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CRÍTICAS - CINE

Los Indestructibles 2, Según Matías Orta

Quienes nos criamos en la década del ’80 y ’90 solíamos ver películas en video. Ir al videoclub y pasarse un rato largo mirando los estantes (agrupados por género) era un auténtico ritual. Las de acción eran perfectas para ver con amigos. Tiros, explosiones, persecuciones, saltos desde grandes alturas, diálogos filosos, héroes a prueba de casi todo… ¿Qué más se podía pedir a tan tierna edad? El mundo tenía otro sentido de la mano de Silvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis (el trío Planet Hollywood) y tantos otros.

Fue el mismísimo Sly quien tuvo una idea brillante: reunir a los titanes de aquellas películas —y de ahora también— en una sola obra, como muchos soñamos que pasara alguna vez. Y así, en 2010, llegó Los Indestructibles. El dream team incluían a Jet Li, Jason Statham, Dolph “Ivan Drago” Lundgren, Mickey Rourke (no eran una estrella del género pero encajaba perfectamente), Terry Crews y el ex luchador Randy Couture. Stallone, Arnold y Bruce compartían una única escena, en una iglesia, con guiños y chistes para los entendidos.

Esta aventura sobre un grupo comando de veteranos que se enfrentaban a un dictador sudamericano fue un éxito y demostró que los muchachos estaban vigentes. El público tenía ganas de más, y Sly, lo mismo. Como le gusta satisfacer a sus seguidores (y sorprenderlos aún más) hoy tenemos Los Indestructibles 2.

Barney Ross (Stallone) y su grupo reciben una nueva misión: viajar a Albania, en busca de una preciada caja. Una misión en apariencia sencilla pero que se complicará espantosamente: son interceptados por Jean Vilain (Jean Claude Van Damme), que roba el botín y asesina a uno de ellos. Desde ese momento el asunto se volverá personal. En medio de un territorio hostil, Barney y los suyos no pararán hasta despedazar a todos los que osaron meterse con ellos.

Esta segunda parte es más de lo mismo pero mil veces mejor. Se pulieron detalles que sobraban en la anterior. Por ejemplo, aquí no hay –o, por lo menos, no se notan- efectos especiales por computadora; por el contrario, esta vez los tiros y explosiones son hechos de manera artesanal -lo que le da sabor a película pochoclera de antaño-. Además, la historia es mucho mejor —la venganza siempre es una premisa que funciona—, y las incorporaciones la rompen. Luego de rechazar su participación en la primera, Van Damme por fin aparece, pero en el rol del malo, cosa que no ocurría desde Retroceder Nunca, Rendirse Jamás; y vaya si sabe hacer de tipo jodido. Scott Adkins, la revelación del cine de artes marciales, interpreta a Héctor, su mano derecha. En cuanto a los Buenos, Liam Hemsworth es Bill, la sangre joven del los mercenarios, y Nan Yu encarna a Maggie -tan inteligente como habilidosa con las armas-. Pero quien se come sus escenas es Chuck Norris. El Desaparecido en Acción, el ranger de Texas, no solo barre con los malosos: con su sola presencia genera admiración, y hasta se da el gusto de burlarse de sí mismo, contando uno de los chistes sobre él que tanto circulan en Internet. Para redondear la cosa, a Booker, su personaje, lo llaman Lobo Solitario. La cereza del postre: Schwarzenegger y Bruce Willis tienen más participación y, como estábamos esperando, demuestran que uno continúa siendo un terminator y el otro, un duro de matar. La escena del trío Planet Hollywood mientras dispara contra los malos es una de las mejores de la historia del cine de acción. Y los chistes, deliciosos para los fanáticos más acérrimos.

Sly declinó no dirigir esta secuela y le dejó su lugar al británico Simon West -que algo sabe del tema, ya que dirigió Con Air: Riesgo en el AireLara Croft: Tomb Raider, entre otras-. LI2 es su mejor película, la mejor combinación de aventura con personajes inolvidables.

Los Indestructibles es solo el 10% de lo que es Los Indestructibles 2. Y se viene la tercera parte, que incluiría a Nicolas Cage y, por fin, a Steven Segal. Sin dudas, Stallone sabe tirar carne al asador, y carne cada vez más suculenta. Es un placer que estos ídolos de siempre se mantengan en buena forma y no dejen de sorprender al público, que experimenta la misma alegría que cuando los miraba en aquel glorioso formato conocido como VHS.

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