(Argentina, 2013)
Dirección: Juan Schmidt. Guión: Juan Schmidt, Fabián Roberti y Marcos Vieytes. Elenco: Enrique Papatino, Eduardo Cutuli, Horacio Camandulle Luna, Leandro Cóccaro, José Manuel Espeche, Jorge Booth, Marcelo Sánchez, Pedro Jerez. Producción: Fabián Roberti y Juan Schmidt. Distribuidora:Independiente. Duración: 101 minutos.
Los westerns urbanos constituyen un subgénero en sí mismo, al punto de que surgieron referentes de la talla de John Carpenter, Walter Hill y Michael Mann. Pero también es posible encontrar más buenos ejemplos fuera de los Estados Unidos, basta con recordar la estupenda Un Oso Rojo, de Israel Adrián Caetano. Polvareda sigue esa línea, siempre con una impronta muy suya.
Tras robar una importante financiera, cuatro ladrones llegan al poblado de Polvareda. Allí deberán esperar los documentos y papeles necesarios para cruzar la frontera y ser libres de una vez por todas. Pero, como suele pasar, nada será tan simple: dos de los criminales son originarios de esas calles, por lo que deberán lidiar con cuestiones del pasado. Cuestiones no muy agradables, que podrían estropear los planes del cuarteto. La tensión se hará abrumadora.
La ópera prima de Juan Schmidt funciona como una de vaqueros pero en la actualidad, con hombres duros enfrentándose a situaciones límite, aunque conservando códigos como los de antes. También es posible rastrear influencias del cine de mafiosos asiáticos, principalmente Exiliados, de Johnnie To: los personajes y muchas de sus vivencias, al igual que el tono (a veces calmo, a veces explosivo), son similares a los de aquel enorme film encabezado por Anthony Wong.
La película no está basada en la acción (algo hay, en determinado momento, pero con fines dramáticos), sino que se centra en la intimidad del grupo, donde los momentos de monotonía incluyen pasos de comedia y partidos de fútbol, los que permiten empatizar con el cuarteto; lejos de ser criminales sin alma, se trata de personas con anhelos, con preocupaciones, con demonios internos. Dentro del destacado elenco se lucen Eduardo Cutuli, en el rol de El Mudo, y Horacio Camandulle Luna, protagonista de Gigante, de Adrián Bíniez.
Otro de los aciertos es la locación. Carlos Keen fue elegido para representar a Polvareda, un paraje muy diferente de la ciudad, ya que posee sus propias rutinas, sus propias oscuridades, y además encaja perfectamente con las intenciones de capturar la esencia de los films de Oeste. Casi sin estridencias, y con acento en las actuaciones y en el guión, Polvareda llega para demostrar que, como Un Oso Rojo hace unos años, se pueden hacer grandes westerns modernos y criollos.
Por Matías Orta
Western a la criolla.
Cinco maleantes asaltan una financiera y en el camino uno muere producto de los balazos recibidos en el robo, luego en plena agonía matan una vaca y se hacen un regio asado. Así arranca la ópera prima de Juan Schmidt y nos da un indicio de cómo será el film que presenciaremos. Un western contemporáneo y pampeano, con reminiscencias a Tarantino y Kitano (mucho menos vertiginoso y adrenalínico), donde lo absurdo y desopilante le aportan cierta cuota de humor a lo criminal y tal vez repudiable.
El lugar que eligen para esperar los pasaportes que los hará cruzar la frontera es Polvareda, un pueblo perdido que parece detenido en el tiempo, pero justamente es el lugar de origen de dos hermanos que conforman la banda. Allí serán reconocidos por el comisario, y el pasado que se intenta olvidar retorna y denuncia que es más presente que nunca.
Lo que parece ser una historia de tiros y acción, es un viaje introspectivo a cómo sobrelleva el grupo la espera de esos benditos pasaportes, en medio de una clandestinidad y el reencuentro con un pasado que los trasladaría a un futuro más prometedor. Somos testigos de cómo El Chino, El Mudo, El Gordo y El Facha, cuatro socios, con rasgos de personalidad bien marcados y distintos, juegan un picado, se meten en una pileta con agua no muy limpia y andan en tractor como niños, pero también tienen rispideces y meten la pata en más de una ocasión. Estamos ante un relato que se centra en abordar la dinámica grupal pero sin dejar de lado motivos clásicos del western como el comisario del pueblo y su ayudante inexperto (que intentan agarrar con las manos en la masa a los malhechores), la banda sonora de estilo country y la fotografía de un paisaje rural con esplendorosos crepúsculos, todo ayudado por las sólidas interpretaciones de los cuatro actores que conforman la banda.
Quizás la secuencia de persecución y disparos parezca lo más flojo, asemejándose más a una parodia que a una escena de acción propiamente dicha. Allí la destreza de los protagonistas se transforma en torpeza, pero es probable que lo aparentemente desprolijo haya sido intencional porque es indiscutible el realismo conseguido; y no cabe duda de que tal vez en esta paradoja radique la habilidad narrativa del guión, logrando que la empatía se establezca con los villanos y el espectador realmente desee que en este caso no se haga justicia.
Schmidt viene a aportar un aire de frescura con este relato que se vale de una historia rural de delitos para sumergirse en la subjetividad de los forajidos y en las relaciones interpersonales, a través de un intento lúdico donde las coordenadas del tiempo y del espacio se entrecruzan por líneas divisorias casi invisibles.
Por Emiliano Román