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CRÍTICAS - CINE

Vivir al Límite, según Matías Orta

La dama de hierro

Por extraño que parezca, las mujeres directoras de cine siguen siendo vistas como especimenes aparte. Sobre todo si se dedican a filmar películas propias del más varonil de los hombres, como films bélicos, de acción, thrillers, pero siempre con mucho contenido a la par de las explosiones.

Tal es el caso de la talentosa Kathryn Ann Bigelow (San Carlos, California, 1951).

Bigelow es hija del capo de una empresa de pinturas y de una bibliotecaria, lo que explica su temprano interés por las artes. Asistió al San Francisco Art Institute, y al tiempo ganó una beca en el programa Whitney del museo del mismo nombre, en Nueva York, donde terminaría exponiendo algunas de sus creaciones. Pero su interés por el cine la llevó a estudiar en la Universidad de Columbia. Allí tuvo como profesores a la escritora Susan Sontag, al escultor Ricard Serra y al director Milos Forman, entre otros. A través del séptimo arte, Bigelow pretendía llegar a más gente mediante una herramienta de transformación social.

A pesar de haberse formado más en lo teórico que en la parte práctica del quehacer cinematográfico, su tesis consistió en filmar un corto: The Set-Up, de 1978. En los 17 minutos de duración se desarrolla una pelea de boxeo al tiempo que algunos filósofos miran y opinan. Allí ya están los temas que obsesionarían a la realizadora: la violencia y personajes dispuestos a ir hasta el final.

En 1982 estrenó su primer largometraje: The Lovelees, en co-dirección con Monty Montgomery, amigo y socio de David Lynch. The Loveless es una peli de motoqueros al estilo de Busco mi Destino y El Salvaje, y ambientada en los ‘50. Vance, el protagonista, es un tipo border, que coquetea con el peligro. Un detalle para nada menor: Vance está interpretado por Willem Dafoe, en el que constituye su verdadero debut cinematográfico (venía de participar en la fallida superproducción de Michael Cimino Las Puertas del Cielo, de 1981, pero sin acreditar). Vean el trailer de The Loveless aquí.

Pero el primero hit de la directora —hit pequeño, pero hit al fin— llegó en 1987. Cuando Cae la Oscuridad mostraba a un grupo de atípicos chupasangres sin colmillos ni capas: los quías se mueven en vehículos por la rutas de Estados Unidos, devorando a quien se les cruce. Como verán, tampoco hay nada de castillos ni terror gótico (nunca se pronuncia la palabra “vampiro”). De hecho, es más bien un western urbano con varios bebehemoglobina. En este inusual enfoque del vampirismo actúan leyendas vivientes como Lance Henriksen, Bill Paxton y Jenette Goldstein. Los tres venían de Alien: El Regreso, de James Cameron, quien tiene un papelito importante en la carrera y en la vida de la Bigelow (los detalles, dentro de unas líneas). Dato inútil: en Cuando… trabaja Joshua Miller, medio hermano de Jason Patric, quien participó en el otro golazo vampírico estrenado en 1987, Que No se Entere Mamá, curioso nombre que le pusieron en Argentina a The Lost Boys. Más data inútil: tanto Joshua Miller como Jason Patric son hijos de Jason Miller, el Padre Karras de El Exorcista.

Volviendo a Kathryn Bigelow, al toque dirigió el videoclip del tema “Touched By The Hand Of God”, de esa gran banda que es New Order.

Comenzaron a llegarle propuestas de películas, pero ninguna le interesaba: “Cuando empecé, los únicos guiones que me daban eran comedias tontas con adolescentes. En ese momento era lo único que le daban a una directora. Como respuesta a eso elegí un camino totalmente opuesto. Quería dejar claro que yo quería hacer algo diferente”.

Producida por Oliver Stone, en 1989 estrenó Testigo Fatal, su siguiente tour de force. Una oficial de policía (Jamie Lee Curtis) comienza a ser acechada por un psicótico (Ron Silver) que la vio cometer un asesinato en defensa propia. Su aparente sencillez esconde un thriller intenso y violento, con detalles escalofriantes, como cuando el asesino habla solo. Sí, otro personaje al límite.

Luego de tantas obras de culto, le llegó el éxito con un film en el que siguen presentes sus obsesiones: Punto Límite, de 1991. La historia de Johnny Utah (Keanu Reeves, en un papel para el que audicionaron Johnny Depp, Charlie Sheen y Matthew Broderick) infiltrándose en una banda de surfers ladrones de bancos liderada por Bodhi (Patrick Swayze) generó un fanatismo especial por esta gema, que entra en la categoría de cool debido a su estética pop-roquera y a la música acorde (attenti al cameo de Anthony Kiedis, cantante de los Red Hot Chili Peppers). Pero, por sobre todas las cosas, es una gran película de acción en la que los códigos y las relaciones están por encima de los tiros y las persecuciones. Y Bodhi se convirtió en sinónimo de audacia. Tuvo una remake no oficial (je, je), veinte años más tarde: Rápido y Furioso, sólo que en lugar de surf había picadas automovilísticas.

Punto Límite tuvo a Cameron en el rol de productor ejecutivo. De hecho, él y Kathryn estuvieron casados desde 1989 hasta el ’91, cuando se divorciaron. Fue la única vez que la directora estuvo casada. En cambio, el pícaro de James iba por el tercero de cuatro divorcios. (Se nota que Cameron es en su vida igual que en su carrera: jamás hace las cosas a medias.  “¿Noviazgo? Naaa. ¡Casémonos! Será un exitazo sin precedentes”. Bastante está durando con Suzy Amis).

Pero la relación profesional entre ambos no decayó: J. C. co-escribió con Jay Cocks —habitual colaborador de Martin Scorsese— el film noir futurista Días Extraños, film de la Bigelow estrenado en 1995. Protagonizado por Ralph Fiennes, Angela Bassett, Juliette Lewis y Tom Sizemore, mostraba un mundo al borde del Apocalipsis político y social a pocas horas de la llegada del siglo XXI. En el medio, racismo, violencia policial y el SQUID, un sistema de realidad virtual que permite vivir experiencias emocionantes y genera dependencia como cualquier droga. Días Extraños no fue un golazo, pero sigue siendo un fiel exponente de lo que Bigelow tienen en la cabeza (Eso sí: Cameron debería seguir más detrás de cámara y no tanto frente a la PC, al menos no sólo y sí acompañado por, por ejemplo, David Koepp o David Mamet). Los medios ingleses dijeron “es la película más violenta dirigida por una mujer”.

Entre 1998 y 1999 dirigió tres capítulos de la serie Homicidio. Y estoy olvidando mencionar que en 1993 dirigió capítulos de la miniserie Wild Palms, en la que también estuvo metido Oliver Stone.

Su siguiente película llegó en el 2000. El interesante y poco conocido thriller The Weight of Water es una intimista co-producción con Francia, que en un primer momento parece alejada de su obra. Sean Penn, Elizabeth Hurley, Catherine McCormack y Josh Lucas viajan a una isla para resolver un antiguo misterio. En el viaje surgirán tensiones y asuntos oscuros, que desembocarán en una tragedia. La directora también cuenta, al mismo tiempo, un episodio ocurrido años atrás en la isla, donde las cosas tampoco terminaron de la mejor manera. En este segmento “de época” se destacan Sarah Poley y Ciarán Hinds, entre otros.

Luego de este inquietante film, K. B. regresó al cine de alto presupuesto mediante la subvalorada K-19: The Widowmaker, con un elenco encabezado por Harrison Ford, Liam Neeson y Peter Sarsgaard, acerca del primer submarino nuclear ruso. Sobre su elección del proyecto, la directora dijo en una entrevista: “Siempre he desarrollado mis propias historias. Las abordo desde dos direcciones: las imágenes que quiero plasmar y la personalidad y motivaciones profundas de los personajes. Después, trato de explotar al máximo la potencialidad de las situaciones que se desarrollan. Me siento atraída por historias duras, extremadas y viscerales en las que los personajes se redefinen a través de pruebas de fuego. En K-19 encontré una propuesta exacta a lo que ambiciono al hacer una película. Y a ello se sumó el beneficio de un ingente material documental, al tratarse de hechos reales que han estado ocultos hasta el colapso de la URSS”.

La película incluye momentos de tensión abrumadores. Basta con mencionar la secuencia en la que los tripulantes deben reparar el problema que submarino, exponiéndose a un alto nivel de radiación de los que saben que no podrán zafar por lo precario de sus trajes. Basada en un hecho real, K-19 dio pérdidas millonarias, y los críticos se burlaron del acento ruso del renacido Indiana Jones, pero sigue siendo un film cien por ciento Bigelow, que con el tiempo se vuelve cada vez más querible.

Durante los años subsiguientes dirigió un capítulo de la efímera serie Karen Sisco y el corto de ocho minutos Mission Zero, un spot para Pirelli protagonizado por Uma Thurman, que podrán ver cliqueando aquí.

Lo cierto es que, más allá de los fracasos económicos (que no artísticos) de sus films, Kathryn Bigelow tiene un prestigio ganado. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante la llamó “la pintora de películas que sangran en la pantalla”. La crítica Pauline Kael afirmó que era una “autora enamorada de las posibilidades de la imagen”. También compararon su enfoque de la violencia con el de Sam Fuller, Sam Peckinpah y el mismísimo Scorsese.

Elogios muy merecidos.

Pero estaba faltando la película que terminara por ubicarla en el Monte Olimpo al que en realidad ya pertenece. La película que hiciera que el resto de los mortales por fin la tomara en serio.

Ese opus magnum ya llegó.

 

El Señor de la guerra

Vivir al Límite (el acertado título que en este país eligieron para The Hurt Locker), sintetiza las obsesiones de Bigelow. Es más: la película abre con una frase del libro War is a Force that Gives Us Meaning, del corresponsal de guerra Chris Hedges: “The rush of battle is a potent and often lethal addiction, for war is a drug” (El ímpetu de la batalla es una potente y muy a menudo letal adicción, para la Guerra es una droga).

Otra vez tenemos un personaje (el sargento William James) que disfruta de cruzar el borde. Es un tipo con las pelotas bien puestas, con pelotas del tamaño de tres continentes. Un tipo que está más allá del Bien y del Mal, según el filósofo. Un tipo que no puede vivir sin adrenalina. Un nivel de adrenalina que pasa a estar por encima de la vida de James. Como Bodhi de Punto Límite, pero elevado a la enécima potencia. Su relación con Beckham, un niño del lugar que vende DVDs piratas, permite mostrar algo de su humanidad, pero tal vez sea demasiado tarde.

“El Sargento James representa un tipo de psicología muy concreta: está atraído por la guerra, por el combate y su ajetreo, por esas situaciones límite que te ponen en decisiones de vida o muerte más de una docena de veces al día”, comentó la directora, y añadió: “Es un personaje roto por las experiencias que ha vivido pero, por otra parte, es extraordinario en su especialidad, la desactivación de bombas. Lo que nos cuenta la película es que este personaje paga un precio enorme por su habilidad para hacer lo que pocos pueden”.

Vivir al Límite es la tensión más absoluta hecha cine. Todo el tiempo parece que algo está por explotar, y no sólo bombas. Es imposible no sentirse incómodo, y no me refiero solamente a las secuencias en las que James debe adentrarse en los lugares más extraños para desactivar explosivos. Incluso las escenas aparentemente más tranquilas (charlas o bromas entre marines, los diálogos entre James y Beckham) poseen un nervio terrible, impensado. El espectador jamás podrá sentirse cómodo. Las actuaciones y las imagen logran transmitirlo a la perfección, con un estilo propio de un documental, como si la cámara se hubiera metido ahí sin pedir permiso, dispuesta a registrarlo todo, tan implacable y valerosa como James en el frente de batalla. De este logrado aspecto estuvo a cargo el director de fotografía Barry Ackroyd, habitual de Ken Loach y también de Paul Greengrass en Vuelo 93. Un auténtico esteta de la crudeza, el realismo y la inmediatez.

Algo que Bigelow buscó desde el principio: “Quería que la audiencia tuviera una mirada experiencial sobre este conflicto, que sienta que es el cuarto hombre en el Humvee que tiene las botas en el terreno para sentir una aproximación a la guerra. Tratamos de hacerlo lo más realista posible”.

No es una película bélica. Sí, hay armas y explosiones y soldados, pero esencialmente es un drama en un contexto bélico. Un drama acerca de los hombres que deben permanecer en el frente. Un drama en donde nada queda explicitado, donde nada está muy dicho. Muestra, pero no explica. Por suerte. Fueron muchas voces las que criticaron a la Bigelow por no plasmar su postura sobre la guerra de Irak, ya que la película nunca dice “La guerra es mala” o “La guerra es buena” sino “Esto es la guerra, esto es lo que pasa cuando hay guerra, y así es como influye a quienes participan en ella”. Un proceder acertado por parte de la directora. Es comparable a lo hecho en su momento por Stanley Kubrik en Nacido para Matar: nunca se expresa descaradamente una visión sobre Vietnam, pero queda implícita al mostrar cómo la guerra va deshumanizando a los soldados, convirtiéndolos en asesinos. Un enfoque valiente y arriesgado, alejado de los panfletos sobrevalorados de Oliver Stone, empezando por Pelotón y Nacido el 4 de Julio (Y eso que Stone participó en la contienda y hasta fue condecorado).

Por este mismo motivo también es posible trazar un paralelo entre Vivir al Límite y Avatar, más allá de que los directores de ambas estuvieron casados. Las dos películas hablan de la ocupación estadounidense en territorio desconocido y cómo esto afecta a los involucrados. Sin embargo, Vivir al Límite, una vez más, sale ganando porque no es burda ni recurre a fórmulas hartoconocidas ni cuenta con personajes estereotipados ni tiene una bajada de línea tan notoria. Ojo, todo más que bien con Avatar (el film más taquillero de la historia, desde hace unos días) y con Cameron, pero… Eso mismo: “Pero…”.

Ya lo dijo Bigelow en su visita a la Argentina (más precisamente, a 23ª edición del Festival de Cine de Mar del Plata, donde la película abrió el evento): “Como directora, traté de dejar que el material hablara por sí solo”.

Sí puede haber una comparación con Redacted, devastadora película de Brian De Palma, que cuenta las andanzas de soldados en Irak, pero valiéndose del recurso del falso documental. Los dos films se complementan, ya que abordan una mirada nada patriótica (pero tampoco crítica, sólo contemplativa) sobre la ocupación en Irak. Bravo por De Palma también.

Vivir al Límite significa también la consagración de Jeremy Renner. Nacido en 1971 en Modesto, California —los pagos de George Lucas—, empezó su carrera en comerciales y luego en TV y cine, donde casi siempre hacía de chico malo. Hasta supo hacer del asesino serial caníbal Jeffrey Dahmer en una película biográfica. Después de papeles secundarios en Exterminio 2 y en El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford, Renner tiene aquí su gran oportunidad de lucirse como este Sargento dispuesto a todo sin importar las consecuencias. Una actuación intensa, exacta (ni exagerada ni tímida) para un personaje tan complejo y anticonvencional, para nada fácil de interpretar… sobre todo cuando debía vestir el traje especial bajo los 125 grados en Jordania, donde se llevó a cabo el rodaje. Su preparación consistió en dos semanas de entrenamiento con los verdaderos miembros de EOD: “En primer lugar me sorprendió, por falta de una palabra mejor, lo nerds que son. Son todos muy, muy inteligentes”. Esperemos que sea el despegue definitivo de Renner en Hollywood. Se dice que podría tener el papel de Hawkeye (Ojo de Halcón) en la adaptación del comic Thor, que dirige Kenneth Branagh, y en la película de los Avengers, que reunirá a todos los superhéroes del universo Marvel. 

El elenco secundario tampoco tiene desperdicio. Las revelaciones vienen por el lado de Anthony Mackie y de Brian Geraghty como Sanborn y Eldridge, respectivamente; los cada vez más nerviosos compañeros de James (Vale recordar que Geraghty había participado en otra historia de milicos: Soldado Anónimo, de Sam Mendes). Hay pequeñas pero interesantes apariciones de Guy Pearce, Ralph Fiennes y David Morse. También anda por ahí Christian Camargo (el hermano de Dexter), y para los fanáticos de Lost, Evangeline Lilly.

La idea de tener protagonistas desconocidos y a los más famosos en roles menores fue algo pensado desde el vamos por K. B.: “He trabajado con actores famosos como Willem Dafoe o Keanu Reeves, pero siempre al inicio de sus carreras: me gustan los rostros frescos y originales. En esta película, al escoger a actores desconocidos, el espectador no sabe quién va a morir y quién no. Por el contrario, si pones a Tom Cruise, el público sabe que ninguna bomba le va a hacer daño. Pero si rompes esta norma y matas a un actor conocido, le estás diciendo al espectador que puede pasar cualquier cosa. Y eso es importante para crear una atmósfera psicológica inestable que se corresponde con la información que teníamos sobre el terreno: todo es una amenaza potencial y no estás a salvo hasta que vuelves a casa”.

Vivir al Límite fue escrita por Mark Boal, un periodista independiente que estuvo con los soldados en el frente. Sus textos, publicados en Rolling Stone y The Village Voice, dieron origen a La Conspiración, de Paul Haggis. Fue Boal quien se acercó a Bigelow (ambos se conocían de un piloto de TV para Fox) para proponerle un proyecto relacionado con el mismo tema, pero que fuera más allá: “Yo estaba muy interesado en hacer una historia sobre el escuadrón de bombas. Es evidente que los OED eran un elemento logístico del Ejército Central en 2004, pero aún así, nada se había escrito sobre ellos. Irak fue algo así como un agujero negro para la prensa, porque la gente simplemente pensaba que era demasiado peligroso. (…) Es la experiencia más abrumadora, y no sabes lo que es eso hasta que estás ahí. La amenaza omnipresente nunca deja a estos chicos”. Y agregó: “Pero no quería hacer un documental. Quería narrar la vida cotidiana de esta gente, pero también incluir algo de acción para hacer más interesante la película (o más comercial). Supongo que la primera idea era algo poco convencional para los inversores. Afortunadamente, el espectáculo de la guerra hizo que la narrativa fuera más audaz”. El resultado: un guión serio, preciso, alejado de los lugares comunes, por el que Boal obtuvo el Gucci Awards en el Festival de Venecia.

Con un presupuesto de 11 millones de dólares, Vivir al Límite se estrenó en unos pocos cines en su país natal y recaudó apenas 13 palos verdes, otra prueba de que el público todavía no está listo para largometrajes sobre un conflicto bélico tan reciente. Pero fue alabada por los críticos, y obtuvo reconocimientos en festivales y círculos especializados. Veremos si Kathryn Bigelow y gran parte de los involucrados en su obra maestra puede ser galardonada con el Oscar. Si se da, Bigelow compartiría contra su ex Cameron, como ya lo hicieron en los Globos de Oro. En ese momento ella dijo: “Somos competitivos, pero no va a provocar ningún problema”. Y él contó: “Me encantó Vivir al Límite y produje dos de sus anteriores películas, Días Extraños y Punto Límite, así que hablar de nosotros como simples ex es simplificar las cosas”. Hasta el mismísimo James se adjudica haberla convencido de hacer Vivir… Lo cierto que el Globo de Oro a Mejor Película y Director fue para el papá de Terminator, por Avatar. Pero todo puede cambiar en los Oscar.

Por lo pronto, K. B. y Mark Boal ya tienen un nuevo proyecto: Triple Frontier, acerca de las actividades criminales que se desarrollan en las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay. La producción del asunto corre por cuenta de, entre otros, Charles Roven, otrora involucrado en Batman: El Caballero de la Noche. Según Variety, sería una película de acción y aventuras. Recemos para que todo salga de la mejor manera y este nuevo dúo dinámico siga dándonos genialidades.

Ah, por si le quedaban dudas acerca de la postura política de la directora, ahí va una cita: “Soy una gran seguidora de Obama, hice todo lo que pude a mi manera para ayudar a que sea elegido. Me siento muy esperanzada de que él curará y unificará un país que está en estado de crisis en este momento”.

Y otra cita, relacionada con su cine: “No me gusta pensar en términos de películas de acción. Prefiero no conceptualizar. Pero si la historia tiene ciertos ingredientes, la capacidad que tiene el cine para trasladarte a otros lugares puede llegar a ser muy visceral. Por eso intento sumergirme en material de gran impacto y relevancia”.

Y otra más: “Mi gran meta es poder siempre subvertir los géneros, crear lo impredecible, sorprender y fascinar al espectador. Por conseguirlo, caminaría descalza sobre fuego”.

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