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CRÍTICAS

Goliath

Goliath, David Zellner, Estados Unidos, 2008

Para el protagonista de Goliath ¿qué puede ser más devastador que divorciarse de su mujer y encontrarse, de golpe, completamente solo en el mundo? Perder a su amado gato Goliath. En torno a esto gira la película, en torno a la búsqueda implacable de un hombre por encontrar a su gato extraviado, acaso el último vestigio de una relación que se termina de morir y enterrar en el momento de firmar los papeles de divorcio (solo los Zellner pueden hacer de un momento como éste una escena cómica, con una cámara fija que encuadra a los dos personajes durante diez minutos mientras firman los infinitos papeles).

Y este hombre que busca desesperadamente a Goliath -sin ningún sentido bíblico subyacente- es un perdedor que no sabe relacionarse con nadie, que tiene un trabajo de mierda que odia, en el que lo tratan casi como si no existiera y en el que tiene que aguantar a sus compañeros de trabajo que se tiran pedos y provocan llamaradas con un encendedor. Lo más notable de estos directores -después de haber visto sus tres películas- es el trabajo con los actores y el humor. Los actores son, en su mayoría, no profesionales y esto, indefectiblemente, le otorga a la historia un tinte realista muy valorable, teniendo en cuenta el tipo de films que hacen estos directores. El realismo no debe ser un objetivo sino más bien un recurso para provocar cierto efecto en la audiencia. En este caso, el efecto que causan estas actuaciones es el de meternos en el mundo de la película, sumergirnos y hacernos comprar eso que estamos viendo. Entonces, podríamos hablar más bien de naturalismo que de realismo. Las actuaciones son naturales y le otorgan veracidad a la historia. Con respecto al tema de la comicidad, el humor es simple pero sumamente efectivo. La comicidad en los Zellner proviene de la repetición, de la simpleza, del hecho de saber, nosotros como espectadores, que algo va a pasar, verlo venir, pero igualmente reírnos a carcajadas cuando aparece. En este punto creo que hay cierta ingenuidad en el estilo de humor, un minimalismo de recursos que hace que algo muy sencillo y pequeño nos haga morir de risa; no hay grandes pretensiones, sino más bien una mirada cotidiana y un retrato cotidiano que sabe reparar en aquello cómico en lo que muchas veces no nos detenemos, justamente por verlo a diario. Otro gran logro de los Zellner, que saben combinar a la perfección este humor del que hablo con un hilo narrativo dramático que nunca deja de estar presente. Porque, nuevamente dicho por el propio David Zellner, en la vida hay humor y hay tragedia, por lo tanto es imperioso reflejar ambos.

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