“Hay que aprender a aprender a aprender.”
Una de las grandes habilidades que posee Frenkel como documentalista, es la de crear de la persona, un personaje inolvidable , sumamente cinematográfico y divertido. En este caso, con René Lavand, el ilusionista. El film contiene material de archivo inteligentemente seleccionado y mostrado. La obsesión de Frenkel por los detalles recae por ejemplo en la presencia de esa melancolía a lo largo del film, en el pequeño momento en el cual la mujer del mago ve en un VHS una presentación de su marido. En las charlas de la pareja durante las comidas, y en la estructura del film: esa mano que él espera que llegue de Mar del Plata, y que cuando termina la película, no sabemos qué pasó con ella, si la recibió o no.
El juego entre realidad y ficción se hace evidente y entonces nos preguntamos cuánto de lo que vemos y de lo que se nos cuenta es verdadero. Frenkel muestra material de archivo de una entrevista en la cual nuestro protagonista le cuenta al entrevistador una numerosa cantidad de versiones que ha escuchado sobre cómo perdió su mano derecha y todas pueden ser reales, o ninguna. Eso es lo que mantiene el misterio sobre el personaje y cuando por fin confiesa a cámara su versión, la “real” de cómo la perdió, no sabemos tampoco si es cierta. La ficción toma forma en blanco y negro, -dentro del formato documental- cuando René lee el cuento que escribió su amigo y lo visualizamos: la historia de un soberbio croupier que creía tener el poder de ganarle al azar, y que salieran los números que él quería en la ruleta. A medida que avanza el metraje, se va esclareciendo cada vez más la presencia del director, del truco, la mano que domina la baraja de cartas que es su puesta en escena. Se escucha su voz fuera de campo, vemos la cámara, el set, y sobre todo queda al descubierto la manipulación.
“René Lavand se comió a Héctor René Lavandera”, dice el mago. Ahí se encuentra la belleza de este documental: en el juego, en la creación de la ilusión, del personaje, de una historia. La creación de la magia, y del cine.
Por Elena Marina D’Aquila