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CRÍTICAS - CINE

Valiente, según Cecilia Martínez

(Advertencia: el siguiente texto incluye spoilers)

El sueño de la piba

Así como los hermanos Schoklender cometían parricidio 20 años atrás y Danny De Vito, 6 años más tarde, le pedía a Billy Crystal que tirara a su mamá del tren, en el 2012, Merida, la protagonista de Valiente, convierte a su madre en un oso.

La película funciona porque parte de una premisa básica y universal: todos, en algún momento u otro de nuestras vidas -más bien rondando los últimos años de la niñez y primordialmente en la adolescencia-, quisimos matar a nuestros padres o hacerlos desaparecer. Incluso podíamos idear un plan de venganza por todas las atrocidades que perpetraban contra nosotros (olvidándose de que ellos mismos habían estado, alguna vez, en nuestro lugar) o, simplemente, intentar convertirlos en otra cosa, cualquier cosa menos esos seres desagradables que eran. Y Merida lo logra: convierte a su madre en una osa. Este es un gran punto de giro que uno no ve venir por cómo se va desplegando la estructura narrativa hasta ese momento. Y es un factor sorpresa que le confiere al film un aire refrescante de originalidad y humor.

Esta nueva y flamante madre de Merida es una osa que no se siente osa y que debe aprender a convivir con su nuevo cuerpo y sus nuevas costumbres e instintos, que se le irán despertando sin que ella tenga control sobre ellos. Nada puede hacerse contra la naturaleza del animal. Una vez aceptada la transformación, la película se centra en la nueva relación oso-hija humana -una relación mucho más intima y unida que la que tenían antes- y en cómo las protagonistas se irán modificando la una a la otra. Esta segunda parte es como una road movie sin tanta road pero con mucha transformación y crecimiento interior típicos del genero (y banda sonora que acompaña). Ninguna de las dos será la misma una vez terminada la odisea.

Entonces estamos frente a algo así como Corazón ValienteCorazón de Caballero + cualquier película épica medieval + una road movie + 3D = un buen film de animación que se caga de risa de todo lo anterior. En primer lugar, se parodia de manera brillante a la cultura escocesa: desde el vestuario hasta los paisajes, pasando por el lenguaje, el acento exagerado, los abultados cuerpos otrora musculosos semi-cubiertos por las roñosas kilts, los clanes, las luchas, las costumbres, la manera desaforada de comer y tomar, la gaita -que te la tocan hasta cuando vas al baño- etc… También están satirizadas, desde luego, las tradiciones monárquicas y las figuras reales. Pero estamos frente a una parodia moderna -y eso se nota-; no hay una burla sino una reproducción satírica que juega con el elemento que toma como objeto, pero con una cuota importante de cariño.

Y si bien los chistes y los gags son, en su mayoría, predecibles (como cuando la madre-oso imita a su semejante embalsamado para que no la reconozcan) igual son graciosos; los vemos venir pero nos reímos y acá es donde entra en juego el diseño artístico de Pixar. Los personajes, como siempre, tienen una expresividad increíble y ciertos rasgos y movimientos que los hacen únicos y graciosos; por ende, el humor funciona porque, además, no es pretencioso y es sincero. Los personajes son creíbles, al igual que sus acciones.

Y si de personajes hablamos, otro gran acierto es la inexistencia del príncipe azul. Nuevamente, la trama es original porque evade ese destino casi inevitable de todos los cuentos de princesas, con la cursilería que eso conlleva. Merida es un alma libre, con su cabellera al viento (como lo dice su padre en una gran conversación que mantiene con su esposa, todavía humana), con sus sueños y anhelos que nada tienen que ver con lo que su madre planea para ella, o sea, completamente opuestos a la idea de matrimonio y familia. Y los candidatos que le presentan son tan pero tan ridículamente horribles que terminan por causarnos ternura. Me gusta que la película se haya jugado por condimentos distintos, por elementos originales, totalmente inesperados y muy apreciados por una persona enojada por haber visto demasiado de lo mismo y por no haber podido convertir a su madre, allá lejos y hace tiempo, en un animal peludo.

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