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CRÍTICAS - CINE

Morir como un Hombre

Morir como un Hombre (Morrer como um Homem, Portugal/Francia, 2010)

Dirección: João Pedro Rodrigues. Guión: João Pedro Rodrigues,  Rui Cataläo. Producción: Maria João Sigalho. Elenco: Fernando Santos, Alexander David, Gonçalo Ferreira de Almeida, Chandra Malatitch, Jenni Larrue. Distribuidora: 791 Cine. Duración: 133 minutos

La Vida es un Calvario

(Advertencia: te cuento un poco el final; a mí me pasó lo mismo pero no me avisaron)

Gamusino: Animal imaginario, cuyo nombre se usa para dar bromas a los cazadores novatos. La broma más habitual consiste en convencer al novato de que el gamusino es un animal esquivo que sólo puede cazarse de noche.

Morir como un Hombre es una de esas películas que me hacen amar aún más el cine y querer hacer crítica. Tiene tantas cosas que no sé ni por dónde empezar.

Tonia es un travesti en constante conflicto con su realidad sexual: el miedo a operarse y cambiar de sexo, por un lado; el deseo de su novio Rosario de que ella se convierta, de una vez por todas, en una mujer, por otro. Durante más de la mitad de la película nos adentramos en el trágico mundo de Tonia: un trabajo como drag queen en un espectáculo que empieza a preferir artistas mas jóvenes que ella; un hijo drogadicto y criminal, con una gran conflictiva de identidad sexual, de la cual responsabiliza a su padre; y, su peor tragedia, su novio Rosario, adicto a la heroína, a quien Tonia trata, a lo largo de toda la película, de rescatar de las drogas. Tonia siente gran devoción por él y es capaz de tolerar hasta las más aberrantes humillaciones y degradaciones, al punto de perdonarlo cuando quema a su amada perrita Agustina.

En un momento determinado, empezamos a ser testigos de cierta transformación en Rosario; comienza a dejar las drogas, vuelve a trabajar (era vestuarista en el espectáculo de Tonia) y empieza a tratar a Tonia de otra forma. La película también empieza a mutar; ya no estamos frente a una historia lúgubre y angustiante, y la tragedia empieza a quedar atrás para dar paso a otra estructura narrativa y a otra estética. Tonia y Rosario se van de viaje, y ese viaje se ve interrumpido por lo que considero el mejor momento de la película, un punto de inflexión, un interludio, a partir del cual nada vuelve a ser lo que era. En el medio de un bosque, en una casa que ya habíamos visto al principio de la película –cuando el hijo de Tonia, en medio de una práctica militar, mata a uno de sus compañeros luego de haber tenido sexo con él– conocemos a María Bakker. Justamente, en la puerta de su casa, está enterrado el soldado “que cayó muerto del cielo”. Y quedamos perplejos, desconcertados, pero a la vez maravillados, ante este personaje exótico, una artista, una cantante, también travesti, que vive con Laura, su ayudante, otro travesti, a quien su padre golpeaba cuando era chica “para hacerla hombre”. No llegamos a entender bien el porqué del encuentro con María Bakker (el director de la película, João Pedro Rodrigues, se refiere a ella como “un doble más sofisticado de Tonia”), pero eso no importa, porque nos zambullimos en esa historia y nos deleitamos ante un sinnúmero de escenas extraordinariamente hermosas y, a la vez, misteriosas. La relación entre María y Laura también es muy extraña, con una mezcla de sumisión, perversión y amor que no llegamos a descifrar del todo. En cierto momento, llega el Dr. Felgueiras y salen todos a cazar gamusinos. ¡Qué escena increíble, por favor!

Un plano fijo, de 4’30’’ de duración, que encuadra a todos los personajes –menos a Tonia que no está presente– sentados en el bosque, con la canción “Calvary” de Baby Dee que suena a todo volumen; toda la pantalla se tiñe de rojo, y nos quedamos ahí, junto con ellos, contemplando el cielo, inmersos en ese momento de éxtasis, paz y profunda dicha. La melodía es terriblemente triste, la letra, desgarradora, y la voz grave de Baby Dee nos trasmite millones de sensaciones, nos llega al alma hasta conmovernos, en una mezcla de Gospel y canción de cuna; y escuchamos una y otra vez los versos y nos transportamos a otro mundo, al mundo de los gamusinos, al mundo de lo imaginario, de lo fantástico.

Baby Dee, una artista transexual de performance, escribe en el blog de uno de sus fans: “…hay una película en cartelera, maravillosamente larga, lúgubre y trágica (llena de sexo gay explícito), que usa una canción mía de una manera sorprendente”. Con respecto a esta escena, Rodrigues dice que la idea era darle a la película un aire de género musical y film mudo, en los cuales la acción se detiene cuando suena la música, y a la vez introducir esta sensación fantasmagórica que brinda el bosque y el misterio que él encierra. El uso de la música en la filmografía de Rodrigues es bastante particular; las canciones acompañan escenas, como la del bosque, de extrema quietud y de cierta experimentación, y en general provocan un quiebre en la estructura narrativa. En muchas escenas, son los personajes quienes interpretan temas musicales, ya sea cantándolos o tarareándolos. Este rasgo, entre otros, hace de Rodrigues un director poco convencional. Si bien muchas veces se lo compara con Pedro Almodóvar, Rodrigues hace brillar sus películas gracias a su audacia, su realismo y su retrato crudo y carnal de las historias que filma, características que lo diferencian del mencionado director español. Tanto en Morir como un Hombre como en sus dos películas anteriores, O Fantasma y Odete, aborda temáticas controversiales (transexualidad, prostitución, homosexualidad, perversión) pero logra escapar de los clichés en los cuales suelen caer las películas de ese estilo. El hecho de no mostrar a Tonia sobre el escenario es una excelente maniobra para escapar del estereotipo del drag queen. En sus películas no hay juicios de valor, no hay apreciaciones morales, solo la representación de la usualmente trágica vida de sus personajes.

Y, volviendo a la magia de la escena de “Calvary”, y como bien dice Baby Dee, la película es todo eso: lúgubre, trágica y sorprendente. Y esa paz y esa serenidad que sentimos a partir de esa escena inundan el resto de la película hasta el final, un final trágico, sin dudas, y conmovedor, en el que Tonia decide, ya que ha vivido como una mujer (o ni siquiera, porque no ha sido “ni carne, ni pescado”), morir como un hombre, con todo el dolor del mundo por no haber podido cumplir su sueño de ser mujer, por no haber podido escapar de su destino, pero con el consuelo de tener a Rosario, incondicional hasta la muerte, junto a ella.

 “Levanta tu cruz y sigue, ¿no me quieres seguir? Despierta, despierta en medio del dolor, despierta en medio del Calvario.”

Por Cecilia Martinez

Tacones Cercanos.

El tercer largometraje del portugués Joao Rodrigues (O Fantasma y Odette), es una de esas películas que requieren de varias horas para procesar y digerir lo visto. La multiplicidad de estímulos y climas que se viven durante esos 130 minutos hacen que uno salga de la sala de cine un tanto shokeado y extraviado por lo presenciado.

Estamos frente a una obra que nos remite a la crudeza casi abyecta de Iñárritú, lo absurdo y tragicómico de Almodóvar y el fuerte componente melodramático de Fassbinder. Durante la mayor parte del tiempo somos testigos del típico realismo europeo pero con altos momentos de un maravilloso onirismo oriental.  Esta ensalada de estímulos, es la esencia misma de un film que transmite lo más singular e incierto de la existencia humana, plagada de dualidades y multiplicidades que se confrontan. Vida y muerte, hombre y mujer, padre y madre, hijo y amante, homo y heterosexualidad. Con todos estos modelos convivimos internamente y, por más que intentemos reprimir alguno de ellos, siempre salen a la luz sin darnos cuenta.

Tonia es una travesti que resiste a realizarse la intervención quirúrgica de cambio de sexo. A pesar que su amado Rosario se lo pide, con el cual ella se somete a las más aberrantes humillaciones, hay un punto donde pone un límite y es ese mismo, el de transformarse biológicamente en una mujer y ceder el único rasgo de virilidad que supuestamente le quedaba (el órgano genital). El hijo de Tonia, Zé Maria es un joven con conflictos importantes en su identidad sexual; reniega de ella, así como reniega de su padre travesti. Zé Maria demanda un padre pero Tonia quiere ser una madre.

La solución para Tonia en este conflicto la encuentra con su enamorado Rosario. Adopta una posición maternal en este vínculo amoroso con un joven adicto a la heroína, que le hace las mil y una, pero ella se banca todo heroicamente, cual madre abnegada e incondicional.

Durante el extenso primer tramo del film, nos adentramos en la dolorosa vida de Tonia, desde un realismo por momentos abrumador que no es fácil de sobrellevar para el espectador. Primerísimos planos detalles, encuadres fijos, varias lindas canciones y, en general, melancólicas que suenan diegéticamente. Rodrígues apela a muchos recursos clisés: personajes marginales; la travesti rubia, cual diva, con su caniche amado; las drag queens competitivas y maliciosas; cierta promiscuidad sexual y, teniendo en cuenta que es un film portugués destinado a festivales internacionales, varios cameos de imágenes de Cristiano Ronaldo.

Lo interesante, viene pasada la hora del relato; hay un cambio estético y narrativo que no sólo es un alivio ante tanta crudeza que se venía tornando insoportable, sino también resignifica esa supuesta obviedad estereotipada del comienzo. El viraje de la historia nos sorprende con una maravillosa fotografía de escenarios naturales, el encuentro con dos nuevos personajes riquísimos, quienes nos hacen reír mucho, después de tantos minutos de tensión. El realismo inquietante inicial le va dando espacio, de a poco, a mayor simbolismo, culminando con una de las escenas más bellas y adorables que se han visto en la pantalla grande: un plano fijo de varios minutos de duración donde todos se quedan estáticos, la iluminación adquiere una tonalidad rojiza, mientras se escucha una muy pero muy hermosa melodía de Baby Dee.

Los personajes ya no serán los mismos, la historia, tampoco, el dolor existencial irá tomando otro rumbo y habrá lugar para nuevas emociones y estados, a pesar de la tragedia inminente. Hasta los trabajos actorales toman otra fuerza; en un primer momento no eran convincentes, cierta dureza de la trama parecía que alienaba a los protagonistas, los cuales se mostraban corporalmente rígidos, pero afortunadamente la cosa cambia y el registro interpretativo transmite verdaderas y nuevas emociones.

Morir como un Hombre no es una película concorde, tampoco es contradictora, es un reflejo de la vida, donde coexisten un sin fin comportamientos aparentemente opuestos en la superficie pero complementarios en lo más profundo. Un hombre tiene que ser bien macho para calzar esos tacos ¿o no?

Por Emiliano Román

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