja al descubierto cierta inconsistencia en el background de los personajes y arrima a la obra en su conjunto hacia el terreno de la previsibilidad, es innegable que la energía que inyecta el cineasta permite que nunca decaiga el interés y que la tensión se posicione en un nivel recomendable a lo largo del periplo, circunstancia que confirma definitivamente la sagacidad formal de Alfredson…
Por Emiliano Fernández
Ambición en tiempos de recesión.
A principios de la década del ochenta, Holanda se encontraba, al igual que la mayoría de Europa, en una recesión económica con desempleo. A su vez, la crisis habitacional de Ámsterdam fue uno de los motivos de la radicalización de los métodos de los squatters (okupas), que al igual que en Londres y más tarde en España, identificaban edificios y/ o casas abandonadas o sin uso y las tomaban, cambiando la cerradura y solicitando que se les reconozca el título de propiedad. La organización de los anarcopunks y hippies okupas devino en leyes que protegían su actividad, proponiendo como prioritario el uso de la propiedad improductiva. A pesar de esto, muchos de los complejos habitacionales ocupados han sido desalojados innumerables veces y reocupados una y otra vez en una historia que sigue su curso a medida que se leen estas palabras.
La segunda película sobre la historia del secuestro del empresario cervecero holandés Alfred Heineken se basa en las entrevistas realizadas a uno de los secuestradores y posterior líder de la mafia holandesa, Cor van Hout, y propone una visión del secuestro a partir de la desesperación de un grupo de emprendedores arrinconados por la crisis.
El Gran Secuestro de Mr. Heineken (Kidnapping Mr. Heineken, 2015), el último opus del director sueco Daniel Alfredson, responsable de las dos últimas películas de la saga Millennium, La Chica que Soñaba con un Fósforo y un Bidón de Gasolina (2009) y La Reina en el Palacio de las Corrientes de Aire (2009), comienza con un grupo de amigos cuyo emprendimiento ha colapsado bajo la crisis económica europea. Siguiendo a uno de sus líderes, Willem Holleeder (Sam Worthington), el grupo intenta recuperar uno de los primeros edificios ocupados por el movimiento squatter holandés, típica maniobra de la época solventada por los dueños de los complejos de departamentos para recobrar su propiedad.
Tras fallar en su plan, Cor Van Hout, cuñado de Holleeder y también referente de la banda, propone secuestrar al millonario Alfred Heineken (Anthony Hopkins), uno de los hombres más ricos de Holanda en la época, con el fin hacerse del dinero que necesitan para no trabajar en relación de dependencia. Tras robar un banco para conseguir la financiación necesaria, el grupo comienza con las tareas de logística e inteligencia para llevar a cabo el secuestro y confundir a la policía inculpando del crimen a alguna organización política como las Brigadas Rojas italianas o la organización terrorista alemana Baader Meinhof.
Con gran habilidad, Alfredson explota el carisma de Hopkins y consigue grandes actuaciones del resto del elenco en una obra que intenta reconstruir paso a paso la planificación del secuestro y sus pormenores con gran detallismo. Imponiendo un ritmo ágil a partir de la edición, El Gran Secuestro de Mr. Heineken reconstruye una de las abducciones más importantes e intrépidas de la historia -la cual, a su vez, apuntaló una nueva camada de líderes del crimen organizado en Holanda- para mirar el mundo a través de los ojos desesperados de aquellos que saben lo que es “romperse el lomo” trabajando para un empresario que despide a sus trabajadores sin miramientos cuando la economía va mal.
Por Martín Chiavarino