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CRÍTICAS - CINE

La Reconstrucción, según Elena Marina D’Aquila

Emocionar sin golpes bajos.

La Reconstrucción comienza presentando a Eduardo, el personaje que interpreta Peretti, y lo hace a través de un gesto: estamos frente a un personaje que no para su camioneta para ayudar a una chica desesperada que ha tenido un accidente a un costado de la ruta. No hace falta nada más que eso para que sepamos frente a qué tipo de personaje estamos.  Un Peretti tosco, ermitaño, rústico, en un papel muy arriesgado, porque no es en el que el público está acostumbrado a verlo y porque es un personaje que la mayor parte de la película no causa empatía alguna, y hasta quizás rechazo en sus modales, su trato con las personas, su mirada casi perdida y extrema sordidez.

El gran acierto de Taratuto se encuentra en la inteligencia con la que resuelve cada escena clave de la película. Hay una escena en la cual Eduardo maneja su camioneta para llevar a las hijas de su amigo, -interpretado por un Alfredo Casero contenido- al colegio. El padre de las chicas, se despide de ellas de manera muy afectuosa, lo que contrasta con el no vínculo entre él y su amigo, esa frialdad cuando lo deja con su mujer en la clínica para operarse, y no lo saluda, ni siquiera se inmuta y menos baja del vehículo. Luego, cuando su amigo le pide a su mujer que los deje hablar en privado, Taratuto decide ocultarle esa charla al espectador, por la simple razón de que no hace falta que se muestre.  La imagen y las acciones de los personajes hablan por sí solas y  ya sabemos todo: qué le dijo y la verdadera razón por la cual le pidió que viajara. Pero hay una escena que me parece memorable tanto desde lo visual como desde lo narrativo: Eduardo se está duchando y lo vemos de espaldas. Escuchamos que se abre la puerta del baño y él dice “Ya salgo”. Y acá es donde yo por lo menos, que hasta ese momento me parecía una película perfecta, temí que se cometiera el error de hacer de esa, una escena de sexo. La mano del personaje de Claudia Fontán atraviesa la cortina de baño y toca a Peretti, y pensamos que ya sabemos lo que le está tocando, y lo que va a suceder, pero no. Su mano sube y le acaricia el pelo de una forma casi maternal, mientras recorre su nuca. Eduardo llora y es en lo que viene a continuación, donde nos damos cuenta que acá hay un director con una mirada muy personal, que estamos frente a una película de autor, un cine autoconsciente, y un director que concibe la puesta en escena como impulsora de la narración. Eduardo la abraza a través de la cortina de la ducha, ella está vestida, y su cara da la sensación de ahogo y sofocación mediante la cortina, pero también de alivio. Es una gran escena que seguramente un director que no tiene una visión particular del mundo o una determinada sensibilidad,  hubiese resuelto de otra manera.

Y un director inteligente sabe también cuando utilizar música y cuando no, como en la escena en la cual Eduardo se abre por primera vez con la viuda de su amigo, y se emociona mientras le cuenta sobre la enfermedad de su mujer y la manera en que murió, es una escena de una intimidad que no permite que haya música. Esa culpa que siente el personaje es la que lo obliga a castigarse mediante el abandono, a dejarse como persona y en ese sentido la puesta en escena, es decir, la casa en donde vive, nos habla. Al no haber podido enfrentarse a la realidad de la enfermedad y la muerte de su mujer, es un personaje que  perdió la capacidad de ayudar a otros, por eso el comienzo y el tiempo que se toma la narración para retratar el avance en la creación de un vínculo con la familia de su amigo.  La elección de esa canción en particular en el momento del abrazo final, ese que no le dio a su amigo antes de morir, hace que sea realmente emotivo, pero no forzosamente lacrimógeno, sino que esa emoción surge del sentimiento genuino y auténtico de la escena. La canción dice “Please wait for me, would you wait for me?” mientras Eduardo se despide de ellas, maneja en la ruta, y nos deja pensando si es un adiós o un hasta pronto.

A su vez, hay un tratamiento sonoro muy meticuloso, para generarnos sensaciones: se hace más notorio en las escenas del hospital donde escuchamos los sonidos de las máquinas que controlan los latidos. Pero sobre todo cuando Mario (Casero) muere,  Taratuto filma un momento muy personal entre el cuerpo del personaje fallecido y su esposa que se esfuerza porque el brazo de su marido la abrace una vez más, cosa que no puede lograr, porque ya es algo inanimado y el sonido que hace ese brazo cuando ella trata de rodearse con él y se cae, nos da una sensación terriblemente real de lo que es la muerte. Taratuto evidencia con La Reconstrucción que sí se puede encarar temas como la enfermedad y la muerte sin caer en golpes bajos, a través de la ética cinematográfica que caracteriza al film.

calificacion_5

Por Elena Marina D’Aquila

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