A Sala Llena

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CRÍTICAS - CINE

Argo

(Estados Unidos, 2012)

Dirección: Ben Affleck. Guión: Chris Terrio. Elenco: Ben Affleck, Bryan Cranston, John Goodman, Philip Baker Hall, Tate Donovan, Alan Arkin, Bob Gunton. Producción: Ben Affleck, George Clooney y Grant Heslov. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 120 minutos.

Mezclando géneros.

Con Desapareció una Noche (Gone Baby Gone) y Atracción Peligrosa (The Town), Ben Affleck demostró sobradamente a los numerosos detractores de su faceta interpretativa que tiene por delante una carrera mucho más interesante como director: tiene buen ojo para elegir sus historias, buen dominio del pulso narrativo, sabe mucho de elegir un buen casting y cómo dirigirlo y lo que es más importante, va revelando poco a poco un cierto estilo autoral que le permite asumir nuevos riesgos con cada nueva proyecto que afronta. Siempre me ha parecido un tipo inteligente (y mejor actor de lo que la gente cree: basta ver sus trabajos en títulos tan dispares como Chasing Amy o Hollywoodland) y la película que ha proyectado aquí fuera de concurso, Argo, viene de nuevo a confirmarlo.

Argo es una de esas a menudo temibles historias que comienzan con el rótulo “Basado en Hechos Reales” que hace que uno sienta ganas de salir por la puerta antes aun de que empiece. Pero en este caso en concreto la cosa tiene su miga: durante la crisis de los rehenes norteamericanos en la embajada de EEUU en Irán – ya saben, aquella cosa que duró más de un año y medio y se llevó por el camino la presidencia de Jimmy Carter – hubo un hecho poco conocido hasta que Clinton desclasificó la historia: seis trabajadores de la embajada consiguieron escapar antes de que cayera en manos de los iraníes y se refugiaron varias semanas en la Embajada de Canadá… hasta que un especialista en rescates acudió a Teherán para tratar de conseguir que salieran del país islámico con identidades falsas. La gracia de la historia es que las identidades falsas eran un grupo de rodaje que buscaba localizaciones en Irán para rodar allí una exótica superproducción de Hollywood de ciencia ficción.

Si, yo pienso lo mismo que ustedes: menuda locura ¿no? Pues por extravagante que pueda sonar, esta historia sucedió de verdad y Affleck la ha llevado a la pantalla haciendo gala de un innegable crecimiento como director. Puede que no sea una película mejor que su impactante debut, pero de lo que no cabe la más mínima duda es que Argo es una obra sumamente arriesgada que planteaba una serie de problemas de los que Affleck, gracias en parte a un estupendo guión de Chris Terrio y en parte a su habilidad como director, ha sabido salir indemne. Para empezar no resulta nada fácil mezclar géneros y que la película no se desequilibre en un sentido o en otro. Argo comienza recreando con brillantez la época y los hechos conocidos (la toma de la embajada por la turba de islamistas enfadados) con generosas dosis de tensión y un buen sentido del pulso narrativo. Es cuando la película se centra en los seis refugiados y en el plan para sacarles de allí cuando entra en un giro interesante: nos habla sobre la capacidad de Hollywood para generar  esa tapadera, o sea, las mentiras y sueños que vendernos a todos. Y de la conciencia de los veteranos del negocio sobre cómo hay que hacer estas cosas. Unos inconmensurables Alan Arkin y John Goodman se adueñan entonces de la función y lo que hasta entonces era un thriller político setentero se convierte en una cínica y socarrona visión de Hollywood con multitud de impagables líneas de diálogo afiladas como una cuchilla. Affleck se mueve con soltura entre ambos géneros y cuando vuelve de nuevo a Irán, al suspense y al drama, lo hace con una naturalidad desconcertante.

Argo es una película inteligente y muy bien construida. Tiene algunos excesos en la parte final que afean el conjunto pero que uno puede soslayar como parte del juego que está proponiendo y lo cierto es que en términos generales deja un muy buen sabor de boca pese a que se eche en falta una más profunda construcción de algunos personajes. Pero no deja de seguir siendo sorprendente la habilidad del extraño señor Affleck para desconcertar a sus detractores: se le pueden poner pegas, pero éste es un tipo que sabe muy bien lo que se hace.

calificacion_4

Por David Garrido Bazán

 

Hollywood al rescate.

No éramos pocos los que dudábamos hace varios años atrás si la alicaída carrera de Ben Affleck como intérprete podría reestablecerse o si se convertiría en esos actores que tuvieron sus 15 minutos de fama, pero terminaría en la televisión protagonizando sit coms mediocres de una o dos temporadas, o lo que es peor, films clase B que terminan yendo directamente al DVD. Irónicamente, a partir de que interpretara con bastante profundidad dramática al depresivo George Reeves en el olvidable film Hollywoodland, Affleck empezó a recobrar renombre, y si bien este policial centrado en los años ’50 pasó inadvertido, fue su sorpresivo giro como sólido narrador y director cinematográfico lo que lo pondría nuevamente en el mapa de las estrellas.

Un mapa al que le decide devolver la pelota sin ninguna gentileza. Después que Atracción Peligrosa, su segunda obra, se convirtiera en otro sorpresivo éxito de crítica y público, Affleck encara esta historia real, que si bien es la menos personal, reflexiva y filosófica de las obras de su filmografía, también lo confirma como un sólido narrador, cuya versatilidad y prudencia, lo convierten en la persona indicada para encarar este proyecto. Basada en un historia real bastante insólita, Argo es un film que critica la política, el accionar y la hipocresía de los Estados Unidos en dos frentes de batalla: Irán y Hollywood. Si bien la primera es la verdadera protagonista, la segunda también recibe merecidas críticas.

Los primeros minutos del film son realmente vibrantes. Un retrato seudo documental con escenas ficcionalizadas acerca de la toma a la Embajada de Estados Unidos en Irán en 1979 y la fuga de seis trabajadores diplomáticos a la mansión del Embajador de Canadá. No solamente toda esta secuencia introductoria supone tener gran adrenalina, sino que además lo separa a Affleck de tener una típica mirada estadounidense. El director dispara contra los políticos estadounidenses que le dieron asilo al Ayatolah después de ponerlo en el gobierno iraní, y que este torturada y asesinara a gran parte de la población. En el medio, la toma de la Embajada es captada en cámara en mano en pleno movimiento, cortes abruptos y una narración más parecida a la de un noticieron. Urgente. Similar a la estética de Costa-Gavras en Estado de Sitio o Z.

A partir de que comienza el plan de rescate el film irá cayendo en ritmo, pero apuesta por la ironía y, a una cínica mirada del mundo de la fama y la realización industrial a través de un especialista en maquillaje y un director multipremiado, que ayudarán a Tony, el protagonista a rescatar a los seis rehenes de la Embajada Canadiense. Toda esta secuencia cobra gracia y vitalidad, debido a las soberbias y divertidísimas interpretaciones de John Goodman y Alan Arkin. La última hora, en la que se realiza el “gran escape” remite a un cine inteligete y netamente setentoso con referencias a los mejor de Sidney Lumet, Alan Pakula o Sidney Pollack. Ya de por sí, un personaje nombra a Network como ejemplo a seguir, lo que confirma la autoconciencia cinematográfica de Affleck. Sin embargo, para la persecución final usa todo tipo de herramientas para retrasar, interrumpir y mantener en vilo al espectador a pura tensión y suspenso con una fuerte inspiración hitchcoiana. De hecho, todo el viaje hacia el aeropuerto, remite invariablemente a La Cortina Rasgada.

En este retrato de la Estados Unidos de Jim Carter no se salva nadie, y se demuestra como la violencia y xenofobia en un país lleva a que se genere la misma violencia y xenofobia en otro país. Odio contra odio. Affleck muestra a Estados Unidos como reflejo de Irán y viceversa. En estos tiempos convulsionados, en que la historia parecería que se vuelve a repetir, Argo es un film vital, crítico y satírico pero que no baja bandera. Un film dramático, uno sutilmente político, pero en primer lugar es un thriller clásico bien narrado, que no necesita de explosiones, grandes persecuciones o disparos, o bajar bandera para mantener al espectador enganchado a la butaca. La fotografía de Rodrigo Prieto, la música de Alexander Desplat, sumado a un excelente elenco, liderado por un Ben Affleck sobrio, maduro, sutil, profundo, convierten a Argo en una propuesta interesante, efectiva. Se puede criticar que en sus últimos minutos centrados, únicamente en la misión de rescate, el film empieza a decaer y no sigue escarbando la basura de la Casa Blanca generando un sátira mucho más efectiva que ingeniosa en la narración. Affleck se limita a terminar de contar la historia y crear un epílogo simpático (justificado) y convincente. Igualmente, pienso que se trata de un film que supera la anécdota para convertirse en una obra de género, entretenida y tensionante. Mucho más no importa.

Affleck logra generar una obra que equilibra una visión cínica y contradictora del imperialismo representado por el gobierno de Carter y el poder de Hollywood como propaganda demagógica, sin dejar afuera el drama interno de personajes reales, que sufren y tienen miedo (el punto más debil), con buenas dosis de suspenso. Si bien, el tono no es tan oscuro o ambiguo (más bien esperanzador) como en Desapareció una Noche o Atracción Peligrosa, lo que no queda en duda es que el género que mejor sale parado de la visión irónica del director, es la ciencia ficción. A fin de cuentas, nada resulta tan aterrador que ver a simios dominando la Tierra.

calificacion_4

Por Rodolfo Weisskirch

 

Ups, he did it again…

Y sí, como se esperaba, como varios esperábamos, Ben Affleck lo hizo de nuevo. Hoy leía una nota de Javier Porta Fouz en la Rolling Stone en la que habla de las peores cosas que hizo BA en su bastante paupérrima carrera como actor. Mi nota iba a ir por ese lado, cómo un actor de comedia barata y melodrama pedorro –con Pearl Harbor a la cabeza de la lista de mojigangas berretas y grasulientas– puede rescatarse y resurgir de sus cenizas. Bueno, como bien decía Porta Fouz, eso es Ben Affleck, un tipo que supo ver a tiempo su irrevocable futuro encasillado en la mediocridad y lo revirtió, para convertirse así en un gran realizador de enormes historias. Y, en esta última, además, se da el lujo de ponerse a sí mismo como protagonista y héroe absoluto. Como dije en un post de Facebook casi inmediatamente después de salir del cine, ¡qué ganas de ser Ben Affeck por un rato! ¡Qué ganas de verme en la pantalla grande, dirigida por mí misma, y sentir orgullo de mí y de mi película!

Porque durante apenas más de dos horas experimentamos alegría pura, esa alegría que te hace salir de la sala con ganas de vociferar a los cuatro vientos por qué te gusta el cine. Argo es una de las razones por las que me gusta el cine. No sé si tanto el cine sino cómo me hace sentir el cine, porque durante ese rato que se hizo largo (porque la película te hace parir algunos momentos, porque sentís que nunca va a acabar, porque –por lo menos yo que fui en bolas, sin saber nada de nada de nada– no tenes idea de cómo va a terminar) la pasé muy bien y fui feliz. ¿Y qué más se le puede pedir al cine? ¿Acaso no es esa tamaña tarea?

El principio es asfixiante, de esos que quedan en la memoria para siempre, y te mete de cuajo (apoyado por un bellísimo prólogo que nos ilumina sobre los pormenores –o mayores– del asunto) en la situación, en esa embajada estadounidense en Irán que está siendo tomada por la turba enardecida. Yo no sé si esto se debe a las actuaciones más que creíbles o a los movimientos de cámara que van y vienen desde el exterior al interior y así y así sucesivamente, con la revuelta afuera y la tensión adentro, pero la película nos sumerge en ese situación de pánico y uno, como espectador, se siente incómodo e inquieto en la butaca, sin poder despegar los ojos de lo que está pasando. Y una mujer está al teléfono y le dice a su interlocutor al otro lado, con una expresión que no sabe si ir para el lado del pánico o la desazón total y absoluta: “it’s done, they are inside” (ya está, están adentro). Gran momento. Felicidad plena. Ya no queda nada por hacer. Y acá arranca toda la otra historia. Y acá aparece Ben Affleck como redentor, como El Gran Salvador.

En el medio, tenemos la subtrama de la película falsa, que va a aportar el relief a una trama inquietante, un relief que amamos porque está el inmenso John Goodman y el gran Alan Arkin, este último siempre oscilando entre lo solemne y lo hilarante, en cada gesto y en cada palabra. Y juntos serán el soporte, real y mental, de Affleck en su faraónica y épica misión de héroe. Y ambos crearán y hasta harán la presentación –con una hermosa secuencia en la que se hace la lectura del guión, trazando un paralelo con la situación que viven los rehenes– de una película falsa (pero que todos querríamos ver, claro). Y así llegará el final, ese final soberbio por la puesta en escena, por el contenido y el ritmo, un final que solo resulta plausible cuando nos acordamos de que se trata de una historia real. Hasta el último segundo, Affleck nos hace sufrir y estar, literalmente, clavados con uñas y dientes al borde de la butaca, esperando la definición. Y el corolario final será el despliegue de las imágenes y las fotografías de archivo, en un gesto que nos revela, silencioso: “esto es lo que realmente pasó, miren qué bien que lo recreé”. Clap, clap, clap.

Estamos frente a un gran relato clásico de acción y suspenso, con esa cuota de humor necesaria, ya que, según el propio Affleck, eso es lo que más le gusta ver en el cine: humor y suspenso. Y eso se ve en su corta pero fecunda filmografía: gran pulso narrativo a la hora de crear escenas de tensión absoluta, guiones sólidos con la cuota justa de comicidad y actores que pivotean entre el drama y la comedia, que entran y salen y ayudan a la construcción de ese equilibrio y ese realismo siempre presentes en las películas de Affleck. Ben Affleck es groso y lo demuestra, una vez más, en esta película que hay que ver, no por ningún mensaje político (BA deja que saquemos nuestras propias conclusiones) que se desprende ni por ninguna razón que se me ocurra en este momento mejor que ésta: sé que van a ser felices por dos horas.

calificacion_5

Por Cecilia Martinez

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