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CRÍTICAS - CINE

Mis Días Felices (Les Beaux Jours)

(Francia, 2013)

Dirección: Marion Vernoux. Guión: Marion Vernoux y Fanny Chesnel. Elenco: Fanny Ardant, Laurent Lafitte, Patrick Chesnais, Jean-François Stévenin, Fanny Cottençon, Catherine Lachens, Alain Cauchi, Marie Rivière, Marc Chapiteau. Producción: François Kraus, Juliette Renaud y Denis Pineau-Valencienne. Distribuidora: Mirada Distribution. Duración: 94 minutos.

Trivialidad e indiscreción.

¿Cuántas veces nos hemos encontrado con realizaciones -de la más variada naturaleza- que pretenden complejizar determinados tópicos mediante los atajos que brindan la tragedia explícita o su contraparte, esa abstracción que gusta de fetichizar a la distancia emocional, cayendo en ambos casos y a fin de cuentas en la redundancia retórica? A pesar de que el acto de “jugarse” en un cien por ciento por una de las dos alternativas, o en ocasiones por una zona gris compatible con la hibridación, es sinónimo de valentía formal y hasta puede resultar en un opus por demás satisfactorio, lamentablemente la experiencia nos comunica que todo debe darse en su justa medida y que conviene incluir ítems foráneos en la mixtura.

Así las cosas, en el contexto actual las verdaderas anomalías se reducen a aquellas obras que por un lado escapan a los comodines y/ o simplificaciones que suelen pulular dentro del género de turno, y por el otro consiguen trazarse a sí mismas caminos más o menos independientes aunque no necesariamente originales. De hecho, esto es lo que ocurre con Mis Días Felices (Les Beaux Jours, 2013), una rareza proveniente de Francia que se centra en una relación extramatrimonial entre una mujer mayor y un treintañero, obviando de manera concienzuda los vericuetos del “amour fou”, los histeriqueos habituales de los implicados y toda esa liturgia del drama candoroso que se avecina a la vuelta de la esquina.

En esta coyuntura lo que prima a nivel narrativo es un retrato adulto de un affaire vinculado tanto a la pasión lisa y llana como a un bienvenido hedonismo, sin demasiados infortunios que llorar ni un entorno social/ familiar/ laboral que asfixie de plano o censure a los protagonistas. La esplendorosa Fanny Ardant compone a Caroline, una odontóloga retirada que recibe de parte de sus dos hijas un vale de regalo para probar suerte en los cursos que ofrece un club de jubilados. Con la muerte reciente de su mejor amiga a cuestas y mucho tiempo libre que llenar, inicia un romance con su profesor de computación: aquí no es importante si su marido la descubre o no, sino el placer disruptivo detrás de la indiscreción.

Más que crisis de la tercera edad o el síndrome del nido vacío, dos leitmotivs quemados de este tipo de propuestas, estamos ante un caso de aburrimiento mundano que deriva en la necesidad de balancear lo previsible con una buena dosis de novedad, una urgencia de la que hasta este momento no se tenía conocimiento. La directora y guionista Marion Vernoux entrega un desarrollo encantador que se apoya en el naturalismo y en las excelentes actuaciones de Ardant y Laurent Lafitte como Julien, el amante en cuestión. Combinando humildad, colores cristalinos y un cariño sutilmente negociado, Mis Días Felices es una película hermosa y disfrutable, un bálsamo contra la levedad mainstream contemporánea…

calificacion_4

Por Emiliano Fernández

 

La edad de la inocencia.

El cine francés y sus historias siempre han tenido una cuota de desenvoltura sensual y de sensación de alta cultura para el público argentino. Mis Días Felices (Les Beaux Jours, 2013), la última película de la directora Marion Vernoux, cumple con ambas premisas. Caroline (Fanny Ardant) es una atractiva dentista recientemente jubilada sumida en un cuadro depresivo debido a la falta de incentivos, la jubilación prematura, la muerte de su mejor amiga y una relación más amistosa que sexual con su marido y colega Philippe (Patrick Chesnais). Cuando sus hijas le regalan un pase para los cursos en un instituto para la tercera edad y comienza una relación amorosa con el profesor de informática, deberá replantearse diversas cuestiones acerca de su actitud hacia la vida.

Mis Días Felices, nombre del instituto en el que Caroline se anota en diversos cursos, desde teatro e informática hasta cerámica, es una especie de escuela para reinsertar a los abuelos en este nuevo mundo que la jubilación les ha abierto. La adaptación de Fanny Chesnel junto a Vernoux de la novela de la primera Une Jeune Fille aux Cheveux Blancs, contiene una gran sensibilidad que puede ser apreciada no solo en los diálogos y en los primeros planos, donde más se luce la extraordinaria actuación de Ardant, sino también en la elección de las hermosas e introspectivas composiciones de piano de Quentin Sirjacq.

Dejando sutilmente una mención hacia las políticas de desmembramiento de la seguridad social llevadas a cabo por los distintos gobiernos en Francia, Vernoux cuestiona el rol de la tercera edad en la actualidad al adentrarse en la vida y las relaciones de personajes de más de sesenta años que comienzan realmente a vivir a partir de que abandonan sus obligaciones laborales y pueden o deben dedicarse a descubrir qué es lo que van a hacer de ahora en más. Esta especie de libertad aparente, que nunca antes había existido en la historia de la humanidad, crea para los personajes un limbo a partir del cual deben comenzar a pensarse de nuevo como sujetos. Allí donde termina el reino de la necesidad aparecería la historia de la libertad, parafraseando burdamente de alguna manera al filósofo alemán del siglo XVIII, Immanuel Kant.

La última película de Marion Vernoux logra de esta forma componer a través de una comprensión e indagación en los sentimientos y la sexualidad, una visión sobre los dilemas y las bifurcaciones de una tercera edad que cada vez se siente más joven, desenvuelta y libre, pero que en su nueva adolescencia no puede ver aún que sobre su condición pende amenazante la espada de Damocles.

calificacion_4

Por Martín Chiavarino

 

Un poco de amor francés.

Mis Días Felices es uno de esos films que pasan completamente desapercibidos, pero que al toparse con ellos uno no puede dejar de cuestionarse por qué no hacen más películas como esta. Detrás del simple cliché reside aquella particular mirada francesa que basta para hacer a la obra “diferente”: Caroline (Fanny Ardant), una dentista retirada que se ve obligada a afrontar su vejez y la de los que la rodean, establece una relación amorosa -o mejor dicho, sexual- con su joven profesor de computación Julien (Laurent Lafitte), como último acto cuasi desesperado por intentar evadir la inevitable monotonía a la que su estilo de vida se encamina. Si bien el adulterio tiene una presencia fundamental a lo largo del film, éste no trata sobre eso; no hay reclamos, llantos, discusiones o cualquier otra típica característica del género dramático… se opta por contar la historia de una mujer mayor que logra ser tan divertida, inteligente, deseada y vivaz como lo fue durante su juventud. De eso se trata Mis Días Felices, de una mujer que busca disfrutar la vida.

La sexta película de Marion Vernoux (Love, etc., 1996) no pretende ser más -o simplemente algo diferente- de lo que es. No aspira a filosofar, a plantear problemáticas existenciales o a realizar una crítica social; todo está a la vista. Así como Caroline busca gozar de sus últimos años de vida, podría decirse que la realizadora francesa busca que el espectador disfrute del film; todas las herramientas aparentan estar dispuestas para la satisfacción del público: una atmósfera cautivante, situaciones que rebosan de complicidad, comedia, planos bien compuestos y una fotografía que logra complementarse a la perfección con el arte y su paleta de colores. Mis Días Felices resulta de extremo agrado desde el contenido y desde lo visual, deleitando al espectador con una trama absorbente y bellas imágenes.

No cabe duda que otro gran factor que contribuye al encanto de la película es, por sobre todo, la interpretación de Fanny Ardant. Si bien ninguno de los personajes presenta un desmesurado grado de complejidad, resulta inevitable concebir la idea de que la actriz es la adecuada para el papel. Esto probablemente se deba a la naturalidad de su registro actoral: Caroline podría pertenecer, sin dificultad alguna, al círculo de personas que nos rodean. Y a esto mismo se apunta: a presentarnos un entorno “habitual”, rodeado por personajes “familiares” y conflictos que se ven a diario… pero también nos hace notar que hay otras maneras de ver las cosas. Mis Días Felices (o “Los Bellos Días”, como sería la traducción del título original). El nombre del film es sincero; no oculta nada. Una película que transmite libertad y que demuestra que en lo “mundano” también hay buenas historias.

calificacion_4

Por Julián Córdoba

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