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CRÍTICAS - CINE

Non-Stop: Sin Escalas (Non Stop)

(Estados Unidos/ Francia, 2014)

Dirección: Jaume Collet-Serra. Guión: John W. Richardson, Christopher Roach, Ryan Engle. Elenco: Liam Neeson, Julianne Moore, Michelle Dockery, Scott McNairy, Corey Stoll.  Producción: Joel Silver, Andrew Rona, Alex Heineman. Distribución: Alfa Films. Duración: 106 minutos.

Non-Stop: Sin Escalas además de ser un thriller lleno de acción en espacios físicos reducidos es un juego. De hecho podría ser una versión cinematográfica -y en el aire- del juego de mesa americano Clue (o de la versión local Misterio). Es que independientemente de la ya casi ridícula premisa del avión secuestrado, el planteo lúdico dura hasta el final y está llevado a cabo con la habilidad necesaria para no traicionar el punto de vista. Sin deus ex machina ni tomadas de pelo o engaños al espectador como en la menos-inteligente-de-lo-que-parece Los Sospechosos de Siempre. Porque Non-Stop además de ingeniosa es honesta. Toda la información está ahí desde el inicio, y, sin embargo, el juego de la adivinanza y la deducción se torna complicado y el suspense se extiende hasta el desenlace.

El ya sexagenario Liam Neeson interpreta a Bill, un ex cana derrotado y alcohólico devenido air marshal, un proletario de la seguridad que ni le gusta volar pero cumple con su rol de protector de los vuelos que salen de USA posparanoia 9/11, y es acusado de secuestrar un avión que vigila. Non-Stop juega todo el tiempo con los clichés de las películas antiterroristas pos 2001; diría José Luis Torrente que “en el avión hay chinos, negros, moros y venga más”. Es que la película camina por la cornisa del prejuicio casi como broma constante a los espectadores no solo por el tópico central sino mediante la utilización de un personaje musulmán que se roba los planos medios cuando el héroe busca culpables.

El director Jaume Collet-Serra ya había demostrado ser un gran explotador de los clichés en sus muy buenas La Casa de Cera y Desconocido. Y aquí -como en aquellas- los lugares comunes del género son funcionales a la narración y no meras referencias vacuas de director cool. La idea del falso culpable robada al maestro Hitchcock llega a punto tal que, en algunos momentos, ni el protagonista ni nosotros tenemos la certeza de su inocencia. Y este efecto se debe, en parte, a la ausencia de antagonista, a un mecanismo que deja fuera de campo al secuestrador, en un momento del cine en el que se abusa del mostrarlo todo.

La aguda Non-Stop es también el laburo de dos tipos que debutan en esto de escribir para cine: John Richardson y Christopher Roach (este último había realizado guiones para TV pero no para cine), tan nóveles como lúcidos, y que nos dan la impresión de ser veteranos en el oficio. Con Non-Stop, Collet-Serra se afianza como un buen narrador que a pesar de compartir el ritmo anfetamínico de algunos de sus contemporáneos no cae en el caos de la acción ininteligible, y a pesar de laburar con un tópico trash pero jodido, fácil de criticar desde el progresismo shampoo y que puede manchar de conservadurismo a cualquiera, no cae en la propaganda berreta de la indefendible y racista política de seguridad americana.

calificacion_4

Por Ernesto Gerez

 

Viajar es un placer.

Cada nuevo proyecto del genial Jaume Collet-Serra despierta una gran expectativa entre los fanáticos del terror y el suspenso clasicistas, ya que el catalán ha sabido ganarse una posición privilegiada dentro del contexto cinematográfico contemporáneo y/ o el ámbito de las propuestas de género. El director parece obviar por completo la interpretación preciosista de Brian De Palma del andamiaje estructural hitchcockiano, y definitivamente gusta de abrazar la esencia misma de la obra del británico: esa duplicidad prototípica, el dinamismo narrativo, el tópico del “falso culpable”, los juegos psicológicos de dominación, la muerte como resolución tangible, la paciencia en cuanto al desarrollo, la “estrategia doble” del realismo formal en conjunción con un McGuffin de características ridículas, etc.

Dejando de lado a la crítica palurda y un opus por encargo de principios de su carrera, sus cuatro películas restantes constituyen un oasis para lo que suele ser la mediocridad del panorama actual: mientras que en el campo del horror centrado en “familias disfuncionales” encontramos a las extraordinarias La Casa de Cera (House of Wax, 2005) y La Huérfana (Orphan, 2009), con Liam Neeson parece haberse solidificado una sociedad maravillosa especializada en la construcción de thrillers de inflexión paranoica, materializados en la trilogía compuesta por Desconocido (Unknown, 2011), la presente Non-Stop: Sin Escalas (Non-Stop, 2014) y la futura Run All Night (2015). Hoy la claustrofobia elemental se aúna con la angustia y la configuración estándar de Eran Diez Indiecitos, de Agatha Christie.

Una vez más la sencillez de la premisa contrasta con una ejecución meticulosa y muy compleja: en un vuelo transatlántico, el agente aéreo Bill Marks (Neeson) recibe mensajes de texto de un extraño incitándole a “tramitar” un pago de 150 millones de dólares a cambio de no matar a un pasajero cada 20 minutos. Combinando el pulso de los relatos de entorno cerrado, las consabidas fórmulas del maestro inglés, ciertos detalles de los films de catástrofe y una coyuntura esquizofrénica post Torres Gemelas a la Jason Bourne, Collet-Serra vuelve a dar cátedra en lo que respecta a la dosificación de la tensión dramática, la reutilización de motivos ancestrales y el manejo de los focos de conflicto que van surgiendo de a poco a lo largo de una experiencia fascinante como no veíamos desde hace tiempo.

El realizador nunca deja que la acción furtiva eclipse a las vueltas de tuerca y el derrotero del protagonista (otro de esos personajes taciturnos que ya son “marca registrada” de Neeson). Non-Stop: Sin Escalas exprime con inteligencia todos los resortes del género en cuestión, parodia sutilmente los estereotipos raciales de la infame “guerra contra el terrorismo” y pone de manifiesto que aún es factible el suspenso tradicional en nuestros días, en los que el mainstream nos satura con vacuidad y CGI al por mayor. Llegando al desenlace, uno deduce que este podría haber sido un film de derecha de “crisis interna y soluciones drásticas”, pero al cineasta no le interesa la dimensión política: viajar es un placer porque los peligros son primitivos, humanos y -por consiguiente- universales…

calificacion_4

Por Emiliano Fernández

 

Un thriller aburrido.

El catalán Jaume Collet-Serra no entiende de arquitectura visual o de cómo planificar una estrategia en función de las historias bien genéricas que suele contar. El título bilingüe de Non-Stop: Sin Escalas es el segundo eslabón de su asociación con Liam Neeson, luego de Desconocido, un thriller que transcurría en Berlín sobre un médico que buscaba recuperar su identidad; mezcla de la saga Bourne, Hitchcock y algo del más reciente cine francés industrial de acción. En el mero inicio, Collet-Serra recurre a la acentuación del ralentí y el plano detalle: combinación explosiva para un punto de partida que resulta cansino, como si un jugador de fútbol se cansara en el primer pique.

El tratamiento para nada sutil se repetirá un varias veces, por ejemplo en un plano detalle bien centrado en la placa de agente federal que deja Neeson a un costado del baño del avión (para que el espectador sepa quién es el “misterioso” personaje), mientras fuma a las escondidas y sigue pensando como al inicio. Lo que sigue en el relato es producto de culpas compartidas, ya no sólo involucra al director sino a un séquito de guionistas que entre todos elucubraron ideas deglutidas y hasta regurgitadas en otras películas de la clase de tipo “encerrado en un espacio, extorsionado y con un tiempo límite para cumplir las demanda”. Alguna de esas ideas son las clásicas del suspenso: el falso sospechoso, la falsa resolución anticipada, la paranoia que se recarga en el protagonista y el espacio que juega una función dramática fundamental, entre varias otras.

Non-Stop: Sin Escalas, también, opera como film de acción post 11-S, esta era en la que ya no es necesario trabajar sobre los temas relacionados a la búsqueda de los autores materiales o intelectuales de ese atentado (el cierre ya lo dio Kathryn Bigelow en la maravilla La Noche Más Oscura) sino que, como ha pasado otras veces en el cine estadounidense, es necesario poner en tela de juicio los sistemas internos; el funcionamiento de los mecanismos de seguridad preventivos, pero cuando llega el momento de tomar un camino, tenemos dos alternativas: una es cuestionar realmente eso que se cree fallido o utilizar todos los dispositivos que los géneros proveen para realzar propagandísticamente al sistema, o sea dejar de lado el cuestionamiento inicial. Los picos flacos de tensión y la cadencia pesada de un relato que avanza a los ponchazos y con el ceño fruncido, hacen que la mirada sobre el móvil de los malos eclipse el engranaje que este thriller aburrido propone.

calificacion_1

Por José Tripodero

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