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CRÍTICAS - CINE

Tata Cedrón, el Regreso de Juancito Caminador

Tata Cedrón, el Regreso de Juancito Caminador (Argentina, 2011)

Dirección y Guión: Fernando Pérez. Producción: Juan Pablo Gugliotta, Nathalia Videla Peña. Duración: 90 minutos.

Una vez, un amigo me contó que su papá le contó que El “Polaco” Goyeneche dijo algo así: “El tango te espera. Es paciente. Cuando menos te lo esperes ahí va a estar para decirte lo que sos”.

No es una verdad de Perogrullo créame y la película Tata Cedrón: el Regreso de Juancito Caminador está para ser descubierta, quererla y nunca olvidarla.

El Jazz y el Tango son la únicas dos músicas en donde el músico puede ser absolutamente libre, por eso no tengo la menor intención de ser lineal en este comentario al estilo de “Había una vez…”.

De todo el material registrado para esta realización, hay dos preguntas que el director eligió para que queden puntualmente hechas y de cuya respuesta se desprende el hilo conductor. Una la hace Miguel Praino (violinista) en un tren que lleva al Cuarteto Cedrón a alguna ciudad de Europa por donde están de gira “la gente nos preguntaba ¿por qué tocan tango?”. El mismo músico luego explicará que cuando el joven cuarteto se exilia en París “pensamos que nos íbamos de gira un rato hasta que se pase todo y luego pegábamos la vuelta… ahora tengo nietos franceses” Una frase terrible y profundamente reflexiva que explica contundentemente el exilio. La segunda es en realidad, un interrogante de Miguel Angel López, el muy joven bandoneonista (andará por los 26-27 años) e integrante del Cuarteto desde 2006: “No sé por qué el Tata Cedrón decidió volverse de Europa… No sé…” (esto ocurre cuando ya se mostró concretamente la fama y el reconocimiento que el artista tiene en el viejo continente).

Las respuestas a ambas preguntas están en este maravilloso documental de Fernando Pérez que con una cámara logra recorrer el camino de Cedrón en su regreso a Buenos Aires después de 30 años de carrera y de ausencia provocada por el exilio allí por 1975. Durante el retorno, el director intercala imágenes de presentaciones en vivo en ciudades como Amsterdam, Genk, Rótterdam o Bruselas en donde el cuarteto es aplaudido a rabiar. Sin embargo, también son imágenes funcionales a la idea de pasado inmediato a medida que nos damos cuenta que el gran músico tomó la decisión de volver para quedarse, para sentir el aroma de Buenos Aires, de sus barrios, de su gente y de su historia.

Usted verá un recorrido emotivo y entrañable por los lugares en los que Cedrón se movía cuando era un adolescente. En cada parada se respira tango. Una verdulería en Villa del Parque; algunas calles de Boedo para llegar al bar El Modelo en donde “viven” Pascual Condito y El Eternauta entre dominó y anécdotas legendarias; el barrio Saavedra que para el músico “se mudó a otro lado” y por supuesto La Boca en donde hay de todo para reconocerse bicho de ciudad. Cada segundo de esta secuencia es de colección con un pasaje fabuloso en el que Cedrón discute con un viejo habitante del barrio sobre discriminación e inmigrantes. La cámara de Fernándo Perez estuvo prendida en el lugar y momento justos. Uno de esos hallazgos que el director como artista manejó con gran intuición. Todas las tomas de La Boca tienen el encuadre justo para espiar a través de una empalizada; o subirse a un puente sobre el riachuelo ayudados por la hermosa dirección de fotografía de “Pigu Gómez”.

Las letras, las anécdotas y la música van construyendo un relato desdoblado sólidamente entre Europa y Argentina. Todo se va convirtiendo en un poderoso magma de sensaciones a flor de piel. Nadie que recorre las calles de Buenos Aires y se detiene a mirarla aunque sea por un instante podrá dejar de emocionarse y entregarse a un paseo por el arte. Hasta la coronación de la llegada es un ejemplo de cómo un documental puede exceder las expectativas al punto de necesitar imperiosamente correr a una disquería o en el mejor de los casos, tomarse un minuto para ver qué dice alguna letra que se escapa del parlante de un taxi. No vaya a ser que le estén golpeando la puerta del corazón y no se de cuenta.

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