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CRÍTICAS - CINE

Cinco Minutos de Gloria

 

Cinco Minutos de Gloria (Five Minutes on Heaven, Inglaterra / Irlanda 2009)

Dirección: Oliver Hirschbiegel. Guión: Guy Hibbert. Producción: Eoin O’ Callaghan, Stephen Wright. Elenco: Liam Neeson, James Nesbitt, Anamaría Marinca. Distribución: Distribution Company. Duración: 89 minutos.

El conflicto entre Irlanda del Norte, del Sur e Inglaterra aun deja secuelas en el presente. Hace unos años, cuando Ken Loach ganó la Palma de Oro en Cannes, por el film El Viento que Acaricia el Prado, declaró que “el trato que hizo Michael Collins entre las dos Irlandas fue vergonzoso”. Por dicha razón, Loach sigue impulsando la lucha del IRA y la independencia de Irlanda del Norte. Lo manifiesta políticamente en sus films, como queda bien en claro en la magnífica Agenda Secreta (1990). De esta manera, también criticaba al film de Neil Jordan, sobre la vida del líder irlandés, que lo posicionaba como un héroe, título muy discutido actualmente. El rol protagónico era llevado a cabo por Liam Neeson, quién vuelve a aparecer en este discreto, pero intenso film del alemán Oliver Hirschbiegel.

El director de las sobrevaloradas, a mi parecer, El Experimento, La Caída y la remake de Los Usurpadores de Cuerpos, Los Invasores con Nicole Kidman y Daniel Craig baja un poco sus pretensiones artísticas para darle prioridad a los personajes principales y sus intérpretes.

1975, Alistair y un grupo de protestantes adolescentes deciden cometer un asesinato para lograr fama en su círculo de amigos. El blanco es un joven católico, acusado de ser miembro del IRA. El único problema es que deja un testido, el hermano menor de la víctima: Joe, quien posteriormente al hecho vivió signado por la culpa, echada por su madre.

25 años después, un reality show quiere confrontar a ambos para hacer una reunión conciliadora, con mensaje pacifista en un antiguo castillo medieval.

Alistair (Neeson) se ha vuelto un hombre “serio” y “disciplinario”. Un gentleman en apariencia. Joe, (Nesbitt) en cambio, sufre de esquizofrenia. Es un hombre alterado, insoportablemente nervioso que quiere aprovecha la oportunidad, para vengarse de Alistair, asesinarlo, Tener los cinco minutos de gloria, que tuvo Alistair cuando era joven.

En su primera hora, la película tiene un planteo interesante. Más allá de la exasperante interpretación de Nesbitt, al comienzo, la película juega con el montaje paralelo pasando de los recuerdos de ambos en 1975 a la realidad: los dos yendo llevados al castillo para realizarse la entrevista.

La tensión se va incrementando a medida que llega el momento de la reunión, en cuanto vamos conociendo los planes de Joe, que relata a una asistente de producción (Marinca).

“¿Qué hacer con el hombre que mató a mi hermano, darle la mano con una sonrisa o asesinarlo a sangre fría?”

Esta pregunta provoca que el espectador reflexione acerca del lugar que deberá tomar en la historia. ¿Qué posición tomará la película? Si se pone del lado de la reconciliación caerá en la ridícula inverosimilitud del perdón fácil. Si se pone del lado de Joe, nos enfrentamos a una peligrosa apología acerca de la justicia por mano propia. ¿Y cuál fue la posición de la verdadera justicia? Alistair estuvo preso 15 años, aprendió su lección y trabaja como mediador de conflictos barriales, enseñando a los adolescentes las consecuencias de involucrarse en cultos o pandillas.

Se trata de matar o dejar vivir.

Hirschbiegel hace un interesante ensayo de cámara, montaje y actuaciones. Contrastes estéticos, uso y abuso de la voz en off. No deja pasar tampoco una crítica directa sobre el rol mediático de la televisión, que artificializa y manipula los acontecimientos con tal de lograr rating. La moraleja, en este caso, es que ciertos asuntos se deben resolver personalmente. Uno contra uno.

Si bien, el guión de Hibbert es bastante discursivo, en sí, las situaciones durante esta primera hora, resultan intensos y verosímiles. El problema es la segunda mitad de la película, cuando tratan de resolver el conflicto, y darle un contexto más dramático y humano a los personajes. El thriller se convierte en melodrama y posteriormente en un film de acción. Si bien hay un cuota interesante de suspenso, parece que Hirschbiegel se aburrió de su propia película y trató de terminarla lo más rápido y ágil posible. No es un desenlace abrupto ni completamente inverosímil (supuestamente está basado en hechos reales), pero la última parte tiene mucho menos intensidad que la primera, y el planteo moral se resuelve de forma bastante simplista y banal.

Neeson demuestra estar cómodo en su rol: profundo, austero, su interpretación impone respeto, intimida, pero a la vez conmueve en honestidad. Nesbitt, (visto en la gran Domingo Sangriento de Paul Greengrass) en cambio es completamente imparable. Tiene una prepotencia que lo convierten en un barril de pólvora a punto de explotar, y su caracterización bordea en lo sobreactuado o caricaturesco. Sin embargo, a mi parecer, y teniendo en cuenta que es un actor que siempre se mostró calmo en pantalla, dicho contraste no hace más que confirmar la versatilidad de este intérprete irlandés poco conocido en nuestro país.

Poco hay de elenco secundario, más que algunos bolos mayores o menores. Entre estos, en Marinca, con un personaje sencillo, pero con más tiempo en pantalla que logra resaltar.

Proyecto, que parece haber sido pensado en principio para televisión, pero que Hirschbiegel logra darle altura cinematográfica, sin embargo podría encontrar, mejor destino como obra teatral. A fin, de cuentas, se trata de un duelo interpretativo: personajes sólidos, ricos, profundos, contradictorios, enfrentados en un dilema moral. Con dos buenos actores (de la talla de Neeson o Nesbitt) se podría convertir en un clásico.

El resultado cinematográfico no deja de ser discreto nomás. No estamos hablando de verdaderas representantes del tema como En El Nombre del Padre, Agenda Secreta o la citada Domingo Sangriento. Pero es cierto, que se trata de un film que deja reflexionando por rato largo y vale la pena discutirlo en grupo… durante más de 5 minutos.

 

 

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Una fuerte mirada

Odio, muerte, culpa, resentimiento. El sur contra el norte; católicos contra protestantes. Irlanda es gris, fría; sus calles son campo de batalla que el ejército custodia desde camiones ocupados por uniformados armados. Un joven todavía adolescente y un niño unidos por el peor de los recuerdos. Un asesinato, la mirada atónita; otra vez culpa, arrepentimiento, resentimiento.

Alistair Little (Liam Neeson) pertenece a los Voluntarios de Ulster; con solamente 17 años es capaz de hacer lo que sea necesario para lograr reconocimiento entre los suyos. Es así como, en venganza por las amenazas que reciben los protestantes, recibe la misión de matar a un católico. Es su primer asesinato y elige para llevarlo a cabo la compañía de sus mejores amigos. Decidido va a concretar su trabajo, sin advertir que Joe Griffin, un niño de no más de once años, está a su lado en el momento de los disparos. El pequeño es el hermano menor de la víctima, que sin poder reaccionar, ha visto sin querer todo lo que ocurrió. A partir de allí la vida de ambos quedará marcada para siempre.

Si bien el conflicto irlandés es punto de partida de esta historia, el relato se mete en las profundidades de los protagonistas de la escena más dura de todo el film, cuyo clímax alcanza cuando ambos, asesino que acaba de hacer su trabajo y testigo involuntario, cruzan sus miradas y así se quedan por unos segundos casi eternos. Hay en los ojos de ambos miedo, horror.

Neeson compone al personaje que treinta años más tarde de ocurrido el suceso busca encontrar la paz que jamás tuvo desde entonces; sabe que obtener el perdón de Griffin (interpretado por James Nesbitt) será casi imposible. Para ello intenta un acercamiento a través de un programa televisivo. Joe, por su parte, busca vengarse del hombre que no solamente le quitó a su hermano, sino que desencadenó además una serie de tragedias familiares que terminaron destruyendo a él y a los suyos.

Little es un hombre solitario y callado; su casa es fría y está totalmente vacía, como su alma. Lo delatan la tristeza que lleva en sus ojos y en sus gestos cansados. Apesadumbrado, sabe que el daño que causó es grande y trata de sobrevivir con eso. Es paciente, sombrío. Griffin en cambio tiene esposa e hijos, aunque el dolor que tiene adentro no le permite sentir más que soledad. Tiene los nervios a flor de piel, es frontal y está constantemente exaltado. Su respiración entrecortada se escucha continuamente, generando una sensación de claustrofobia casi insoportable. Ambos están deshechos por dentro.

Oliver Hirschbiegel (quien además dirigió, entre otros, El experimento y La caída) arma la historia a partir de flash backs y paralelismos que van y vienen, construyendo de a fragmentos lo que pasó treinta años antes y el presente. Prácticamente no hay música durante todo el film, pero sí se escuchan clara y fuertemente las respiraciones de los hombres protagonistas. Además de la de Joe, la de Alistair Little cuando se prepara en su casa antes de salir a cometer el crimen. Se enfatizan también sus movimientos repetitivos, los juegos con el arma; son signos de una tensión que crece tanto en las imágenes como en la trama.

Las interpretaciones son brillantes y la tensión dramática casi constante; solamente al final del film esta última se diluye, pero le agrega a la vez profundidad. Lejos de poner en evidencia convicciones ideológicas, Cinco minutos de gloria se detiene en lo más importante: las personas, la manera en que estas sobrellevan su propia historia y cómo las decisiones determinan la propia vida.

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