(Alemania/ Bélgica/ Estados Unidos/ Francia, 2013)
Dirección y Guión: Sandra Nettelbeck. Elenco: Michael Caine, Clémence Poésy, Gillian Anderson, Justin Kirk, Michelle Goddet, Jane Alexander, Richard Hope. Producción: Astrid Kahmke, Frank Kaminski, Philipp Kreuzer y Ulrich Stiehm. Distribuidora: Ifa Cinema. Duración: 116 minutos.
Comprender al prójimo.
Toda leyenda de la actuación que se siente en el crepúsculo de su carrera suele encarar uno o varios proyectos de las características de El Último Amor (Mr. Morgan’s Last Love, 2013), un representante de esa raza de films centrados en la premisa “señor mayor y/ o entrado en años comienza una relación un tanto imprecisa con una señorita que no llega ni a la mitad de su edad”. Dentro del subgénero encontramos dos categorías, cada una con sus rasgos: por un lado tenemos protagonistas que han enviudado recientemente (aquí las películas juegan con la amargura y cierto tono sensiblero), y por el otro están los solterones que nunca sentaron cabeza (el humor rabioso va de la mano de una libido que ha renacido).
Por supuesto que con semejante título cae de maduro que estamos ante un ejemplo de la primera vertiente, en esta oportunidad con un Michael Caine más allá del bien y del mal: la esposa de Matthew Morgan falleció hace tres largos años y el susodicho vive solo en París, no habla nada de francés y su “energía vital” ha mermado significativamente. La joven que le inyectará nueva vida es Pauline Laubie (Clémence Poésy), una profesora de danza a la que conoce en una travesía ocasional y con la que entablará amistad. Caine compone con gran oficio a un hombre que se maravilla ante el misterio que encierra Pauline, una chica que atesora la familia tradicional que nunca pudo tener, esa que Matthew desprecia a diario.
A pesar de que durante la primera mitad del convite la historia que propone la directora y guionista Sandra Nettelbeck recorre las sendas clásicas del drama romántico, en su versión light y meditabunda, luego nos topamos con un volantazo que modifica el eje narrativo. A partir de un acontecimiento del que conviene no adelantar demasiado ya que constituye una de las pocas sorpresas en cuanto al desarrollo, la obra se transforma en un estudio sencillo aunque bastante eficiente de la dinámica hogareña y los vínculos resquebrajados por el tiempo. El mayor inconveniente de la realización es precisamente su falta de originalidad, en consonancia con diálogos de escaso peso conceptual y un metraje quizás algo excesivo.
En buena medida la labor del elenco compensa los desniveles formales y construye un verosímil entrañable, destacándose no sólo la química del dúo Caine/ Poésy sino también la presencia de Justin Kirk y una reaparecida Gillian Anderson, ambos interpretando a los hijos de Morgan. La capital francesa vuelve a funcionar como un personaje más, retratada como una burbuja vintage desde una fotografía de corazón preciosista. Mucho más que la despedida o el escapar a la soledad, la película analiza el proceso de comprender al otro cercano, dejar de asignarle culpas y recrear una conexión que se consideraba desaparecida, condenada a ser el responsorio de los marchitados frente a las calamidades del destino…
Por Emiliano Fernández
Demasiadas grietas…
Existe un factor positivo y uno negativo en El Último Amor, e irónicamente son el mismo: está protagonizada por Michael Caine. Nos sentamos en la butaca felices de ver a Sir Caine en un protagónico, como hace tiempo no podíamos disfrutar a este actor de dotes inconmensurables: lo que no sabemos es que estamos a punto de ser cómplices de una trampa cinematográfica ya que nunca vamos a poder empatizar con la historia ni con sus personajes.
Matthew (Caine) es un anciano inglés, recientemente viudo, presuntamente mal padre, viviendo en París, una ciudad de la cual no ha aprendido aún el idioma ni ha hecho más de un amigo. Pauline, (Clémence Poésy), una bella joven y profesora de baile, comparte la misma soledad que Matthew, aunque jamás sepamos nada de ella ni de su vida. Es así como en un encuentro, algo forzado y torpe por parte del guión, ambos coincidirán en un autobús donde comenzarán una relación de compañía y apoyo mutuo.
La historia no resulta muy verosímil. A pesar de que en algún momento nos creamos que quizás la soledad y desesperación por afecto nos puedan llevar a convertir a un extraño en nuestro imprescindible par (para Matthew en un amor de pareja, para Pauline en una familia ausente), todo termina siendo demasiado aburrido y lento como para poder convencernos.
La aparición de los hijos de Matthew y su pésima relación no suman mucho al relato, sumado al poco hincapié que se hace sobre el hijo que decide quedarse unos días más junto a su padre. Todo cae en lugares comunes y nos deja con ganas de un protagónico más a la medida de las capacidades actorales de Michael Caine, reconociendo que sin él esta película pasaría desapercibida para cualquier espectador.
Hablamos de una comedia dramática filosófica acerca de las verdades y mentiras del amor, la pérdida del ser amado, la imposibilidad de llenar el lado vacío de la cama o del banco en el parque, y como menciona Mathew, de cómo hay una grieta en todo, y así es como entra la luz y la esperanza a nuestras vidas. Lamentablemente este film tiene demasiadas grietas y la luz nos deja ciegos de buen cine.
Por María Paula Putrueli