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CRÍTICAS - CINE

Miss Peregrine y los Niños Peculiares, según Alejandro Turdó

La dimensión de los niños perdidos

La última década fue un largo derrotero para Tim Burton. Quien supo ser una brisa de aire fresco para el cine de fines de los ’80, con una estética muy particular y un gusto especial por esas historias de personajes poco convencionales, no venía en una buena racha tanto a nivel crítica como en taquilla. Su adaptación del musical Sweeney Todd: El Barbero Demoníaco de la Calle Fleet (Sweeney Todd: The Demon Barber of Fleet Street, 2007), su versión de Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010) y su reciclaje de Sombras Tenebrosas (Dark Shadows, 2012), sumados a la insípida biopic Big Eyes (2014) habían quitado prestigio a ese director que empezó su carrera dibujando para la compañía de Walt Disney.

Es tal vez por eso que Miss Peregrine y los Niños Peculiares (Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children, 2016) viene a levantar un poco los ánimos del bueno de Tim, que si bien en esta ocasión no ofrece una obra maestra a la altura de sus primeros films, al menos muestra señales de mejoría y vuelta en forma.

La historia -basada en la saga de novelas de Ransom Riggs- nos presenta a Jake (Asa Butterfield) un chico que sufre la muerte traumática de su abuelo (Terence Stamp) en circunstancias sospechosas que bordean lo sobrenatural, hecho que parece no llamar la atención de los adultos de su entorno. La relación de cercanía que Jake tenía con su abuelo Abe, quien le contaba historias sobre sus viajes y aventuras en el orfanato donde se crió al lado de otros niños con habilidades muy especiales, se había ido perdiendo con el paso del tiempo; pero su muerte hace que el joven decida viajar a Gales, lugar donde queda dicho orfanato. Al llegar, descubre que todas las historias eran ciertas y conoce a los huéspedes de la casa para niños peculiares, quienes se encuentran atrapados en un loop temporal que los obliga a vivir el mismo día una y otra vez. Al mismo tiempo deben cuidarse de una raza de monstruos deformes que se alimentan de niños peculiares y que quieren utilizar el poder de las Ymbrine (las cuidadoras de los orfanatos con niños especiales) para fines oscuros.

Muchos elementos del relato son reminiscentes de El Joven Manos de Tijera (Edward Scissorhands, 1991), Alicia El País de las Maravillas y Beetlejuice (1988), entre otras obras propiedad de Burton. Al mismo tiempo, las complicaciones del espacio-tiempo nos refieren inmediatamente a El Día de la Marmota (Groundhog Day, 1993), y la importancia del lazo entre Miss Peregrine (Eva Green) tiene un aire muy Mary Poppins.

Con una primera mitad algo lenta, la segunda parte logra mejor ritmo y nos mete de lleno en el conflicto. La soledad, la pérdida de un ser querido y la falta de comunicación del núcleo familiar contemporáneo son tópicos fuertemente construidos desde lo dramático, que agregan una dimensión mucho más compleja dentro de un film que inicialmente asociaríamos con cuestiones un tanto más banales.

El peso dramático también se ve beneficiado por un Burton contenido, pero esto dicho en el mejor de los sentidos. Su impronta estética y su habilidad para dar vida a personajes extravagantes, inmersos en historias que desafían el límite de lo real, nunca eclipsa el desarrollo narrativo, permitiéndonos disfrutar de una historia que despierta nuestra curiosidad al mismo tiempo que no distrae más de lo aconsejable con artilugios visuales. ¿Un indicio de que Tim vuelve a encontrar de a poco el camino?

calificacion_4

 

 

Alejandro Turdó | @aleturdo

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