Lujan (Argentina, 2009)
Dirección y Guión: Raúl Perrone. Elenco: Daniel Rodríguez, Gerardo Luján, Liliana Sagardoy, Marcos Luján., Olga Rodríguez, Osvaldo Giordano. Duración: 86 minutos.
En los distintos afiches de este tríptico de Perrone, que comienza con Luján, sigue con Los Actos Cotidianos y finaliza con Al Final la Vida Sigue Igual, hay una suerte de enunciado retórico en el que el director se pregunta: ¿para qué sigo haciendo cine?, pregunta que parece responderse con la respuesta: no sé, pero no puedo evitarlo.
Muchas veces, el abordaje de pintar la propia aldea tiene que ver con una profunda conexión con el hábitat en el que la vida transcurre, sumado a una enorme capacidad de observación del entorno. El mundo que gira alrededor del ombligo o la vista puesta en su órbita parecen ser las opciones hacia una introspección hecha arte.
Para llevar a cabo esta muestra del mundo, la aldea es Ituzaingó, el lugar elegido por el realizador para vivir y hacer arte. Esto simplemente lo sabemos por su filmografía. Nunca en Luján (ni en ninguna de las otras) tendremos referencias concretas. Luego, el director da su visión del mundo a partir de los espacios cerrados en los que posa su mirada.
Los mosaicos que veremos parten de un mismo eje o esqueleto principal: rincones de casas mejor o peor ubicadas en su geografía, status social, barrio, etc., en los que gente común (llámese, no actores) transitan su cotidianeidad. La mesa del comedor, la cocina y un resquicio de la casa de un conocido son los lugares donde transcurre esta sinécdoque de la vida diaria de cuatro personas. Un matrimonio de unos cincuenta y tantos y un conocido que cada tanto le trae changas a un hombre mucho mayor que vive con la pareja. El hombre con 14 hijos, cuyos nombres recuerda bien en desmedro de la fecha de nacimiento, se nos presenta como alguien cuyo combustible de vida es el trabajo, el que sea y cómo sea dentro de la moral, las buenas costumbres y la honestidad. Claro, la casa, la vida y los sueños se muestran en avanzado grado de resignación. Esta parte del mundo de Perrone parece estancada en el tiempo. Como si esas personas pasaran por la vida establecidas en una rutina cíclica. Dormir, levantarse, lavarse, mate, hablar de la humedad del techo y, de vez en cuando, alguna discusión a volumen bajo.
La mayor virtud de este retrato se encuentra en la sutileza del director para los encuadres de planos cortos, que no dejan ver más allá del vértice de dos paredes, y la habilidad para hacer que los “personajes” simplemente estén instalados en el “set” en un estado natural. Lo que podría significar un alto grado de dificultad, se simplifica y entonces, casi sin darnos cuenta, esas personas nos están contando una historia o, mejor dicho, nos convierten en testigos ocasionales de un fragmento de sus historias. No hay introducción, ni clímax, ni desenlace. Sólo el desarrollo para que nosotros podamos también suponernos parte de este mundo, si nos animamos a mirarnos con este tipo de detenimiento.