A Sala Llena

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DOSSIER

Peter Bogdanovich (1939-2022)

Hechos que pueblan el espacio y que tocan a su fin cuando alguien se muere pueden maravillarnos, pero una cosa, o un número infinito de cosas, muere en cada agonía, salvo que exista una memoria del universo, como han conjeturado los teósofos. En el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo; la batalla de Junín y el amor de Helena murieron con la muerte de un hombre. ¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo? ¿La voz de Macedonio Fernández, la imagen de un caballo colorado en el baldío de Serrano y de Charcas, una barra de azufre en el cajón de un escritorio de caoba?

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

¡Cuántas posibles vidas se habrán ido
en esta pobre y diminuta muerte,
cuántas posibles vidas que la suerte
daría a la memoria o al olvido!
Cuando yo muera morirá un pasado;
con esta flor un porvenir ha muerto
en las aguas que ignoran, un abierto
porvenir por los astros arrasado.

         Borges

Junto a Hernán Schell le hicimos dos largas entrevistas por zoom a Peter Bogdanovich, que pasaron a formar parte del libro que escribimos sobre él. Un poco antes que eso, cuando vino como invitado especial al Bafici, pude grabar una entrevista en video en la que conversamos sobre John Ford. La idea era que forme parte de un documental. Hoy sé que es muy posible que ese documental nunca exista, que siempre lo supe y que en realidad era una excusa para hablar con él. Cuento esto no para abonar a la costumbre bastante desagradable en las redes sociales o en las necrológicas, que consiste en narrar anécdotas con el famoso que acaba de morir, en las que parece que el protagonista es el que lo cuenta y no el que ha muerto. Lo que me interesa es entender si la emoción que yo sentía mientras lo entrevistaba se debía solo al hecho de estar conversando con uno de mis cineastas más admirados de todos los tiempos o si había algo más. Ahora que Bogdanovich acaba de morir, me doy cuenta de que no estaba solo frente a un enorme director de cine sino frente a los últimos resabios de la memoria de una época que cada vez parece más lejana. Hablar con Bogdanovich era también estar hablando con la historia gloriosa y antigua del cine norteamericano. A Bogdanovich le encantaba contar anécdotas de sus encuentros con cineastas y actores notables, sobre todo de las generaciones anteriores a la suya. Como gran narrador que era, lograba hacernos sentir que esas situaciones compartidas con Welles, Ford o Hawks (y tantos más) estaban sucediendo frente a nuestros ojos. Simulando espontaneidad, pero al mismo tiempo dando la sensación de algo muy ensayado y mil veces repetido, podía imitar la voz de Jimmy Stewart, reproducir un chiste maligno de Ford o emocionarnos con un recuerdo nostálgico. Yo creo que él se sentía obligado a dar cuenta al mundo de esos encuentros, como si fuera una forma de dar vida momentánea a esos muertos célebres. Por eso la muerte de Bogdanovich es especialmente triste, porque sentimos que con él se muere también parte de ese pasado, se mueren los brazos que abrazaron a esos monstruos sagrados, los ojos que los miraron de cerca, la voz que les habló, la memoria de un tiempo que ahora sí aceptamos que ya no vuelve más.

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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