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CRÍTICAS - CINE

Whiplash

(Estados Unidos, 2014)

Dirección y Guión: Damien Chazelle. Elenco: Miles Teller, J.K. Simmons, Paul Reiser, Melissa Benoist, Austin Stowell, Nate Lang, Chris Mulkey, Damon Gupton. Producción: David Lancaster, Michel Litvak, Jason Blum y Helen Estabrook. Distribuidora: UIP. Duración: 107 minutos.

Letanías a la intensidad.

Coronando un período que estuvo marcado por musicales maravillosos como Inside Llewyn Davis: Balada de un Hombre Común (Inside Llewyn Davis, 2013), Frank (2014) y Get on Up (2014), la llegada de Whiplash (2014) a las salas cinematográficas argentinas viene amparada por muchos galardones internacionales y en esencia constituye un acontecimiento sumamente extraño considerando la uniformidad de la cartelera local. La segunda película del hasta ahora anodino Damien Chazelle analiza de manera meticulosa la frontera que separa a la dedicación laboral de los arrebatos compulsivos, poniendo especial énfasis en una lucha de egos signada por la desproporción y una asimilación hegemónica paulatina.

La premisa detrás del film es muy simple y sistematiza el ascenso profesional de Andrew Neiman (Miles Teller), un talentoso baterista de jazz de 19 años que recientemente ingresó al Conservatorio Shaffer, donde llama la atención de una de las figuras míticas del lugar, el profesor Terence Fletcher (J.K. Simmons). Con vistas a formar parte de la banda estable del docente, Andrew se somete tanto a un régimen autoimpuesto de prácticas que bordean el masoquismo como al abuso psicológico del propio Fletcher, quien de a poco va revelando una estrategia extremadamente sádica vinculada a presionar a sus alumnos más allá de los límites de la tolerancia en pos de la consecución de una genialidad empardada al sacrificio.

Si bien la idea principal pertenece a Chazelle y sin la pretensión de restarle méritos ante una obra tan redonda y apasionante, debemos aclarar que aquí los que se llevan las palmas son los actores y los técnicos. La fotografía de Sharone Meir y la edición de Tom Cross son las vedettes de las escenas centradas en los ensayos, los certámenes y la dinámica general del hostigamiento. El desempeño de los dos protagonistas es francamente extraordinario: Teller aprovecha los rasgos obsesivos de su personaje y Simmons construye un villano antológico que le debe mucho a los insultos y vejaciones de aquel Sargento Hartman que supo componer un exacerbado R. Lee Ermey en Nacido para Matar (Full Metal Jacket, 1987).

De hecho, la propuesta en ocasiones quiebra su verosímil a través de la introducción sutil de hipérboles visuales y/ o relacionadas con la crueldad, deslices que por cierto están compensados mediante un cúmulo de consideraciones nihilistas acerca de la ética de trabajo individual, las competencias intra campo, el rol concreto del mentor, los vaivenes anímicos al momento de los exámenes, el adecuamiento forzoso a la academia, los claroscuros de la abnegación y esa necesidad de defender nuestra vocación ante los ataques del entorno. Whiplash es una anomalía prodigiosa que pone en perspectiva ese instante cuando la intensidad y la pedagogía se transforman en locura institucionalizada a punto de estallar…

calificacion_4

Por Emiliano Fernández

 

Pedagogía de la grandeza.

La educación puede elevarnos hacía una apertura de caminos o inculcarnos una disciplina que nos permita alcanzar una habilidad extraordinaria, o simplemente homogeneizar y pasteurizar nuestras experiencias para llevarnos hacia una mediocridad que no nos permita construir nuevas formas de percibir, sentir, mirar y habitar el mundo. Bajo esta premisa surge Whiplash (2014), la segunda película de Damien Chazelle, que explora brutalmente las reglas del éxito en el restringido mundo del jazz a partir de la relación entre un profesor de música y un joven baterista de su orquesta.

Andrew Neiman (Miles Teller) es un taciturno, retraído y talentoso baterista que busca trascender en el jazz bajo el influjo de las grandes personalidades del género como Bernard “Buddy” Rich. Tras entrar en uno de los mejores conservatorios de jazz de Estados Unidos, el docente más exigente de la institución, Terence Fletcher (J.K. Simmons) lo selecciona para su orquesta y comienza un severo entrenamiento que lo llevará a un colapso nervioso y a la adopción de posturas cínicas, psicópatas y agresivas.

Sostenida en las grandes actuaciones de Teller y Simmons y una excelente dirección de Chazelle, el opus construye una metáfora dialéctica que pone en debate la tensión entre la necesidad del rigor educativo para lograr un esfuerzo extraordinario y la búsqueda de una destreza que alcance la grandeza, sin dejar de lado las consecuencias psicológicas de estas prácticas educativas para los jóvenes sin el temple para soportar ese nivel de exigencia.

De esta forma, Whiplash construye paso a paso -a partir de un guión maravilloso- el sendero que la relación entre profesor y alumno transita hasta llegar al límite de la agresión física y psicológica, conformando una radiografía de los conflictos educativos pero también cuestionando los lineamientos pedagógicos y la ética docente. Con una sutileza y una profundidad fuera de lo común en Hollywood, la película logra adentrarse en el mundo de la música y comprender la importancia y la tensión de varios ángulos conflictivos de la formación musical para exhibir técnicas de aprendizaje heterodoxas, según los cánones actuales que pregonan el elogio de la diversidad y el juego en lugar de la exigencia. Sin retrotraerse hacia un fondo, las interpretaciones musicales son parte substancial y esencial del guión, en especial las de Caravan, la hermosa composición de Juan Tizol interpretada por Duke Ellington, y Whiplash, la diestra obra de Hank Levy escrita para la orquesta de Don Ellis. En ambas podemos apreciar la complejidad y el virtuosismo que su armonía transmite y exige a sus intérpretes a través de los extenuantes ensayos a los que Fletcher somete a su orquesta.

Analizando incluso la retirada del jazz como vanguardia musical hacia reductos de melómanos expertos y aficionados presuntuosos, Whiplash indaga en el amor a la música y los sacrificios que los seres humanos se imponen para destacarse en el distinguido mundo de la industria musical profesional, centrándose en un desierto de soledad vinculado a la búsqueda de la perfección y concibiendo una espinosa historia sobre la obsesión de dos músicos para con el virtuosismo y el éxito artístico.

calificacion_5

Por Martín Chiavarino

 

Curso intensivo.

Un tópico abundante en la oferta de exponentes que indagan los recovecos musicales se refiere a la presión institucional como el síntoma viral que perjudica la autoestima artística y potencia el grado de competencia en el ambiente profesional. Con esta base obsesiva trabaja una película comoWhiplash, en donde dicha temática se va acelerando sobre la formación de un alumno que aspira a consagrarse como baterista de jazz y que en el proceso opta por aislarse del cúmulo social para poner a prueba su virtuosismo oculto y canalizar sus metas. Lo que intenta demostrar nuestro caprichoso personaje es que las tribulaciones artísticas son culpa del circuito alineado de jornadas demandantes que dañan el intelecto y responden en síntomas de estrés e impotencia inspirativa.

Asentada sobre una superficie melómana e irradiando espíritu indie se lleva a cabo la historia de Andrew Neiman (el destapado Miles Teller), un acomplejado estudiante de conservatorio que busca destacarse profesionalmente en el rubro de la percusión. Intentando acoplarse a una banda de músicos prodigiosos, consigue llamar la atención del distinguido Terence Fletcher (el mala onda de J.K. Simmons que acá la rompe), un docente sumamente estricto en su disciplina que encuentra en el maltrato físico y verbal la técnica ideal y necesaria para formar a los próximos próceres del jazz. Con ánimos de someterse a este método extremo, Andrew se obstina en resetear toda interacción social durante los ensayos y tornarse un discípulo masoquista.

En su segunda oda al mundo del jazz, el director Damien Chazelle trabaja sobre ambientes bien perimetrados (la escuela y el departamento como cajas de contención) para transmitir la sensación de bloqueo técnico y el aislamiento físico que Andrew experimenta para vaciarse mientras le hierve la sangre. Este modismo claustrofóbico también repercute en las relaciones que Andrew clausura al percibir que su entorno influye como un obstáculo amenazante. El amorío tortolo que pilotea con una empleada sin objetivos es un pasaje que se descarta instantáneamente, suprimiendo todo rastro pasional y rompiendo el encanto sentimental de la trama. Por otro lado, la falta de complicidad paternal puede parecer un tanto forzada, aunque este recurso sirve para evidenciar el tono directo de la película, que finalmente redondea en un nivel majestuoso.

Es sumamente destacable el ritmo compacto que maneja Chazelle al ejecutar movimientos de cámara sumamente prolijos durante el montaje y un uso magistral del trasfondo sonoro que ejecuta elegantes perlitas del jazz (aquellos entendidos del género sabrán rastrear a sus intérpretes). La coordinación del desarrollo configura a Whiplash como una película mecánica pero no por eso carente de emociones (ni hablemos del laburo que se manda Simmons). Incluso su narrativa juguetona tiende a invertirse si tenemos en cuenta que al principio Chazelle parece querer fabricar un coming of age minimalista para luego volcarse a un duelo frontal entre el estratega de Fletcher y el impulsivo de Andrew, quienes se debaten en una competencia de boicots públicos. Respecto a toda la cuestión ambiciosa, usted decidirá si lo mejor es bajar un cambio o pisar a fondo.

calificacion_5

Por Enrique D. Fernández

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