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CRÍTICAS

Drácula, El Musical

 

Drácula, El Musical

Dirección General, Libro, Letras, Coreografías y Puesta de Luces: Pepe Cibrian Campoy. Dirección Musical: Angel Mahler. Escenografía: Carlos López Cifani. Producción: Angel y Liliana Mahler. Elenco: Juan Rodó, Candela Cibrián Tapia, Luna Pérez Lening, Leonel Fransezze, Adriana Rolla, Germán Barceló. Prensa: Alejandro Veroutis, Patricia Brañeiro.

19 años después…

Algunas experiencias son imborrables de la memoria. Puedo relatar que cuando tenía 3 o 4 años de edad, aun recuerdo haber visto El Maestro de Música en un cine de Necochea, y habiéndola vuelto a ver tantas veces hasta los 6 años, todavía hoy me acuerdo bastante de ella. O la costumbre ir una o dos veces por año al Luna Park a ver Holiday on Ice o El Circo de Moscú.

Pero sin dudas, el recuerdo más vívido que tengo es haber visto Drácula, El Musical hace casi 19 años, cuando terminaba su primera temporada, allá por Marzo de 1992. Era mi primer musical y quedé anonadado. Parte de mi familia la había visto previamente y comprado el casete con la banda sonora (que aún conservo y acabo de escuchar) antes de que yo vaya a verla, por lo que las canciones estaban incorporadas en mi memoria, previamente a ver a los actores sobre el escenario. Fue una experiencia inolvidable y maravillosa. Además estaba en segunda fila y podía ver a los actores ahí nomás, a la orquesta la tenía prácticamente al lado, especialmente a uno de los percusionistas que hacía vibrar sus instrumentos con un entusiasmo como no volví a ver en mucho tiempo.

Por lo tanto, me prometí a mi mismo regresar al teatro algún día para repetir la experiencia. Y así, gracias a este sitio web, conseguí mi objetivo. Admito que mis expectativas eran ambiguas. Por un lado esperaba que mi entusiasmo infantil regrese conmigo, así como la capacidad de asombrarme con facilidad. Por otro, quería enamorarme nuevamente de esas canciones, de esas voces, de esa música… y obviamente de aquella historia inmortal que Bram Stoker escribiera a fines del siglo XIX.

Sin embargo, también tenía un poco de temor a desilusionarme. ¿Qué sucedía si la obra no era la que esperaba, que mi memoria engrandecía la realidad, había convertido algo simplista en un mito, una leyenda? ¿Y el elenco? A excepción de Juan Rodó, el resto del elenco era desconocido para mí. No estaban Cecilia Milone ni Paola Krum.

Igualmente confiaba en la genialidad y creatividad de Cibrian Campoy / Mahler, a quiénes 20 años no les vinieron solos. Hubo muchos musicales de por medio. Algunos cumplieron las expectativas… otros no tanto. Pero su escuela de comedia musical es la más respetada de la Argentina, y a la que todos aspiran algún día llegar. Por lo tanto, confiaba que el espectáculo iba a ser satisfactorio.

Y realmente fue así. Pero no vi la misma obra que recordaba de 1992. Varias puestas pasaron desde la original y en el medio, Pepe hizo cambios. Algunos le juegan a favor…. Otros no tanto.

El comienzo difiere del que yo recordaba. Varias escaleras, todas juntas, iluminadas por una tenue luz verde. Humo, mucho humo, y elenco que descendía lentamente cantando: “Sí, hay un misterio”. Así era la original. Misterio, bruma, encanto. Ahora, en cambio, el elenco ya está en un escenario ávido de escenografía. Lo admito, olía a desilusión. La sensación, sin embargo cambió inmediatamente en el segundo número: “El Relato del Cochero” donde el personaje de Jonathan Harker y el cochero (excelentes trabajos de Leonel Fransezze y Emilio Yapor, muy parecidos a la original) que lo trajo a Transilvania entablan un dueto notable, en la famosa estructura de escaleras, que son el soporte de toda la escenografía.

Si hay algo que siempre destaqué de la obra, es que a pesar de tener un notable trabajo de vestuario, con la escenografía, Cibrian fue innovador. Las estructuras de hierro que son parte de la mayoría de los números de la obra, ya sean escaleras o cubos, funcionan en todos los aspectos. El elenco moviendo a los protagonistas a medida que cantan, y estos mismos moviéndose en dichas estructuras, provocan una imagen coreográfica muy bella, en donde se aprovecha muy bien la profundidad del escenario. Y esto siempre me gustó. No se necesitan grandes escenografías en todas las escenas. Hay que dejar lugar para la imaginación. Cada objeto cumple una función: un espejo sin vidrio, un ataúd, dos camas, un sillón gótico. Nada más, tan simple como eso. El casamiento de Lucy siempre fue mucho más ampuloso, y en esta versión ha mejorado mucho este aspecto. La escenografía de López Cifani parece una reproducción de la de El Fantasma de la Ópera.

A medida que avanzaba la historia me iba dando cuenta que había entre números que me había olvidado, y que le aportaban mucha más profundidad al relato. Y junto a mi acompañante, que también la había visto en 1992, llegamos a la conclusión de que era una versión más ambiciosa en lo formal, pero menos solemne y severa. Hay una cuota mayor de ironía y humor en el primer actor, que la hacen más divertido. Al mismo tiempo, Cibrian agregó una subtrama proveniente de la novela de Stoker que no estaba la primera vez: la locura y un número musical en el asilo mental de Whitby. De hecho, en este sentido, le ha dado mayor participación y profundidad psicológica al personaje de Lucy. Se entiende un poco mejor el pasado de la mejor amiga de Mina Murray, el miedo a que Lucy enloquezca relacionado con su historia familiar. Todo lo concerniente a la subtrama que involucra a Mina, Lucy y la Nani, que crió a ambas, tiene aun mayor inferencia en esta puesta. Si bien no voy a compararlas con las originales (Milone, Krum) porque son muy diferentes (tanto físicamente como timbre de voz), puedo afirmar que la elección de Candela Cibrian Tapia como Mina (sobrina del director) y de la muy joven Luna Pérez Lening (apenas 16 años) como Lucy, son otro nuevo acierto del director. Ambas poseen una voz asombrosa, tienen un despliegue elegante e imponente sobre el escenario. Se ganan a la audiencia masculina con su belleza. También Adriana Llosa como Nani, logra una destacada participación, especialmente en el número, “Madre tan solo esta vez”.

Por otro lado, habiendo vuelto a escuchar el casete esta mañana me he dado cuenta que Cibrian y Mahler han alargado y cambiado palabras de algunas canciones, lo cual le juega a favor, sin duda en la mayoría de ellas, (aún cuando a veces se habla de “tu” y otras de “vos”).

Las coreografías siguen siendo espectaculares. Habiendo visto varios musicales en los últimos años, me doy cuenta que tenemos una cosecha asombrosa de bailarines en nuestro país. La puesta en escena de Cibrian, logra transmitir temor y seducción en cada número. El clima ominoso que logra es destacable.

Sí, por ejemplo he notado algunas cosas, de la que no me había dado cuenta en la puesta original. Que la relación Mina – Drácula no está tan desarrollada como la historia de amor entre Mina y Jonathan. La ausencia del personaje de Rensfield nunca ha inferido con la trama, pero, sí en cambio me hubiese gustado que el Dr. Van Helsing sea un poco más importante en la historia. A diferencia de la original, en donde el actor era maquillado como un médico más académico y anciano, acá Pepe decidió dejar a Germán Barceló, tal como está físicamente (¿influencia de la mirada de Stephen Sommers?), pero dejarlo en un segundo plano. Pepe siempre priorizaba las historias de amor que la subtrama más fantástica. Esto ya estaba en la original, pero en su momento, no me percataba hasta que vi numerosas adaptaciones contemporáneas, que me demostraban la importancia de Van Helsing en la historia original (bueno, la versión de Coppola era del 92 también). Pero Barceló logra imponerse en voz y actuación en cada número que participa.

Fue muy satisfactorio ver que algunas canciones como la de “Los Gitanos”, “Un Domingo en Whitby” o el enfrentamiento final entre Mina y Drácula siguen siendo tan espectaculares como hace 20 años o incluso han mejorado. Son más atractivos y permiten mayor participación por parte del público.

Párrafo aparte para Juan Rodó. En 1992, este joven cantante con voz de tenor era un total desconocido. Gracias a Drácula, no solamente ha sido reconocido en todo el mundo, sino que también ha participado los más importantes musicales que se estrenaron en Buenos Aires. No solamente los de Pepe Cibrian, sino que también Los Miserables o la primera puesta de La Bella y la Bestia. Hace varios años, incluso se animó a escribir y dirigir Jack, el Destripador. Ahora, Rodó es un veterano de las tablas. Ha madurado y su despliegue físico es increíble. Ha mejorado muchísimo como actor, es más convincente (es obvio que el rol lo hace de taquito, de hecho es el único actor del elenco que ha quedado porque es irremplazable) y su imponente voz ha mejorado con los años. Retumba en cada recoveco del Teatro Astral. Es imposible imaginar otro actor en dicho rol.

La mayoría de las modificaciones realizadas, tanto narrativas como de producción, han mejorado a Drácula, acaso al musical más exitoso de la historia del teatro porteño, porque se trata de una historia universal, pero generada por nuestro Andrew Lloyd Webber. Es un orgullo tenerla siempre entre nosotros, y que logre destacarse por encima de Chicago. Son tres horas exactas (con un intervalo de por medio) que se pasan volando. Un entretenimiento puro, que no ha perdido la belleza de las primeras puestas ni tampoco la humildad. Absolutamente todo el elenco, desde los protagonistas hasta aquellos que deben encarnar varios roles son magníficos.

La capacidad de asombrarme no la voy a recuperar, pero es muy probable que esta segunda visión de Drácula, el Musical de Pepe Cibrian Campoy con música de Angel Mahler se haya convertido en otra gran experiencia, imborrable de la memoria.

Teatro: Astral – Corrientes 1639 . Cap. Fed.

Reservas: 4374 – 5707

Funciones: Miércoles, Jueves y Viernes 20:30 Hs. Viernes 15 Hs. Sábados 19 Hs y 22:30 Hs. Domingos 20 Hs. Hasta el 27 de Febrero.

Entrada: Desde $100

 

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