La letanía de la fortuna.
La ilusión es un motor que mueve las acciones de los hombres, pero anhelar algo puede convertirse también en una obsesión y obnubilar todos los sentidos en el camino. Nebraska (2013) es una comedia dramática en blanco y negro dirigida por Alexander Payne (The Descendants, 2011) que se apoya en la estructura de las road movies para narrar la búsqueda de un propósito en la vida.
Una publicidad fraudulenta acerca de un servicio de subscripción a revistas lleva a un anciano alcohólico al borde de la senilidad a emprender un viaje absurdo a través del frío de Montana hasta el centro de Nebraska con su hijo. En un estilo sobrio pero cínico el humor se tamiza en los huesos cansados de los protagonistas, hartos de las consecuencias de los cambios introducidos en las estructuras del nuevo capitalismo que han dejado a las ciudades periféricas al borde de la bancarrota con una población joven en franco declive que debe emigrar en busca de oportunidades.
En este viaje inconducente, Woody (Bruce Dern) hace una parada en su pueblo natal, Hawthorne, junto a su hijo menor, David (Will Forte). Allí se encuentran con la familia de Woody y sus viejos amigos en un pueblo sumido en la desidia cuya población envejecida es el recuerdo constante de la agonía de la ciudad.
En una especie de malentendido sobre un premio de un millón de dólares que Woody imagina haber ganado, la avaricia, la necesidad, las miserias y el humor se entremezclan para conformar un retrato sobre el infortunio y el decaimiento de las facultades mentales en la vejez y las dificultades de comunicación entre padres e hijos.
Con una fotografía excepcional de parte de Phedon Papamichael, el film avanza junto a una historia que se construye en bares de luces que parpadean y karaokes donde los pueblos van a ahogar su falta de propósito y a socializar tras los duros trabajos de supervivencia en las granjas.
Nebraska es una metáfora sobre la falta de oportunidades, sobre la necesidad de tener algo por lo que vivir. La película es una mirada al pasado, un homenaje a otros tiempos y una postal de la decadencia, pero es también una fotografía sobre la bondad y la inocencia que aún persisten en pequeñas dosis. En la letanía de los pueblos olvidados todos buscan su oportunidad, su ilusión que deviene obsesivamente en una alucinación cuando nos apartamos de los caminos que conducen a los centros y elegimos transitar por las sinuosas carreteras de la periferia.
Por Martín Chiavarino