Ideas o narración.
Si una misma novela es adaptada ya sea para cine o televisión, año tras año, infinidad de veces, con el mismo tono, con la misma estética una y otra vez, ¿cómo se logra trascender con una nueva versión? Tratando de hacer algo nuevo, implementar nuevas ideas a viejos conceptos sin perder la esencia. Acaso ¿el secreto está en llevar una misma historia a nuestros tiempo o agregarle un elaborado paquete, para que quede más lindo, y notable? Esto no significa que en el fondo, siga siendo el mismo film que venimos viendo todos los años con otros actores.
En el caso del quinto film del británico Joe Wright, las ambiciones e ideas sobran en una visión ampulosa y pretenciosa de la clásica novela de Leon Tolstoi. Amante de los clásicos, Wright ha sorprendido con su adaptación de Orgullo y Prejuicio, y dividido aguas con Expiación. Probó dejar a Keira Knightley y los trajes de época a un lado, consiguiendo resultados más acordes a sus pretensiones con las subestimadas El Solista y Hanna.
Anna Karenina, es definitivamente su peor y más ambiciosa obra hasta el momento, dado que en su obsesión por darle otra imagen, más modernosa, y menos cinema du qualité, descuidó la narración. Enamorado del teatro ruso, Wright le pidió al dramaturgo y guionista checo, responsable del guión de Shakespeare Apasionado y la adaptación de El Imperio del Sol, Tom Stoppard, que elabore una versión de Anna Karenina, en un ritmo similar al de los contemporáneos dramaturgos rusos de Tolstoi como Anton Chejov. El resultado es bastante dispar aún cuando tiene numerosas ideas.
En primer lugar sitúa la acción en un teatro, en cada recoveco del teatro: escenario, camarines, pasillos, etc. No se trata de un cambio espacio/temporal literal, ya que los personajes no son partícipes de este artificio, sino que todo apuesta a que el público se enganche con la falsedad del proyecto. Imaginemos que lo logra. Cuando la estética y el escenario, y los objetos que gráficamente son maquetas se hacen palpables, pasamos al lado narrativo, que emula al ritmo de diálogos cortos y cortantes del teatro soviético y actuaciones, completamente excesivas, que parecen provenir del mundo de la exclamación dramático de las tablas que del plano cinematográfico.
Sin embargo, existe en todo esto, una coherencia visual y literaria que acopla a la idea general. Por lo tanto, el concepto estético / narrativo es prodigioso y muy interesante, tanto a niveles técnicos como plásticos, dado que el impresionismo está presente en cada decorado del film. Este meticulosidad de la puesta en escena, consigue que se reconozca a Wright como un hombre de gran imaginación para dar un giro a esta adaptación y recortarla de otras versiones.
El problema es que, distraído en cada detalle de época, en cada mecanismo que queda transparente a cada momento, y no aporta ningún misterio a la trama, Wright se corre del eje central de la historia. O sea, ante tanto brillo visual al estilo Moulin Rouge! coreografías que parecen salidas de un musical que no tiene canciones, tanta cáscara, el interior de esta historia, la novela original de Tolstoi no genera empatía alguna, no transmite emoción, identificación o algún tipo de sentimiento autónomo por los personajes. Y cuanto más forzosas son las interpretaciones para adecuarse a este tono teatral, menos conseguidas terminan siendo. Por juego de artificio, todo parece un decorado de cartón pintado. Sí, es admirable la fotografía, la dirección de arte, el vestuario (bien merecido el Oscar), la banda sonora hermosa de Darío Marianelli, emulando a Maurice Jarré en Doctor Zhivago, película de la cuál roba más de una escena. Pero tantas ideas, terminan distrayendo, y entre tantos conflictos, personajes, subtramas amorosas similares, nombres de personajes y sitos, el espectador termina más perdido que Anna Karenina en laberinto de ligustrina.
Cuando, estéticamente, Wright se calma un poco, y empieza a atenuar su concepción estética / narrativa para no reiterarse ni repetirse o que el espectador se empieza a acostumbrar, el ritmo, que inicialmente era bastante dinámico, comienza a depurarse, y la obra cae en diálogos densos, demasiado melodramáticos, escenas extensas y lagrimógenas. No hay nada peor que aburrir al espectador, decía Hitchcock, y cuando las ideas se agotan, Wrigth no logra sostener el relato durante la última hora diez, cayendo en un pozo del que no logra salir, ni siquiera por efecto de alguna pintura que cobra vida, al mejor estilo los Sueños de Kurosawa. Pero Wright y Stoppard no consiguen que sus sueños se transformen naturalmente en imágenes. Caen en las peores situaciones, con la cruda intención de trascender, de hacerse notar, de demostrar cuan ingeniosos son, y en cambio perpetuan lo contrario. Se ponen en una posición snob.
Keira Knghtley repitiendo el mismo rol de siempre, víctima de la sociedad y la época, no logra conseguir un momento de honesta interpretación, algo genuino que no haya hecho en otros films similares. Peor es lo de Aaron Taylor – Johnson que no consigue ser verosimil en ningún sentido, y mejor parado queda Jude Law con su contenido y más austero ministro Karenin, alejado de sus típicos estereotipos y tics. Desperdiciadas están Olivia Williams y Emily Watson en roles menores. La afición de Wright por los planos secuencia, le terminan jugando en contra, entre tanto falso decorado. Podés hacer uno lindo, donde demuestres tu virtuosismo como en Expiación, pero no intentes hacerlo constantemente. Eso es cancherear.
Es una lástima, que si no fuera por la gran cantidad de ideas e imaginación y fanatismo por incorporar a Keira Knghtley incansablemente, Wright no consiguiera que esta versión de Anna Karenina, se viera como una historia épica más natural, menos artificial. Y todo es culpa de que se olvidó mostrarnos, lo más esencial: justamente la historia. Porque demasiado amor puede matar, dice un dicho. Y en este caso, hay un desborde de escenas románticas que dejan afuera, acaso, lo más intenso y criticado de la novela: su perfil revolucionario, su mirada social, su contexto pre bolchevique. Los anarquista y el socialismo ocupan un lugar relativamente tan chico, que la esencia del mensaje y crítica aristocrática / gubernamental / religiosa, queda completamente obsoleta y tapada por un banal relato amoroso que ya vimos hasta el cansancio, porque seamos honestos, el triángulo amoroso es lo menos original de la obra de Tolstoi. Tremendo desperdicio de talento. Si Wright, hubiese exhibido, este film a Einsenstein, seguro lo mandaba a trabajos forzados a Siberia.
Por Rodolfo Weisskirch