(Argentina, 2011)
Dirección y Guión: Martín Solá. Producción: 996 Films. Distribuidora: Independiente. Duración: 85 minutos.
En épocas en las que los géneros del cine se mezclan, se relacionan y acaso se amalgaman, Mensajero, entre otros ejemplos de este año, se suma al intento de contar algo sirviéndose principalmente de imágenes casi documentales. El “casi” es justamente aquello que marca la diferencia entre la búsqueda y la acción narrativa planificada. También es donde el director se apoya para dejar la sensación de haber visitado un lugar y registrado hasta el más mínimo detalle.
Con todas estas imágenes, recién al término de la proyección podremos reconstruir algo parecido a un argumento, obviamente sin principio ni fin si lo enmarcamos en la narrativa clásica. Rodrigo es un chico cuyo oficio consiste en llevar mensajes puerta a puerta en una pequeña localidad en la meseta puneña. También decide probar suerte con un oficio eventual cerca de una salina. Punto.
Llegaremos a esta conclusión gracias a la extraordinaria fotografía de Gustavo Schiaffino porque su talento para dosificar la luz en semejante paisaje con el agregado de ser en blanco y negro, deja entrever una suerte de deja vú milenario. Como si esta migración de algunos hombres viniera ocurriendo desde tiempos inmemoriales y este fuera un mero registro en tiempo presente. Es cierto que la edición es coherente con este aspecto cansino, inhóspito, cruel e impasible, pero también atenta contra la paciencia de aquellos espectadores poco habituados a decodificar el lenguaje de las imágenes.
Algo parecido sucede con la poética de ¡Vivan las antípodas!, estrenada semanas atrás. Mensajero tiene todo para adivinar en Martín Solá, un director con una admirable sensibilidad ante cada cuadro que capta su cámara. Es evidente que no le da lo mismo una toma u otra lo cual provoca la curiosidad y el exhorto a que se anime a una ficción. En lo concerniente a esta película, es la fabulosa visualidad de cada fotograma, contrastada con la casualidad que le toque a cada espectador en caso de querer construir algo con ellas. Como mínimo plantea un desafío y en el arte es una de las grandes cosas que nos puede pasar.
Por Iván Steinhardt
Tras pasar por la sección Cine del Futuro en el BAFICI, se estrena en el MALBA esta película a la que la arbitrariedad de la clasificación por géneros ha llevado a encuadrar como documental. Mensajero difícilmente encaje en esta simplificación, ya que, más allá de que el film contiene una intención narrativa que incorpora elementos ficcionales (ya sabemos de las derivas del documental y su relación con el cine de ficción), su centro y objetivo se vinculan con la búsqueda formal y el ensayo antes que con el reflejo de una determinada realidad. Rodrigo trabaja como mensajero en la Puna argentina y está por comenzar a laborar temporariamente en una salina; mientras tanto, el pueblo organiza y participa de una peregrinación religiosa. ¿Es esto lo que retrata Solá? La respuesta afirmativa sería mentirosa, por parcial. Si bien es cierto que lo expuesto constituye una breve reseña de lo que vemos suceder ante nuestros ojos, la duración de los planos, la cuidada textura del blanco y negro, el montaje, nos hablan de una intención de buscar y construir poesía desde lo formal y hasta de una indagación filosófico-religiosa. El hecho de que esta indagación no sea elaborada en palabras, lejos de restarle potencia, invita al espectador a experimentar, a dejarse llevar por los sentidos y entrar en el trance que propone, por ejemplo, la visión de las blancas extensiones de las salinas o el transcurrir de las nubes llevadas por el viento. La fiesta religiosa local dialoga con el secreto ritual de la naturaleza y en ella el devenir de los hombres invita a pensar en las múltiples relaciones que unen y enfrentan a esos tres términos: hombre-naturaleza-religión.
Por Fernando Juan Lima