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CRÍTICAS - CINE

Cloud Atlas: La Red Invisible (Cloud Atlas)

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Cloud Atlas: La Red Invisible (Cloud Atlas, Estados Unidos, Alemania, Hong Kong, Singapur, 2012)

Dirección y Guión: Andy Wachowski, Lana Wachowski, Tom Tykwer. Producción: Andy Wachowski, Lana Wachowski, Tom Tykwer, Grant Hill, Stefan Arntd. Elenco: Tom Hanks, Halle Berry, Jim Sturgess, Jim Broadbent, Ben Wishaw, James D’Arcy, Hugo Weaving, Hugh Grant, Susan Sarandon, Doona Bae. Distribuidora: Energía Entusiasta. Duración: 172 Minutos.

Seis historias, seis clímax, seis epílogos.

Llevar a la gran pantalla una historia tan enorme como la de Cloud Atlas, la novela del autor británico David Mitchell, es uno de los proyectos más ambiciosos que ha brindado el cine en los últimos tiempos. Es por eso que se necesitaba de directores de peso para poder contrapesar tamaño riesgo: tanto Andy y Lana Wachowski (Matrix, Meteoro) como Tom Tykwer (Corre, Lola, Corre y Perfume, Historia de un Asesino) saben lo que es manejar grandes películas. Y sin embargo, la producción de este filme fue absolutamente caótica, con grandes dificultades para conseguir financiamiento, que terminó viniendo de diversas fuentes no ligadas a la industria, lo cual la llevó a convertirse en la “película independiente” más cara de la historia.

¿Por qué es tan grande Cloud Atlas: La Red Invisible? Porque cuenta seis historias entrelazadas a lo largo de cinco siglos, comenzando en el 1849 y terminando en algún futuro post apocalíptico sin año específico, pero presumiblemente 500 años después. Lo cual implica, desde el vamos, idear y crear puestas en escena tan disímiles como una ciudad de Seúl futurista, una ciudad de Cambridge previa a la Segunda Guerra, un mundo del siglo XXIII en donde se ha vuelto a vivir en pequeñas tribus y comunidades, etc.

Sin embargo, no es solo el traspaso visual lo complejo de Cloud Atlas, sino que también implica un riesgo interesante de tomar el hecho de traspasar narrativamente una novela con una historia no demasiado sencilla y que ha sido muy leída y muy premiada en los pocos años que tuvo de vida (se editó en 2004).

El principal mérito de Cloud Atlas es precisamente lograr evadir todas esas dificultades planteadas, tomar los riesgos necesarios y salir airosa de todo ello, incluso podríamos decir triunfante. Porque esta adaptación de más de dos horas y media de duración tiene un mérito esencial: a fuerza de entretenimiento y de un interesante desarrollo en paralelo de cada una de las historias, ese extenso metraje nunca se nota y el viaje espacio temporal se vuelve muy placentero. Es cierto que el mérito principal está en que Mitchell estuvo inspirado al poner en papel seis historias que son cada una muy distinta de la otra y que están contadas en un registro diferente, lo que aporta a la narración una frescura especial y no permite que el relato decaiga en ningún momento.

En las diversas historias de oprimidos y opresores que propone el libro, nos podemos encontrar con el drama de un hombre enfermo en altamar, el cuento romántico que conocemos a través de cartas de dos hombres enamorados mientras uno busca componer la pieza más hermosa de la historia, el thriller setentoso de una periodista que descubre un secreto nuclear que podría poner en peligro a la humanidad, la cómica aventura de un editor de libros que para escapar de sus deudas termina preso en un geriátrico, un cuento de ciencia ficción sobre un futuro hiperconsumista en donde clones hacen trabajos de esclavos y una aventura post apocalíptica en la selva, de tribus que buscan sobrevivir y de ritos y religiones creadas no hace tanto atrás. Cada historia tiene su interés y cada registro su correcto tratamiento, pero es también un acierto grande de los directores y guionistas el hecho de narrar todas las historias en paralelo y hacerlas crecer de manera equilibrada, sin que ninguna se le adelante a la otra. El efecto es maravilloso: las seis historias desembocan en sus respectivos clímax al mismo tiempo, con lo cual el tercer cuarto del filme es de una intensidad notable. Por momentos, esa narración escalonada, ese pasaje de historia a historia cuando aún no tenemos muy en claro de qué se trata cada una, puede resultar algo confusa para el espectador, pero es cuestión de tener paciencia, pues con el correr de los relatos las piezas irán encajando. Por supuesto, los seis clímax tienen su inevitable contrapartida: seis epílogos. Una estructura narrativa bien pensada debe generar una curva dramática que crezca hasta su punto más alto, para luego decaer en picada hasta una resolución que sirva de cierre, en donde el drama y el suspenso ya no tienen lugar. En este caso, obligatoriamente, esos seis puntos altísimos de intensidad narrativa derivan en seis desenlaces que por cortos y sintéticos que sean, terminan pareciendo eternos, porque ya no hay demasiado que nos pueda levantar el interés. Es el precio que hay que pagar.

También sucede algo similar -con dos caras de un mismo proceso narrativo- en la construcción del suspenso a lo largo del relato. Mientras que es un hallazgo interesante contar las historias de forma escalonada sin adelantar demasiado dónde está la conexión con la siguiente historia –constantemente vislumbramos datos útiles, pero siempre esperamos las piezas fundamentales que nos cierren las relaciones- y esto hace aumentar la intriga y mantener en vilo al espectador, a medida que las historias se van resolviendo, se hace claro que esa trama oculta que debíamos develar no era tal y que los enlaces entre las historias eran mucho más simples de lo que parecían. Nuevamente los mecanismos narrativos caen en su propia trampa, proponiendo mucho por un lado, pero quitando bastante también mediante el mismo proceso.

Un párrafo aparte se merece el pequeño (por lo corto) gran (por la cantidad de figuras) elenco, que protagoniza todas las historias interpretando distintos personajes en cada una. Es muy complejo analizar las actuaciones teniendo en cuenta este detalle, puesto que hay personajes que duran muy poco en pantalla, otros que se extienden mucho más, hay actores que interpretan seis personajes, otros cuatro, otros menos, otros que están tan escondidos tras su vestuario de época que son imposibles de reconocer, actores que interpretan a mujeres, actrices que interpretan a hombres, jóvenes que hacen de viejos, etc. Sin dudas, con los altibajos entendibles en una obra tan esquizofrénica, el elenco cumple un buen trabajo, siendo las más destacadas las actuaciones de Hugo Weaving, Ben Wishaw y Jim Broadbent.

Por último, cabe destacar que el aspecto visual del filme es muy interesante, especialmente en los mundos futuristas, aunque también en lo bien retratada que está cada época, cada vestuario, cada peinado, cada mundo, siendo cada uno tan dispar del otro.

Cloud Atlas: La Red Invisible es una gran película, pero más que nada por su capacidad constante de entretener y por animarse a tomar un altísimo riesgo al meterse con una novela tan compleja como la de David Mitchell.

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Por Juan Pablo Ferré

Mucho ruido y pocas nueces.

Traspasar obras literarias narrativamente complejas al cine, es una tarea arduo difícil, salvo varias excepciones, muchas veces, cuando leemos un gran libro y después lo vemos en la pantalla grande, es inevitable sentir profundas decepciones.

Esto mismo, infiero, les puede suceder a los fanáticos lectores de la super exitosa y multipremiada novela del británico David Mitchell, al ser espectadores de la adaptación al celuloide de Cloud Atlas. Es que a pesar del zarpado despliegue visual y técnico que nos brinda el filme, narrativamente es un fiasco, ostenta ser un ensayo filosófico-espiritual acerca de la condición humana, pero su relato tan vertiginoso y sobrecargado, termina siendo un mero intento de puro entretenimiento que no llega ni siquiera a lograrlo, porque la mayor parte de las casi infinitas tres horas en la que dura el metraje, aburre, confunde, abruma y causa muy poca conexión.

Es que la historia de la novela original no es nada sencilla, se trata de 6 relatos distintos, cada uno en un tiempo y espacio diferente, donde se van interconectando a partir de los conflictos centrales que acarrean, basados en la lógica del vínculo humano entre el opresor y el oprimido, y como todos estos hechos y actos tienen consecuencia en los otros de manera invisible, a pesar que medien miles de kilómetros y unos cuantos siglos de distancia.

Para realizar tan ambicioso proyecto se asociaron por un lado los hermanos Wachowski, creadores nada más y nada menos que de la revolucionaria trilogía Matrix, y el alemán Tom Tykwer, aquel de la fantástica Corre Lola, Corre y que también supo adaptar al cine, muy dignamente, el best seller Perfume: Historia de un Asesino. Si a esto le sumamos el elenco estelar que interpreta la historia: Tom Hanks, Halle Berry, Susan Sarandon, Hugh Grant, la apuesta resulta alta, y las expectativas también.

Es así como vamos y venimos en el tiempo y el espacio: viajamos al siglo IXX, en épocas de la esclavitud, gracias a un vínculo de amistad entre un negro y un blanco que resiste a tanta violencia social; pasamos por la Europa casi nazi de los años 30 y una historia de amor homosexual; llegamos a la década del 70, con un thriller político que involucra a una periodista que sabe más de lo que debería; nos ubicamos en la actualidad con un editor, bastante simpático, que termina encerrado en un geriátrico; nos trasladamos al siglo que viene a una Corea hipertecnologizada, donde los clones humanos se hacen casi a número de serie para ser utilizados como servidumbre y, finalmente nos proyectamos a un futuro, ya post apocalíptico, en el cual vemos a la humanidad regresar a su estado primitivo, viviendo en comunidades de tribus.

Para lograr el armado de este atlas, a modo de rompecabezas cartográfico, este dream team de cineastas, recurrió a maniobras bastantes originales, como la de repetir actores en las diferentes historias, lookearlos y maquillarlos para que interpreten personajes diversos de distintas edades y hasta sexo; y el pasar inmediatamente de un relato al otro, todos ellos narrados en diferentes géneros cinematográficos, cada cual con una estética y estructura ficcional singular.

El problema radica en la mayor fortaleza del film que es su montaje, es tan preciso y espectacular por momentos, que pasa de una historia a otra, de una estética a otra, con una velocidad milimétrica que le impide profundizar en conflictos propios de cada historia. Los personajes, escenarios y guiones se van intercalando uno a otro de manera precisa, a modo de collage perfecto pero que no permite apreciar cada una de las fotografías en su plenitud.

Técnicamente es impecable, los efectos visuales y sonoros son de la hostia, cada historia cuenta con un desarrollado y minucioso trabajo de vestuario, maquillaje, sonido, música, escenario y fotograma que ofrecen puro placer a los ojos y oídos. En especial el relato futurista de los clones, donde abundan secuencias de acción casi coreográficas, plagadas de bellísimos planos, gracias al sello inconfundible de los hermanitos “matrix”.

Pero con eso no alcanza, el pulso narrativo ante tan suprema puesta en escena queda casi temblando, el guión hace agua a través de demasiadas grietas: los personajes no logran causar la empatía necesaria; los conflictos centrales quedan muy difusos e intrincados; los diálogos demasiado forzados y obsesionados en el mensaje que se quiere transmitir, y las interpretaciones de los actores, en esta multipersonificaciones, no terminan de brillar, a excepción del villano de Hugo Weaving, que la rompe, y Tom Hanks, que cumple con soltura todos sus papeles. Halle Berry me sigue sin convencer como actriz, no está mal pero es prescindible, cualquier actriz de poca monta podría haber interpretado sus personajes, a no ser que la idea central era buscar una cara cual Dorian Gray, en versión femenina y morena. La gran Susan Sarandon, está absolutamente desperdiciada, una pena realmente. El resto, sin pena ni gloria.

Es decir, en esta casi esquizofrénica pluralidad de géneros, el thriller no tensiona lo suficiente, la comedia no provoca mucha risa, el drama conmueve muy poco, el romance no enamora y la ciencia ficción no nos termina de asombrar.

El mensaje profundo filosófico, tampoco abre muchos ojos. La idea del Nietzcheriana del eterno retorno y el nihilismo del Dios ha muerto, sobrevuela casi todo el tiempo por encima de ese trasfondo apocalíptico. La tiranía del poder impera, la mayoría de los personajes luchan y se cansan de ser abusados por los otros opresores y la repetición transgeneracional freudiana, se despliega en el pasado, presente y futuro de la vida individual y vincular, pero desde una mirada más metafísica que insinúa la posibilidad de almas reencarnadas. El espíritu revolucionario es más que previsible ante tanta y obvia voracidad  social y la cuota de sentimentalismo New Age se termina apoderando del relato.

Al tratarse de una obra que intenta trazar un mapa de la condición humana, superando los límites temporoespaciales, se hace demasiado pretenciosa, porque a pesar que se cuente con un excelente despliegue técnico y mucho dinero invertido en su producción, esto de poco sirve cuando la historia no está del todo bien contada.

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Por Emiliano Román

Mucho… es Poco

¿Es realmente una buena noticia decir que los hermanos Wachowski y Tom Tykwer han regresado al cine con una película con ambiciones y pretensiones, no solamente más grandes que la vida, sino que la historia de la humanidad per sé?

O sea, después de ver lo que los Wachowski terminaron haciendo con ese sobrevalorado experimento de ciencia ficción llamado Matrix o la mediocrísima adaptación de Meteoro, ¿se podría esperan una obra al menos decente de dos directores que venden espejitos de colores hace más de diez años? Admito que su ópera prima, Sin Límites, me sigue resultando interesante y V de Vendetta tenía lo suyo, aunque no haya sido dirigida por ellos. Pero se trata de obras mucho menos pretenciosas que las mencionadas previamente, por lo menos en el aspecto visual.

Por otro lado, Tom Tykwer no es un director que goza demasiado de mi simpatía. Aunque no soy ni los que defenestran ni elogian demasiado Corre, Lola, Corre ni El Perfume, confieso que me parece un director demasiado industrial, vendedor de video clips modernosos, no de películas.

Entonces si mezclamos a estos tres seres vende humo, con una historia fantasiosa que atraviesa la historia de la humanidad en pos de un discurso moralista, ecológico, discursivo, obvio, cursi con un elenco medianamente interesante, llegamos a Cloud Atlas, seguramente la película más pretenciosamente profética ególatra desde la última obra de Shyamalan.

Y si bien, todo podría suponer que el resultado final es un bodrio tan enorme como sus ambiciones, la sorpresa es que posiblemente haya sido mejor de lo esperado.

El mérito de esto cae irónicamente en Lana y Andy, directores de los segmentos 1879, 2144 y después del invierno – algo así como el prólogo de la próxima película del director de Sexto Sentido – que al menos demuestran que son sólidos narradores. Los tres episodios en cuestión, en primer lugar son los más entretenidos, tienen mayor emoción. El espíritu aventurero y el suspenso clásicos funcionan a la perfección y sin duda son los más sólidos desde la narración (si los ven en forma linean de manera individual caerían en la cuenta), desde el tratamiento visual y desde las actuaciones. Nadie puede negar que a la hora de crear mundos artificiales y diseñar escenas de persecuciones, los Wachowski tienen una imaginación insuperable. El problema es que no logran narrar con imágenes el discurso de los protagonistas. Con menos diálogo y explicaciones y confiando más en el poder de las imágenes, los tres episodios hubiesen quedado mejor, ya sea porque el de 1879 remite un poco a las aventuras exóticas de las películas de los años 40 – algo de Gunga Din, algo Moby Dick – o porque la Nueva Seúl reúne elementos de Blade Runner y El Vengador del Futuro, con el contexto de Cuando el Destino nos Alcance – Soylent Green. La cinefilia es innegable dentro de los Wachowski y acá está bien aprovechada.

Los problemas vienen principalmente con los episodios dirigidos por Tom Tykwer, que terminan siendo mucho más pretenciosos porque intentan ser más “reales” y menos fantasiosos. Desde el absurdo y farsesco relato actual que tiene a un Jim Broadbent como protagonista y funciona solamente a medias, porque el peso narrativo va cayendo hasta llegar a un final insultante, pasando por una historia de amor histórica que también se termina desinflando en los años 30 con la composición de un partitura, para terminar en un policial de espionaje en los 70 protagonizado por Halle Berry. Realmente es el peor de los seis episodios. Falta de humor, falta de suspenso, falta de emoción. Tykwer cada vez se impersonaliza más, y demuestra sus faltas de ideas para armar puestas en escena. Una pena. Ni el homenaje final a Bullit funciona.

Si bien el episodio que sucede en el 2012 goza de una cuota de humor por momentos efectiva que rompe con la solemnidad y el discurso romántico de los  otros tres episodios (en realidad, hay que agradecer el talento de Broadbent y Hugo Weaving) el cuento tiene tantos altibajos que no se puede terminar de disfrutar. Algo similar pasa con la historia de amor musical que interpreta Ben Whishaw – actual Q de James Bond, y protagonista de El Perfume – que se termina desencantando por las complejas e innecesarias vueltas de tuerca.

Es irónico, pero en medio de un espectáculo tan frío, industrial, calculado , artificial y efectista es el episodio del 2144, con la talentosa y sumisa Doona Bae, que logra despegarse del resto. No es solamente el impacto de imaginaria audiovisual que resalta, sino también el costado humano, más allá de ser el episodio clave que termina dando sentido a este puzzle de casi tres horas de duración. Quizás sea la calidez de la actriz o la metáfora a lo Wall E, pero el episodio funciona desde todo punto de vista: provoca tensión, es bello, da lugar a una mínima reflexión anti capitalista.

Pero el resultado como producto general es desparejo. Por eso, lo critica por partes. Porque es una obra tan grande que un análisis global termina siendo injusto. Porque el maquillaje está muy logrado en algunos pasajes y obscenamente exagerado en otros, porque algunos actores están muy bien – Broadbent es gran comediante y la versatilidad camaleónica de Weaving es asombrosa – otros no están a la altura de su trayectoria porque los personajes no son profundizados un poco – casos Sarandon o Grant – y otros tienen niveles grotescos con puntos en común con otros personajes que hicieron en el pasado – Sturgess, David o Hanks. Halle Berry es definitivamente la que peor sale parada del elenco.

La ambición no le termina jugando a favor de esta fábula romántica con tintes esperanzadores. El relato no se sostiene, y el juego del montaje, los efectos especiales y el “adivina quien se esconde atrás de la máscara” terminan distrayendo la atención del mensaje final, que es el más viejo de todos: el amor siempre triunfa.

Más allá del apuntado artilugio técnico bien concebido, de algunas interpretaciones aisladas interesantes y un montaje ingenioso inspirado en movimientos externos e internos de los planos y algunas conexiones narrativas en los diálogos o a través de algunos objetos que unen las historias mínimamente, Cloud Atlas es un film decididamente menor de lo que pretende ser, un ejercicio que como todo film coral, queda incompleto a pesar de su duración, una narración fallida que se ve linda. Nada más. Para los Wachowski, es un progreso, para Tykwer es un retroceso… y para el cine de Hollywood, una pérdida millonaria o un riesgo risible.

Con suerte, se llevan un Oscar bajo el brazo…

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