(Estados Unidos, 2013)
Dirección: Ruben Fleischer. Guión: Will Beall. Elenco: Sean Penn, Josh Brolin, Ryan Gosling, Emma Stone, Giovanni Ribisi, Nick Nolte. Producción: Dan Lin, Kevin McCornick, Michael Tadross y Jon Silk. Distribución: Warner Bros. Duración: 113 minutos.
Toro salvaje.
Fuerza Antigangster tiene el espíritu de la novela negra de los años ‘20 y las crook stories de los ’30, porque ésa fue la época del apogeo del cine de gángsters, el surgimiento de los grandes de la mafia –Capone, Bugsy Siegel, Joe Masseria- y porque Mickey Cohen dio sus primeros pasos durante la época de la Ley Seca, para luego convertirse en uno de los principales capos de Los Angeles en los ’40, década en la que comienza a verse en el cine, el tráfico de drogas como un negocio más.
A su vez, en lo que al género se refiere tiene más puntos de contacto con la segunda etapa del cine de gángsters, la del hard boiled. Una de las principales características es que ya no se glorifica la figura del gangster, sus crímenes son castigados y termina muerto o encarcelado. Las películas dejan bien en claro que el crimen nunca gana. No hay una glorificación de Mickey Cohen, ni tampoco una romantización de su figura. Es más, su personaje es muy desagradable y no produce empatía con el espectador en ningún momento, lo que no quita que sea un personaje con un oscuro atractivo. La contrafigura es el detective –ambiguo y oscuro también- que se mueve entre la legalidad y la ilegalidad, representado por John O’Mara –puesto en función por Parker (Nick Nolte)- quien va a ser el responsable de armar un escuadrón fuera de ley para combatir al capo mafia. O’Mara es una cruza entre Eliot Ness – Los Intocables– y Richie Roberts en Gángster Americano, con un sentido del deber por sobre todo lo demás.
La película tiene toda la melancolía y el tono amargo de un noir –la ciudad está podrida y casi todos, corruptos- añorando décadas anteriores donde se distinguía el bien del mal y los policías de los criminales. La ciudad de las estrellas está totalmente estilizada y la época dorada de Hollywood, recreada casi con una estética de folletín. Fleischer abandona la comedia para realizar un noir seco en su violencia: al no estar desarrollados algunos personajes y representar solamente un estereotipo no hay conexión con sus muertes. Además hay una estilización de la violencia en la que de repente, la imagen se congela cuando hay un disparo y falta la onomatopeya escrita en la pantalla.
Al estar tan arraigada a la novela negra –muy urbana- retrata los lugares donde se mueven estos mafiosos y por supuesto hay ciertos espacios clichés, característicos del género como los lujosos restaurantes con música en vivo, los nightclubs bien pomposos donde se mezclan gánsgsters y estrellas de Hollywood: acá son el Slapsy Maxie’s y el Club Fígaro. También tiene escenas de western -solían aparecer en las novelas negras- como los paisajes montañosos –remiten a Los Intocables-, paleta de marrones y blanco en las vestimentas, escenas como la que incluyen a O’Mara tomando whisky con Jerry (Ryan Gosling) en el porche de su casa-colador, que había sido tiroteada. El sombrero es el accesorio más importante del vestuario masculino, y hasta uno de los peronajes es un verdadero cowboy con su pistola: Max Kennard. La escena en la cual el escuadrón hace su primer trabajo al margen de la ley en Burbank, entrando en un casino ilegal perteneciente a Mickey, parece directamente de un western. Son bandidos con los pañuelos tapando sus bocas, sombreros y pistolas. La escena termina con una suelta de caballos, y también aparecen dos personas disfrazadas de indios o “extras de cine” como dice uno de los policías.
Fleischer toma mucho del cine de gángsters contemporáneo para construir a Mickey Cohen: tiene el ego de Tony Montana, afirma: “Yo soy el progreso” como Frank Lucas y está igual de loco que Joe Pesci en Buenos Muchachos. De hecho, al igual que éste, disfruta las diferentes maneras en las que asesina -una más sádica que la anterior- y en hacer alarde de su fuerza bruta. Maneja todo: armas, drogas, juego ilegal, apuestas y prostitutas.
El gran acierto de la película -además de una impecable escena de persecución nocturna y una fotografía brillante y acertada- es el duelo final. La escena comienza cuando el escuadrón rodea a Mickey Cohen en el –lujosísimo- Hotel Plaza. Cuando el capo di tutti capi desciende de su suite, da pie a un hermoso tiroteo –gigantesco árbol de Navidad mediante-, en el que los colores rojo, marrón y el contraste de los trajes, hacen de la escena un despliegue visual lleno de desmesura y pomposidad a lo De Palma. Cuando Mickey choca su auto contra una fuente comienza el duelo entre los antagonistas. Un duelo cuerpo a cuerpo, mano a mano y muy raro de ver en una película de gángsters, que es sin duda, la frutilla del postre.
Por Elena Marina D’Aquila
Esta película ya la vi…
La historia de la mafia y los gángsters durante los años 40 en Los Angeles, Chicago y Las Vegas son fuentes inagotables de inspiración cinematográfica. Se pueden seguir exprimiendo al mismo tiempo que se sigan encontrando cadáveres en el desierto y James Ellroy continúe publicando novelas sobre el tema.
De hecho, las mejores películas relacionadas con la pintura de esta década que se hicieron en los últimos años estaban inspiradas en dos exitosas novelas de este autor: Los Ángeles al Desnudo, de Curtis Hanson y La Dalia Negra, dirigida por Brian De Palma, que pese a no haber recibido demasiados elogios, tiene la identidad cinematográfica de su realizador, que no regresaba al tema desde Los Intocables.
Fuerza Antigángster toma a un personaje constante en la literatura de Ellroy: Mickey Cohen. Sin embargo, Ruben Fleischer deforma la novela negra, el policial, y lo convierte en un folletín, en la representación cinematográfica de un serial de los que se compraban en los kioscos de revistas en aquella época.
Esta elección podría haber sido interesante, sino fuera que el guión de Will Beall es realmente tan superficial como previsible. Los personajes están acartonados, son caricaturas sin profundidad ni historia. Fleischer deja que la película la lleven adelante estereotipos del cómic. La idea de crear una pandilla salvaje sin reglas, violenta, marginados de la ley para capturar al forajido Cohen fue llevada tantas veces al cine, que deja de generar emoción. Y no hablo solo del género de gángsters. Compararla con Los Intocables es caer en un lugar facilista. De hecho, guarda mayores reminiscencias con la película de Sam Peckinpah protagonizada por William Holden, Los Siete Magníficos – o Samurais versión original de Kurosawa – y Munich – con la que tiene mayores similitudes incluso – que con las películas de gángsters. También hay varias citas a Barrio Chino o las películas de John Huston, como el robo del agua o una persecución… por el Barrio Chino. O, incluso, robando el famoso plano secuencia de entrada al club de gángsters de Buenos Muchachos. La aparición de Carmen Miranda aporta muy poco a la historia.
Posiblemente, habiendo incluido la escena de la matanza dentro del cine, habríamos visto algo que no hayamos visto en otras películas (la escena fue quitada tras la masacre en el cine de Denver, razón por la cuál hubo que postergar el estreno del film). En cambio todas las escenas parecen haber sido extirpadas de otras obras del género. Y, lo que es peor, esta pastiche de escenas, no logran tener una unidad visual. En una escena determinada, a Fleischer se le encapricha robar la estética cámara en mano de Michael Mann en Enemigo Público… porque sí, ya que todo lo visto previamente tenía una puesta completamente industrial. No es anarquía, es incoherencia.
Honestamente, la poca inspiración de Fleischer a la hora de narrar esta historia es una decepción. Tierra de Zombies, su primera película era divertidísima, una obra llena de ideas novedosas que conseguía encontrarle una vuelta de tuerca a otro género demasiado transitado en los últimos años. Pero ya segunda película, 30 Minutos o Menos (que fue directo a dvd acá) era una comedia bastante estúpida y de resolución demasiado ingenua.
Con Fuerza Antigángster sigue demostrando ausencia total de ideas. Esta pintura que parece emular a la Dick Tracy de Warren Beatty (1990), estrepitoso fracaso comercial en su momento, que aunque sea era más honesta y menos pretenciosa en su estética folletinera. Al duro Sargento O’Mara – con el que Josh Brolin logra una sólida interpretación a pesar de todo – solo le falta el reloj con pantalla para comunicarse con su jefe. En cambio, la grotesca caracterización de Sean Penn, completamente caricaturesca, remite al villano mafioso que interpretaba Pacino en la obra de Beatty. Pero mientas que el actor de El Padrino, le aportaba un humor genuino, en Penn, todo resulta forzado, poco creíble, pretencioso.
El resto del elenco y los personajes está completamente desperdiciados: Nick Nolte, Robert Patrick y especialmente Emma Stone, aparecen para rellenar la escenografía. Más allá del cuidado estético con la fotografía y el diseño de producción recreando a Los Ángeles de los ’40 no hay otra arista para poder resaltar. Solamente Ryan Gosling y Giovanni Ribisi logran interpretaciones un poco más destacadas, personajes más creíbles y humanos. Si bien el relato no cae en la monotonía ni se vuelve moroso, al final queda un sabor agridulce, producto de la falta de imaginación de un director y un guionista para llevar adelante un material que daba para mucho más. Quizás si se hubiesen apegado un poco más a la verdadera historia de Cohen – lo único real del film – este habría sido más interesante. Queda solamente para destacar un final a puño limpio, entre Penn y Brolin, que había quedado pendiente de los tiempos de Milk.
Por Rodolfo Weisskirch
Donde viven los monstruos.
Sería divertido pensar que, cual virus, los elementos pertenecientes al cine de terror de Zombieland quedaron impregnados en Ruben Fleischer. Dos evidencias del contagio: una secuela en camino y Fuerza Antigángster. Este film, haciéndole honor al género, se regocija en la sangre y las tripas ya en los primeros minutos mostrando como dos autos estiran a una persona hasta partirla, literalmente, al medio. A continuación, aparece otro componente, esta vez, representado en las figuras de los lobos que devoran el cadáver. Pero también en la escena se halla la presencia clásica del terror en múltiples disciplinas artísticas -desde la pintura y la literatura hasta el cine mismo-: el monstruo, que en este caso es un mafioso llamado Mickey Cohen. En realidad, aquí el monstruo es humano aunque sus facciones y detalles físicos lo acercan a una deformidad cercana a lo sobrenatural. Es la materia orgánica unificada con el instinto salvaje de quien desconoce las barreras morales.
Sin embargo, también la presencia de la ley se halla alterada. En Fuerza Antigángster, los policías se valen de las mismas acciones para derrocar el poder de Mickey Cohen. En este sentido, la película muestra –por momentos, de un modo descaradamente divertido- la lucha de posesiones entre los buenos y los malos. Los malos tienen el terreno y los buenos lo quieren, en un principio, para instaurar el orden. Pero este orden significa adquirir las propiedades del otro (prestar atención a un plano sobre el final que involucra a una pareja y a un perro) y elevarse como la fuerza a respetar en la sociedad. Después de todo, no se trata de buenos ni malos, sino de monstruos que quieren aniquilar y devorar lo que es ajeno.
Justamente, lo más interesante de este film proviene de lo desaforado, lo exagerado. Cuando la película muestra esta cara puede ser cínicamente entretenida (entiéndase: un show del tea party sin las partes aburridas). De este modo se ajustan las actuaciones, en la que cada cual atiende su juego: la desfachatez de Ryan Gosling, la seriedad de Josh Brolin (¿qué otro actor en la actualidad parece haber viajado en el tiempo desde la década del 50?), la sensualidad irresistible de Emma Stone y el descontrol de Sean Penn. Este último lleva su clásica sobreactuación a un universo que es acorde a las dimensiones desproporcionadas de su personaje.
El problema del film ocurre cuando se ordena al ritmo de los clásicos que intenta homenajear. El resultado es menos atrapante, más aburrido y previsible (el último tercio es notoriamente fallido). La falta de apetito por la destrucción, por el hambre de gloria y la necesidad de romper los moldes, no deja que el producto final sea completamente satisfactorio. Queda la sensación de que ese monstruo llamado Fuerza Antigángster (conformado por estos personajes sin límites morales y que necesitan creer en un estado conservador a partir de un claro discurso reaccionario) arrasó con todo, se cansó y nunca más despertó.
Por Luciano Mariconda