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DOSSIER

#ASLVIRALIZADO | Introducción

La perspectiva Cronenberg

El primer libro en el que suele pensarse cada vez que se habla de una peste es, valga la redundancia, La Peste, de Camus, obra literaria que por obvias razones se ha venido nombrando mucho en estos tiempos. Sin embargo, el libro en el que yo pienso inmediatamente en estos tiempos de pandemia es Diario del año de la peste, de Daniel Defoe. Leí esta obra hace unos años e inevitablemente, y de nuevo por obvias razones, sentí la necesidad de tomarlo de nuevo en mis manos y revisitarlo. Defoe, a diferencia de Camus, se comporta menos como un narrador que como un cronista. El escritor mezcla realidad con ficción –Defoe habla de una epidemia 1665 como si la hubiera vivido de adulto cuando en realidad tenía cinco años cuando sucedieron los hechos-, y conjuga una mirada distante, que no le esquiva a los datos ni a las descripciones históricas precisas, con la utilización de una primera persona que narra estos hechos con un estilo tan calmado que se vuelve sospechoso, como si el narrador quisiera escondernos su propia angustia. Es mucho lo que puede decirse de este libro extraordinario (que por cierto, y ya que sospecho que andan con tiempo, pueden encontrar en la web con facilidad tanto en castellano como en idioma original), pero en lo personal desearía detenerme en una oración de este libro que habla de cómo era la cobertura de estos hechos décadas atrás de la publicación del libro.

Allí Defoe escribe lo siguiente:

En aquellos días carecíamos de periódicos impresos para divulgar rumores y noticias de los hechos, o para embellecerlos por obra de la imaginación humana, como hoy se ve hacer.

Es una oración breve pero genial, donde Defoe describe de alguna manera las intenciones de su propio libro, uno que tendrá datos pero también un embellecimiento propio de la pluma de un gran escritor. Es como si Defoe nos dijera que ahora hay que aprovechar que un mal horrible como una peste puede embellecerse con literatura, no para hacerla más ingenua, sino quizás para poder digerirla mejor.

Pensé en esta frase una y otra vez mientras hablaba con Jose Luis De Lorenzo de este dossier. A ambos nos atacó la duda de si iba a ser conveniente escribir sobre una serie de películas así en estas épocas. Pero a mí en lo personal, cada vez que me atacaba la duda, pensaba una y otra vez en Defoe, y que Defoe (al menos en lo que opiniones sobre arte refería), se equivocaba bastante poco. El cine sobre pandemias puede ser lo mejor que podemos ver ahora, no quizás todos los días ni todo el tiempo, pero sí de vez en cuando, para que la ficción nos endulce una situación que nos identifica y a la que, en el fondo, no podemos sacarnos de la cabeza. Mejor en todo caso que esos pensamientos apocalípticos y tremendistas lo reflejen buenas o grandes películas mediante recursos de todo tipo, que una imaginación más propia y en general más atribulada. Este dossier, además, tiene una ventaja, su selección rara vez trata la cuestión epidémica de forma directa. A excepción del Epidemia de Petersen –una gran película que a cualquiera se le pasó por la cabeza en estos días- el resto de los largometrajes seleccionados sólo habla de la enfermedad y las pandemias lateralmente, disfrazadas de algo paródico (como The Host), envueltas en tramas de ciencia ficción o incluso de zombies. 

Aún así, una cosa que me llamó la atención a la hora de armar este dossier son las pocas películas que abordan el tema de las pandemias y el encierro. Mi teoría ante esto es poco original: el tema es tan poco simpático que incluso cuesta abordarlo desde las dulces estrategias narrativas que puede proporcionar un género. Un mal tan invisible como un virus es algo tan aterrador y tan terrenal que cuesta mucho confrontarlo directamente. Por eso el cine de terror raramente usó la temática de los virus y se decidió por otro tipo de monstruos más imposibles pero también más perceptibles.

Frente a esto hay una sola excepción: David Cronenberg, acaso el realizador más obsesionado con las enfermedades y los cambios corporales que haya dado el cine. A Cronenberg le fascinan las infecciones y de hecho sus dos primeras películas hablan directamente  de una peste que se expande. Una es Shivers, donde Cronenberg imagina una suerte de parásito que infecta a los humanos volviéndolos hipersexuados y desatando, hacia el final, una gran orgía de alcances universales. La otra es la mucho más angustiante Rabid, donde, luego de una operación experimental, una mujer se vuelve una suerte de vampiresa que, sin saberlo, terminará transmitiendo una rabia que vuelve agresivas a las personas. En las dos películas Cronenberg propone dos cosas frente a la noción de enfermedades expansivas: en Rabid, la idea de que ese horror puede ser tan tremendo, tan arbitrariamente destructivo, que hasta la propia vampiresa será capaz de sacrificarse a sí misma para no seguir haciéndose responsable de una destrucción social. En Shivers, la lógica de una bacteria que por su fuerza no termina siendo ni buena ni mala, sino la posibilitadora de un mundo nuevo, distinto. Las dos cosas son ciertas: las epidemias causan tanto miedo que hasta un monstruo parece algo menor, incluso inocente frente a ellas; pero también la sensación de que una vez que pasan, ya nada va a ser igual, y esa impredecibilidad, ese cambio inminente cuya forma no sabremos hasta que se concrete, también tiene algo de aterrador.

Cronenberg, en algún punto, se transformó a partir de esas dos películas en el abanderado del cine infeccioso. Al punto tal es así que pensó muchas cosas en clave de infección: los nenes multiplicados venidos de la ira de Cromosoma 5; la ultraviolencia simulada de Videodrome; la inevitable transformación de Seth Brundle en La mosca (esa metáfora apenas vedada del cáncer y las enfermedades terminales); el sexo masoquista de Crash y hasta la agresión  física de Una historia violenta fueron todas formas de pensar el mundo desde un punto de vista biológico, donde absolutamente todo se concibe como un germen invencible e imparable. 

Ningún otro cineasta como él nos enfrentó tanto y de tantas maneras con la inevitable decadencia del cuerpo y los males invisibles. Y si bien este enfoque puede parecer retorcido, siempre sospeché que disfrazar este hecho tan poco simpático en metáforas de todo tipo hace que Cronenberg pueda llevar con mucha mayor celeridad su propia mortalidad que cualquiera de nosotros. Quizás, en estos momentos, viene bien de vez en cuando tener una perspectiva cronenberguiana del mundo. Si la realidad nos espanta y nos desconcierta y no hay nada que podamos hacer contra ella, por lo menos podemos embellecerla un poco.  

 

Visualizar el índice completo del dossier en el siguiente LINK.

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