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CRÍTICAS - CINE

Lo Mejor de Mí (The Best of Me)

(Estados Unidos, 2014)

Dirección: Michael Hoffman. Guión: Will Fetters y J. Mills Goodloe. Elenco: James Marsden, Michelle Monaghan, Luke Bracey, Liana Liberato, Gerald McRaney, Sean Bridgers, Clarke Peters, Caroline Goodall. Producción: Nicholas Sparks, Justin Burns, Denise Di Novi, Alison Greenspan. Distribuidora:Energía Entusiasta. Duración: 118 minutos.

El amor revelado.

A pesar de que las adaptaciones cinematográficas de las novelas de Nicholas Sparks jamás fueron precisamente un baluarte de la excelencia, está más que claro que a esta altura del partido constituyen una categoría con entidad propia y por lo general superan en términos cualitativos al convite estándar de Hollywood en el apartado de las comedias románticas, un campo hermanado que responde a otro tipo de entonación. El norteamericano es un diletante de los melodramas rosas más clasicistas y ampulosos, circunstancia que termina empardando su producción a la dialéctica comercial del terror, ya que en esencia hablamos de obras muy redituables, de bajos costos y que no dependen de las estrellas o su talante.

Uno no puede más que sentir simpatía ante un film que arranca con una de las explosiones más ridículas de las que se tenga memoria: vía combustión espontánea, Dawson (James Marsden) vuela cientos de metros en el aire, cae al agua desde una plataforma petrolífera, tiene una revelación acerca de un amor de juventud y sobrevive luego de cuatro horas a la deriva. A partir de allí la historia se mete en el devenir del corazón cuando el protagonista recibe una llamada telefónica instándolo a comparecer a una repartija de bienes con motivo de la muerte de Tuck (Gerald McRaney), una especie de padre sustituto que desde la ultratumba planeó un reencuentro con la señorita de turno, Amanda (Michelle Monaghan).

Combinando los lemas “20 años no es nada” y “donde hubo fuego, cenizas quedan”, Lo Mejor de Mí (The Best of Me, 2014) nos presenta en flashbacks los pormenores iniciales de la relación a la par de este segundo capítulo, con ambos bordeando los 40 y cargando sus respectivas mochilas. Sparks, aquí también productor, respeta al pie de la letra sus principales rasgos de estilo: tenemos mucha ética cristiana, un final feliz transversal y ese cúmulo de tragedias marca registrada de la casa (podríamos decir que en esta oportunidad se le va un poco la mano porque la lista incluye la susodicha explosión, un caso de leucemia infantil, un asesinato, un accidente automovilístico, un trasplante y otro crimen).

El opus de Michael Hoffman es prolijo y posee momentos -bastante bien trabajados- de una sensibilidad sutil relacionada con la desaparición de las promesas del paraíso adolescente, pero arrastra demasiados estereotipos y no puede escapar a un esquema narrativo simplón basado en diálogos rudimentarios y ese fetiche por el calvario emocional. Para colmo Luke Bracey y Liana Liberato, como la versión juvenil de Dawson y Amanda, opacan a sus compañeros adultos en función de la premisa “burguesita se enamora de un representante de la white trash”. Las buenas intenciones están a flor de piel no obstante los detalles fantásticos vinculados a las premoniciones y un destino ideal no terminan de convencer…

calificacion_2

Por Emiliano Fernández

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