Donde Habita el Diablo (Emergo, Apartment 143, España, 2011)
Dirección: Carles Torrens. Guión: Rodrigo Cortés. Producción: Katherine Sarafian. Elenco: Kai Lennox, Gia Mantegna, Fiora Glascott, Rick Gonzalez. Distribución: Energía Entusiasta. Duración: 80 minutos.
Hace unos meses se estrenó una película que todo el mundo odió menos yo. Se llamaba Con el Diablo Adentro; le fue muy bien de público, pésimo de crítica, y la gente salía del cine a las puteadas. Pero a mí me cayó bastante simpática; parecía un equivalente de los rip-offs italianos de películas taquilleras estadounidenses de los ‘70 y ‘80: no tenía una sola idea original, era totalmente trash y, así y todo, lograba colar una cantidad de sustos superiores a la media. Encima, tenía un final que era una locura absoluta y que dejó a todo el mundo desconcertado (y, en muchos casos, pidiendo que les devolvieran la plata de la entrada), lo cual me recordó a la experiencia de ver, en el Festival de Mar del Plata, Um Filme Falado de Manoel de Oliveira -que también tenía un final totalmente abrupto e imprevisible y de la cual también varios salieron indignados-. La película era otro ejercicio de falso documental de terror de aquellos que aparecen de a montones cada año desde el éxito de El Proyecto Blair Witch; un subgénero del que, sí, se ha abusado mucho, pero que tuvo muy buenos exponentes como Cloverfield, Diario de los Muertos y Poder sin Límites (Chronicle) –que, de hecho, se estrenó el mismo día que Con el Diablo Adentro-.
Donde Habita el Terror (o Emergo o Apartment 143, dependiendo del país) es otro exponente más de este subgénero basado en el found footage apócrifo, y tal vez sea uno de los peores de los tantos que existen. La película -de producción española pero protagonizada por actores en su mayoría estadounidenses y hablada en inglés- transcurre casi todo el tiempo en el departamento de uno de los títulos originales, al que unos científicos acuden para eliminar un supuesto fantasma que está acechando a un padre recientemente viudo y a sus dos hijos. El problema principal es que rara vez pasa algo: la película es morosa pero no porque se está preparando para dar el gran susto sino porque no tiene absolutamente nada que contar. Y, cuando finalmente se decide a asustar, todo ocurre sin lograr crear un solo clima que haga que sus golpes de efecto causen algo mínimamente cercano al miedo. La película incluso roba bastantes elementos de La Noche del Demonio, la gran sorpresa de James Wan del año pasado, pero no tiene ni la más remota idea de qué hacer con ellos. Para colmo de males, una gran parte de los últimos 25 minutos de sus interminables 80 sirven para que los personajes expliquen cosas a cámara, como una versión extendida hasta el más tedioso de los cansancios del final de Psicosis. En suma, acá no hay nada.