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CRÍTICAS - CINE

La Isla Siniestra, según Matías Orta

“Todos estamos un poco locos a veces”.

Alfred Hitchcock, Psicosis.

“Nunca sobreviviremos, a menos que / Estemos un poco / Locos”.

Seal, “Crazy”.

Semidios. Leyenda viviente. Iluminado del séptimo arte. Un director que ya no padece el mal de “tengo que ganar un Oscar”. Todo eso y más le corresponde a Martin Scorsese. Aunque, primero que todo, es un cinéfilo furioso. Conociendo su filmografía, se nota el amor por el cine de género, como las películas de gansters.

Pero nunca filmó una de terror.

Estuvo por hacer algo de ese estilo para la fenecida pero hoy legendaria American International Pictures, allá por los ’70, pero nunca se materializó. Coqueteó con el fantásticos y el horror en La Última Tentación de Cristo —la niña que representa al Diablo fue tomada de Mata, Bebé, Mata, del italiano Mario Bava—, en el capítulo “Mirror mirror”, de la serie Cuentos Asombrosos y en la excelente remake de Cabo de Miedo.

La Isla Siniestra no es exactamente un film de terror, pero sí terrorífico. Una clase magistral de cómo provocar en el espectador angustia, nerviosismo, incertidumbre, desasosiego. ¿Lo que está en la pantalla es la más impredecible de las pesadillas o sólo una nueva obra maestra del director de Taxi Driver?

La historia esté contada desde el punto de vista de Teddy Daniels. Junto con él vamos descubriendo que los directivos, pacientes y cuidadores de Ashcliffe ocultan algo, un secreto que pude ser en extremo horrible, perverso, inhumano. De a poco vamos descubriendo, también, los traumas que atormentan a Teddy, un veterano de la Segunda Guerra mundial que presenció los horrores en los campos de concentración de Dachau y que, a su regreso, perdió a su esposa a manos de un psicópata… que podría estar internado en Ashcliffe. El terrible pasado del protagonista es mostrado a través de sueños y visiones, en las que se cuelan Rachel Solando y sus tres hijos, a los que ahogó en un lago. Estos escalofriantes momentos oníricos acentúan el estado emocional de Teddy; un estado emocional que va cayendo como por uno de los acantilados de la isla. Dato curioso: uno de las terribles evocaciones incluye el asesinato de un militar nazi de alto rango. DiCaprio estuvo por interpretar al Coronel Hans Landa en Bastardos sin Gloria, pero al final lo hizo el austríaco Christophe Waltz, que ya tiene el Oscar ganado.

Volviendo a La Isla Siniestra, Scorsese da clases de cómo generar clima. Los nada lindos internos (muchos de ellos no eran actores sino pacientes en la vida real), los pasillos, el derruido cementerio, los guardias de seguridad, la tormenta, los gritos, contribuyen a que ni Teddy ni el espectador jamás puedan sentirse cómodos. Se nota la influencia de las películas de Val Lewton. Durante los años 40, este prolífico productor supo darnos obras como La Marca de la Pantera —a la que Scorsese pone a la altura de El Ciudadano, de Orson Welles— y Yo Dormí con un Zombie, ambas dirigidas por Jacques Tourner, donde se provocaba terror mediante ambientaciones calculadas y sombras misteriosas. Otras viejas joyas que de una u otra manera dicen presente:  Delirio de Pasiones, de Sam Fuller; El Embajador del Miedo, de John Frankenheimer; El Huevo de la Serpiente, de Ingmar Bergman, y policiales de los ’40 y ’50. Es más: a M. S. sólo le faltó filmar en blanco y negro. Otras citas remiten a un film más cercano en el tiempo: El Silencio de los Inocentes, sobre todo cuando Teddy se interna en el laberíntico pabellón de los pacientes más peligrosos, similar al que albergaba a Hannibal Lecter. Y no sólo eso: Ted Levine, el asesino serial Búfalo Bill en la película de Jonathan Demme, aquí encarna a uno de los guardias. Hay otro chiste parecido: el actor John Carroll Lynch (otro de los guardias) formó parte de Zodíaco. ¿Su rol? Adivinen.

La Isla Siniestra remite también a otras películas, pero nombrarlas sería arruinarles muchas vueltas de tuerca. Espero que el siguiente dato no dé ninguna pista: el tándem director-actor que casi lleva adelante el proyecto antes que Scorsese-DiCaprio iba a ser… David Fincher-Brad Pitt. Listo, ni una pista más.

M. S. no está solo, sus colaboradores fetiche siguen a su lado, dispuestos a darle forma a la locura. La tenebrosa Ashcliffe representa otro soberbio trabajo del diseñador de producción Dante Ferreti, convirtiéndola en un personaje más. El director de fotografía Robert Richardson se encarga de la pensadísima iluminación, por momentos sombría, por momentos no tanto, pero nunca tranquilizadora. El público podrá notar problemas de raccord en la edición, llamativas en el sentido equivocado; pero si tenemos en cuenta que la montajista es Thelma Schoonmaker podemos suponer que es todo parte de un plan maestro para plasmar el anormal estado anímico de Teddy.

Unas suaves pero poderosas pinceladas nos pintan un marco histórico —la década del 50— en el que surgieron la televisión, la Guerra Fría (por ende, la paranoia comunista), los avances médicos y científicos… Y los fantasmas de postguerra dando vueltas por ahí. Eso contribuye a la sensación de temor e inseguridad que impregnaba a todos los Estados Unidos.

DiCaprio vuelve a demostrar por qué es tan exitosa su unión a Scorsese. El director sabe hacer que actúe de manera más contenida e introspectiva, con momentos de explosión. Teddy es un personaje torturado, en medio de un imparable descenso a los infiernos. El prototípico personaje scorsesiano: un ser que carga con una cruz —propia y/o ajena—, un ser presa de sus demonios internos, que difícilmente pueda tener chances de redimirse. Un importante crecimiento profesional el de Leo, que años atrás solía caer en la sobreactuación.

Por enésima vez, Mark Ruffalo interpreta a un agente de la ley, pero siempre sus caracterizaciones fueron distintas entre sí, lo que habla muy bien de él. Y pensar que para el papel de Chuck originalmente fueron considerados Robert Downey Jr. y Josh Brolin. Ben Kingsley no para de demostrar que es uno de los mejores actores vivos. Aquí le pone el cuerpo al Dr. John Cawley, el jefe médico de Ashcliffe. Tanto él como el Dr. Naehring (inoxidable Max von Sydow), un enigmático psiquiatra alemán, pueden estar involucrados en asuntos tan siniestros como la isla Shutter. La inglesa Emily Mortimer la tiene difícil metiéndose en la piel de Rachel, la paciente que cree no haber matado a sus hijos y piensa que las demás personas de la institución son sus vecinos, pero su labor es contundente. Michelle Williams, como la esposa de Teddy, hace uno de sus mejores y más complejos trabajos, a pesar de que generalmente aparece en visiones. También hay participaciones más pequeñas pero importantes de la eternamente subvalorada Patricia Clarkson, Elias Koteas (igualito a Robert De Niro, más que nada en Frankenstein, debido a una cicatriz que le cruza la cara), y Jackie Earle Haley. Este ex niño actor viene de romperla como Rorschach en esa maravilla que es Watchmen: Los Vigilantes, y pronto lo veremos haciendo de Freddy Krueger en Pesadilla en la Calle Elm, nueva versión de Pesadilla en los Profundo de la Noche.

Más allá de ser un thriller de suspenso superentretenido, repleto de giros argumentales (algunos entran en la categoría de Trampas, pero están tan bien ejecutados que no molestan), La Isla Siniestra es una experiencia perturbadora, un viaje a lo más tenebroso de nosotros mismos. Una película que habla de la locura contada desde el ojo del huracán de la locura. Es inquietante saber cómo determinados hechos y personas provocan que un ser humano pierda la razón. ¿Es posible tratar una enfermedad mental? ¿Es posible escapatoria alguna? Mejor nunca tener que preguntarnos esas cosas. Mejor nunca terminar en Shutter Island.

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