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CRÍTICAS - CINE

Oz, el Poderoso, según Rodolfo Weisskirch

Sin cerebro, sin corazón, sin valentía.

En algún lugar, más allá del arco iris, se encuentra una tierra mágica imaginada por L. Frank Baum, que forma parte del escenario de una novela infantil que ha sido numerosas veces llevada al cine, la mayoría de ellas, con poca repercusión. Esto se debe, principalmente, a que en 1939, el director Victor Fleming la convirtió en una de las grandes obras maestras de la historia de la cinematografía universal, inmortalizando a su estrella, y al tema musical de la película.

Por esto mismo, y quizás a modo de maldición, siempre le fue muy difícil a otros realizadores emular la obra de Fleming -ni hablar de superarla.- A pesar de eso, en 1979, se realizó una digna versión, muy maltratada por la crítica y el público en general con cantantes y actores afroamericanos como Diana Ross, Michael Jackson y Richard Pryor como el mago, con canciones y música de Quincy Jones, y dirigida por el maestro Sidney Lumet. Ahora, tres décadas más tarde, Hollywood se vuelve a interesar por la obra de Baum, tras el suceso del musical Wicked (que ya se está empezando a filmar) y de la exitosa adaptación de Alicia en el País de las Maravillas de Burton. Teniendo en cuenta esto Disney decide re imaginar El Mago de Oz, en forma de precuela narrando justamente, la llegada del mago a la Ciudad Esmeralda.

Acaso para no repetir la fórmula, decidieron no convocar nuevamente a Burton (aunque si Abrams agarró Star Trek y Star Wars, Burton podría haberse vendido también), y llamaron a lo más cercano que tenían a mano sin proyectos: Sam Raimi.  Todos pensábamos que Sam volvería con el terror debido al auspicioso film Arrástrame al Infierno, pero en vez de eso prefirió el viaje seguro al éxito y el resultado es decepcionante. Como he manifestado varias veces, la saga de Peter Parker con el inexpresivo Tobey Maguire me parece boba y aburrida. La primera zafa, la segunda es un bodrio y la tercera es bizarra –lo que no significa que sea buena-. Oz, El Poderoso, tiene lo peor de las tres películas, incluyendo a James Franco.

El comienzo es interesante. Tras una presentación demasiado burtoniana con Danny Elfman de fondo  – Si Burton imita a Dante, Raimi imita a Burton y Drew Goddard a Raimi – pasamos a un feria de Kansas, donde conocemos a este flojo mago mujeriego que crea ilusiones. Cuando un tornado azota el circo, Oz, sale volando en su globo – hay una banal excusa romántica en el medio – y termina, a lo Dorothy en el medio del susodicho tornado, atacado por objetos que cobran vida al mejor estilo saga de Diábolico (Evil Dead). Este comienzo en blanco y negro, y formato 4:3, rememora, junto con otros elementos (personajes, objetos) al comienzo del film de Fleming. Excepto que aquí Franco no canta “Somewhere Over the Rainbow” sino que pasa a través de un arco iris. Ni bien llega a Oz el film se vuelve panorámico y en colores, emulando forzadamente al film original. La cuestión es que acá la excusa de este viaje es muy débil. Oz debe escapar por una confusión casi chaplinesca mientras que en la original la protagonista deseaba escapar de su hogar, y esto se convertía en la moraleja del film (aunque un hogar no tenga colores, es tu hogar y no hay mejor lugar que el hogar). Desde el comienzo el film de Raimi, cuenta con incoherencias e ineptitudes de este estilo, que a menos que vaya a haber una secuela – es muy posible teniendo en cuenta el final – no justifica muchas de las acciones que se ven en el comienzo y termina conectando erróneamente con la película de 1939.

Ya habiendo llegado a Oz se nos presenta una tierra digitalizada más artificial que la Pandora de Cameron, la isla de las zuricatas del último film de Ang Lee, o la Wonderland del film de Burton. El principal problema es la dirección de actores. Falla completamente la interacción de efectos digitales y artistas de carne y hueso a excepción de los diálogos con el personaje del mono Finley, al que Zack Braff le pone la voz. La química entre Franco y este personaje, a su vez, funciona mejor que la que tiene con las tres brujas que lo rodean a Oz. En el resto de las escenas al intérprete de 127 Horas no lo vemos tan mal desde la entrega de los Oscars. Tampoco son muy verosímiles las susodichas brujas que componen las embellecidas Michelle Williams, Mila Kunis y Rachel Weisz. Ninguna logra lucirse demasiado. A la actriz de That’s 70s Show le toca el mejor personaje, y tiene un par de momentos interesantes, pero una mala caracterización final le quita el mérito que inicialmente tenía.

Por el lado de Raimi no se aporta más que algunas secuencias que parecen inspiradas en ciertos aspectos de la trilogía arácnida. Acá también el debate romántico del personaje entre tres mujeres, lo lleva a ganarse enemistades y poner en peligro al pueblo de Oz. Nunca nos enteramos porque la bruja mala es realmente mala, porque todos los pobladores se quejan pero nunca dicen lo que la bruja les hizo -más que entrenar a un ejército de mandriles con alas-. Por otro lado el humor está bastante presente, pero los chistes son forzados y Franco como comediante solo funciona con Seth Rogen.

Además el ritmo de la película tampoco funciona y desde que el personaje llega a Tierra de Oz hasta promediando la lucha final, el film cae en secuencias muy dialogadas, solemnes e injustificadamente densas y dramáticas. Los guiños entre el mundo real y el fantástico son tan obvios y previsibles que no logran sacar al menos una sonrisa. Al estar concebida para un público adolescente, casi infantil, está el lenguaje demasiado cuidado, y Raimi termina creando un producto ingenuo y naif. Tener un buen principio y un – relativamente ingenioso – final no garantizan una buena película. El guión es pobre, los diálogos malos y sino fuera por la banda de sonido de Danny Elfman uno se quedaría dormido durante la mitad del film.

Aún cuando haya guiños a cada uno de los personajes de la original El Mago de Oz -faltan Totó, Dorothy y sus zapatos rubíes-, estos guiños parecen más gestos de un Raimi que, ausente del terreno conocido, como la niña de Kansas necesite seguir por el camino amarillo, llegar a la Ciudad Esmeralda – Hollywood – y pedirle a algún mago – o ejecutivo – que lo ayude a regresar a su hogar – el género de terror – aunque como bien aprende el personaje de Judy Garland, con voluntad podría haber regresado en el momento que quisiese, siempre y cuando no se deje tentar por los zapatos de rubíes, o el tesoro verde que se encuentra más allá del arco iris.

calificacion_2

Por Rodolfo Weisskirch

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