Shame (Reino Unido, 2011)
Dirección: Steve McQueen. Guión: Aby Morgan, Steve McQueen. Producción: Iain Canning, Emile Sherman. Elenco: Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Amy Hargreaves. Distribuidora: Diamond. Duración: 101 minutos.
Crítica previamente publicada con motivo de exhibición en el 49º NYFF:
http://www.asalallenaonline.com.ar/festivales-cine/49o-new-york-film-festival/3187-49o-new-york-film-festival-cronica-no5.html
Segundo largometraje del director Steve McQueen (Hunger), nuevamente colaborando con protagónico del creciente Michael Fassbender, quien tan sólo dos días atrás presentó y brindó conferencia por Un Método Peligroso, de David Cronenberg, donde interpreta a Carl Jung.
El film, de producción inglesa, íntegramente filmado en Nueva York sirve como un retrato de la ciudad y el hombre solitario. Brandon (Fassbender) es un hombre galán, de porte, responsable y profesional, experto en la seducción y adicto al sexo. Su conexión entre el sexo y la mujer con quien lo practique, solo dura minutos, sin tomar parte en una relación o mayor conectividad, apenas intenta concretar una cita, para quizás emprender un mayor involucramiento. Su relación más prospera alcanzó los 4 meses de duración. Su vida doméstica y sexual se ven amenazadas tras el imprevisto de que su hermana menor (Carey Mulligan) acude a convivir con Brandon.
Su mundo comienza a desvanecerse, al igual que sus costumbres adquiridas. Encuentra que su espacio está siendo invadido, ella es despreocupada, desordenada en su vida y no trae más que problemas o requiere atención que Brandon no está con ganas de brindar. Sugestivamente, McQueen se detiene en brindar elementos de una posible y no justificada relación entre hermanos, queda sugerida. La adicción sexual de Brandon, algo que tampoco está explotado al extremo en el film lleva a esta a recorrer lugares, iniciar una búsqueda, a veces placentera y encontrar sus límites personales. Shame, no es una vergüenza, sirve como un perfecto retrato de la vida newyorkina, a pocos días de estar por primera vez en esta magnífica y cosmopolita ciudad, el film casi que recrea hasta los olores de las calles, las marquesinas que se ven habitualmente, distintos barrios significativos, los edificios de oficinas, los bares con espectáculos musicales jazzeros. Lo más destacable del film es ver a Carey Mulligan, en un rol no habitual en su carrera, desprolija y hermosa al mismo tiempo, como una fracasada cantante, entonando “New York, New York”, tan cerca de la Marilyn que dentro de dos nuevas fechas de festival veremos interpretada por Michelle Williams.
Crítica previamente publicada con motivo de exhibición en el 59º Festival de San Sebastián:
El sexo (y el magnífico cine) como adicción. (Zabaltegui – Perlas)
Estábamos sobreaviso tras su paso por Venecia, donde era la gran favorita para hacerse con ese León de Oro que fue a parar a las manos de Sokurov, que la nueva película de Steve McQueen, ese que en su momento nos estremeció sobremanera con Hunger, aquella terrorífica película sobre los presos del IRA y las huelgas de hambre, que Shame iba a ser uno de los platos fuertes de las perlas de Zabaltegui este año, que esta historia de ese atractivo adicto sexual incapaz de reprimir sus instintos que no solo se folla con notable dedicación a toda mujer que le pasa por delante, ya sea pagando o de gratis, sino que pasa su tiempo libre viendo porno en su ordenador o pajeándose en el servicio mientras intenta aislarse de todo, incluyéndose él mismo, sus sentimientos y una conflictiva relación con su hermana prometía ser una de las experiencias del año.
Las altas expectativas a menudo juegan contra las películas. No es el caso de Shame. No solo es una tremenda experiencia tanto por su difícil temática como por la inteligente forma en la que está rodada y construida. Es que nos encontramos delante del que probablemente sea el mayor talento que ha dado el cine europeo en los últimos años, un Steve McQueen que, de seguir en esta línea, va a acabar consiguiendo que con el tiempo alguien se refiera al mítico actor como aquel cuyo nombre coincide con el del director y no viceversa como sucede ahora. Shame es una película estremecedora, dura, indigesta, imprescindible. Su protagonista, un antológico Michael Fassbender (que por cierto viene de camino al Festival… en moto) reciente Copa Volpi al Mejor Actor en Venecia que tiene allanado el camino hacia su nominación al Oscar el año por este papel que viene, consigue algo increíble, que veamos el sexo incontrolado como algo problemático y hasta destructivo. Resulta inconcebible para la práctica totalidad de los varones que un tipo capaz de levantarse con esa pasmosa facilidad a las mujeres más impresionantes, con un trabajo desahogado y una vida fácil en la que no falta ni una hermosa casa ni dinero en la cuenta del banco pueda resultar no un motivo de envidia, como sería lo más lógico, sino más bien de cierta lástima. Insisto, conseguir hacer eso creíble es todo un mérito que no está al alcance de cualquiera.
Pero sí de Steve McQueen, que con una puesta en escena medidísima, una BSO de lo más eficaz, un guión de hierro y una jugosa carta en la manga que responde al nombre de Carey Mulligan, capaz de regalarnos una de las secuencias – la de una muy particular versión del conocido tema “New York, New York” – más desoladoramente hermosas vistas en mucho tiempo desplegando tanta fragilidad como belleza, consigue una película redonda, apabullante tanto en su presentación – ¡esa escena inicial en el metro! – como en su desarrollo. Mueve la cámara McQueen con una elegancia majestuosa creando una atmósfera tan glacial como perturbadora, sabe como pulsar las teclas justas para despertar la complicidad del espectador, jugar con nuestro morbo y sobresaltarnos de vez en cuando con estallidos de violencia verbal que demuestran lo que se cuece bajo esa apariencia de vida perfecta o extemporáneos golpes de humor nervioso que ayudan a aligerar las pesadas cargas de profundidad de una película que, mal medida, habría podido resultar un completo desastre. Muy al contrario, Shame es una obra notable, poderosa, que deja poso en el espectador, con un atrevimiento infinito en la delicada temática que aborda – con eso sí, algún exceso perdonable ante la brillantez del conjunto – y cuya perfecta resolución al viaje al corazón de ese deseo siempre insatisfecho como principal motor de las relaciones humanas pero causante asimismo de la adicción se revela como algo tan incontrolable como interminable. Gran, grandísima película.
Por David Garrido Bazán
Brandon (Michael Fassbender) parece un hombre exitoso. Tiene poco más de treinta años, es atractivo, tiene un buen trabajo, vive en Nueva York, frecuenta la vida nocturna de la ciudad… y se la pasa teniendo sexo. Y mucho. Pero siempre con prostitutas, o con parejas ocasionales, o sexo virtual. Y no para de masturbarse. Es un sexópata, pero también es incapaz de mantener una relación afectiva con una mujer. De hecho, no logra acercarse afectivamente a nadie. Las cosas se complicarán cuando Sissy (Carey Mulligan), su hermana menor, se instala en su departamento. Brandon no podrá evitar perder el control.
Shame, Sin Reservas remite a la filmografía del director Paul Schrader, principalmente Gigoló Americano. En aquella película de 1980, Julian (Richard Gere) vendía su cuerpo a mujeres maduras y ricas de Los Ángeles; su vida es ofrecer sexo y disfrute, pero sin amor. Además de este personaje, es posible rastrear otras obsesiones de Schrader: las complicadas relaciones familiares, la frustración sexual, la autodestrucción. P.S. es un calvinista hecho y derecho (el sexo es visto como pecado). Steve McQueen no llega a esos extremos de condenar al personaje, pero tampoco teme mostrar a Brandon sucumbiendo a su infierno personal.
Hablando del director (que comparte nombre con aquella legendaria estrella de Hollywood), viene de una formación más experimental. Sus influencias son Andy Warhol y la nouvelle vague, además de la pintura y la escultura, disciplinas artísticas en las que también se destaca. Sus primeros cortos fueron en blanco y negro, y mudos, lo que habla de una preocupación por la imagen por sobre las palabras; imágenes que pintan a los personajes y sus actitudes sin necesidad de sobreexplicaciones. Y otro rasgo característico: la valentía para tratar las temáticas más duras de la manera más cruda, tal como se ve en la premiada Hunger, su ópera prima. Shame le permite mostrar la cara mas oscura de Nueva York —alienante, mugrienta— y escenas de sexo realistas. Y no sólo eso: también desnudos frontales masculinos y femeninos, que aún hoy en día siguen siendo tabú en el cine. (El único director que siempre rompió con eso fue el holandés Paul Verhoeven).
Michael Fassbender ya demostró ser un actor con presencia y talento en films tan disímiles como Bastardos sin Gloria y X-Men: Primera Generación. Pero en el rol de Brandon se consagra como un nuevo astro del cine y, sobre todo, como uno de los actores más osados del momento. Su trabajo aquí es contenido, sutil, calculado, inquietante, frío. Además de Julian de Gigoló Americano, el personaje hace pensar en Patrick Bateman, el protagonista de la novela American Psycho, de Bret Easton Ellis, que tuvo su versión cinematográfica con Christian Bale. Brandon no es un asesino serial, pero también reside en La Ciudad que Nunca Duerme y anda por la vida como un ente insensible. Shame es la segunda colaboración de Fassbender con McQueen luego de Hunger, y proyectan seguir trabajando juntos.
Carey Mulligan tampoco se queda atrás. Su personaje es una cantante de jazz que está tan confundida sexualmente como su hermano, aunque a ella sí le queda bastante humanidad. Mulligan no para de crecer ni de arriesgarse, lo que la convierte en una actriz versátil. Por su parte, James Badge Dale es el jefe de Brandon y compañero de aventuras por las noches.
Un detalle no menor es la banda sonora. A la música original de Harry Escott se le suma un breve pero estupendo soundtrack, compuesto por “Rapture”, de Blondie (otra similitud con Gigoló Americano, donde sonaba “Call Me”, de la misma banda liderada por Debbie Harry); “Genius of Love”, de Tom Tom Club, proyecto paralelo de dos por entonces miembros de Talking Heads, y el irresistiblemente bailable “I Want Your Love”, de Chic. Para los oídos más finos, Chet Baker y John Coltraine. Y, como cereza al postre, un impecable cover de “New York, New York” a cargo de Carey Mulligan. Temas musicales adecuados a cada escena y cada personaje.
Shame, Sin Reservas es un fino drama erótico que retrata, de manera descarnada y sincera, la vida moderna en la gran ciudad, y uno de los films más audaces del nuevo milenio.
La soledad
Brandon da vueltas sobre si mismo. Mientras camina por su departamento, desnudo, escucha los mensajes de una insistente mujer que lo desea ver de nuevo. Baja al subte y cruza determinantes miradas con otra. A la noche, tiene relaciones sexuales con una prostituta. Los días se asemejan bastante entre sí: conexiones inconclusas con personas que hacen a su hermética vida. Su existencia cambia con la llegada de su hermana: alguien que se parece demasiado a las tantas mujeres que él ha dejado de lado, junto con cualquier intento de compromiso.
Existen varios méritos en el segundo film de Steve McQueen. Primero porque Shame funciona mejor en términos de profundidad dramática que su opera prima, ya que a diferencia de la multipremiada Hunger, la cámara nunca se despega del protagonista. Por esta razón, no sólo el espectador es testigo de los movimientos sino –y ahí es donde radica lo interesante- también se acerca a la identificación. Mientras tanto, la presentación de los personajes se da de forma directa. Michael Fassbender, aparece desnudo por completo casi ni bien comenzada la película; y Carey Mulligan es sorprendida por su hermano duchándose. Se puede entender que detrás de esta frontal introducción, existe una fuerte filosofía que tiene un correlato con el argumento. Porque para el director, los cuerpos no son importantes. Da la sensación de ser una capa que recubre las verdaderas personalidades. Por eso, cualquier impacto –como el hecho de mostrar los genitales de los protagonistas- queda descartado desde el comienzo. Más adelante se verán estos físicos en diferentes acciones, pero –nuevamente- a McQueen no le interesará buscar el impacto, sino comprender la psicología detrás de cada uno de ellos. Si, por ejemplo, Fassbender aparece sin ropa mientras escucha el mensaje de una mujer es porque el realizador entiende que el mejor modo de mostrar un rechazo al compromiso es mediante la naturalidad que demuestra un cuerpo desnudo.
Es interesante observar la dualidad que existe en la dirección de McQueen. Por un lado, como lo ha demostrado en su primera película (que contiene una escena de 16 minutos sin cortes) es un gran creador de planos secuencias. Es decir, sostiene la tensión de un momento desde su inicio hasta su desenlace sin necesidad de montaje. Sin embargo, está decisión no es estética, sino que está ligada con el conflicto de Brandon. De este modo, el realizador utiliza la extensión del tiempo y el espacio para demostrar que la pareja está destinada al fracaso desde el comienzo. Por ejemplo, la conversación entre él y una mujer en un restaurante permite observar que, detrás de esa charla, la relación no prosperará. A su vez, McQueen utiliza los cortes vinculándolos a la profundidad del protagonista. Por eso, un trío sexual es filmado mediante planos cerrados, que dan la sensación de desconcierto, no tanto en el hecho en si, sino en la mente del personaje, que se derrumba ante su adicción. Resulta notorio el trabajo el director en el aspecto visual siempre en función del relato y nunca para promover cualquier impacto fácil. Por eso, es distinto el tratamiento en Shame que el ofrecido por un experto en imágenes escandalosas como Gaspar Noé, que busca la crudeza, sin interesarse en lo más mínimo por su historia.
Shame contiene algunos puntos de contacto con Psicopata Américano, ese film con Christian Bale sobre un exitoso trabajador, que a su vez, era asesino serial. Lo interesante en ambas películas es que las acciones (en una los asesinatos, en la otra, las escenas de sexo) son, en definitiva, poco importantes en comparación con el discurso propuesto. Y lo que pretenden exhibir es la soledad en el medio de una ciudad tan llena de vitalidad y movimiento social como es Nueva York. No es casual que en las dos historias se acentúe la contradicción entre el prestigio de ser alguien (con trabajo importante y lujoso hogar) con la sensación de aislamiento de los personajes. En una gran escena del film, Carey Mulligan canta una versión hermosa y pausada de New York New York. Lo que se esconde detrás de las lágrimas del rostro del protagonista denotan una vida que desea pero que no podrá conseguir. Porque él, proveniente de otro lugar, nunca será el rey y aunque esté en lo alto de la ciudad, seguirá siendo un alma solitaria.
Por Luciano Mariconda
El trauma del sexo
Shame, nuevo film del realizador británico Steve McQueen, es una de esas películas difíciles, de las que se suelen tildar de controvertidas debido a su propenso contenido erótico, a pesar de que éste sea totalmente justificado para argumentar cada situación que propone el relato.
El film refleja como Brandon (Michael Fassbender), un hombre solitario, pero exitoso en los negocios y de una buena posición económica se encuentra enfermo y desesperado en su terrible adicción al sexo, ya que no sólo quiere acostarse con cualquier mujer que se le cruce, sino que su necesidad onanista contenida entre universos de revistas y videos pornos en internet lo trastornan; pero a todo esto, su vida se enreda aún más cuando recibe la visita de Sissy (Carey Mulligan), su nómada hermana quién le dice que se va a quedar unos día en su departamento.
Como en Hunger, su opera prima, en dónde retrata de la más cruda manera el deterioro de un prisionero hasta su muerte en una huelga de hambre; McQueen vuelve a tomar otro tema tabú si es que los hay en el cine: el sexo. Tampoco es que Shame, en torno a lo que explícitamente expone la imagen, este cerca del aterrador realismo de Saló de Pier Paolo Passolini, el erotismo desenfrenado de El Imperio de los Sentidos de Nagisa Ôshima o el desacatado trash de Pink Flamingos de John Waters; sólo es un drama fuerte y provocador que usa el sexo de manera brillante para expresar cinematográficamente la historia que quiere narrar.
McQueen es un gran creador de situaciones y generador de climas, si con Hunger experimentaba con largísimos y funcionales planos a cámara fija, en Shame retrata la opaca rutina del protagonista para generar un acercamiento a su trauma psicológico, tanto repitiendo motivos a través de las mismas escenas, como exponiendo diversas acciones catalíticas que luego generan ese estado de furia e indiferencia hacia todo lo que no sea su libidinoso deseo.
Shame no es sólo un film sobre el sexo, sino una destacada obra que retrata el delirio sexual de Brandon (que por cierto la interpretación de Fassbender es de un carácter lúcida), retratando una oscura New York, sucia y perturbadora al mejor estilo Taxi Driver de Martin Scorsese. Se puede decir que con su segundo trabajo, McQueen concreta un drama poético y desenfrenado que no da respiro, con una esencia tan real como la vida misma, sin reservas de lo que tiene que mostrar para que cada plano de la película encastre de gran manera en esta provocadora y cinematográfica forma de hacer que no tiene desperdicio.