A Sala Llena

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CRÍTICAS

Macbeth

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Macbeth

Dirección: Javier Daulte. Dramaturgia: William Shakespeare (Traducción de Daniel Zamorano, versión de Javier Daulte). Diseño de Luces: Gonzalo Córdova. Escenografía: Alicia Leloutre. Vestuario: Mariana Polski. Intérpretes: Alberto Ajaka, Valentino Alonso, Mónica Antonópulos, Fabio Aste, Federico Buso, Luciano Cáceres, Julián Calviño. Prensa: TGSM.

Shakespeare industrial

La puesta de Macbeth de William Shakespeare, dirigida por Javier Daulte en el Teatro San Martín, es imponente. Con una estética industrial, anacrónica, conformada por estructuras de hierro que giran y se deslizan sobre un escenario de gran magnitud, y con un diseño de iluminación que trasmite frialdad.

El diseño de vestuario tampoco responde a una época específica y varía de personaje a personaje acentuando el mundo interno y las intenciones ocultas de cada uno de ellos, establece jerarquías. Pero a pesar del gran impacto visual, esta versión no termina de funcionar, ¿por qué? Porque tiene dos grandes problemas: sus protagonistas. Alberto Ajaka como Macbeth y Mónica Antonópulos como Lady Macbeth no logran retratar el espíritu de sus personajes, porque parecieran confundir ambición, intensidad y dramatismo con tono de voz elevado y afectado que se vuelve monocorde, siendo ininteligibles líneas enteras. El Macbeth de Ajaka tiene una forma de hablar de tipo de barrio con voz algo disfónica, que si está buscado de forma adrede no lo han sabido plasmar, no cuaja, y se vuelve más evidente en los monólogos.

La obra se inicia con una coreografía interpretada por las bailarinas y actrices Leticia Mazur, Débora Zanolli y Margarita Molfino en el papel de las brujas, que por el vestuario, maquillaje y peinados remiten al personaje de Darryl Hanna en Blade Runner (Ridley Scott), recurso que también impacta y que inteligentemente no se repite hasta el final, dándole una circularidad a la acción en escena, funcionando como prólogo y epílogo. Pero quizás ya no nos sorprenda que Shakespeare sea modernizado -hoy creería mucho más original una puesta clásica de cualquiera de sus obras- y esta búsqueda de la forma más original y distinta de representarlo hace que la gran producción detrás distraiga del drama central y la mise-en-scéne se convierte en el personaje de más peso en varios pasajes. El texto fue modificado levemente con el cambio o exclusión de algunos personajes, y cortes poco significativos, manteniéndose fiel a la historia original.

Los personajes secundarios funcionan muy bien en general, porque así como a los protagonistas les han quedado grandes los papeles que desempeñan; actores como Luciano Cáceres en el papel de Macduff o como el comediante de stand up Martín Pugliese, son los que finalmente le otorgan dinamismo y un verdadero sentido al texto. Me voy a detener en este punto para destacar especialmente el trabajo de Pugliese como el payaso de la corte, el bufón que nos entretiene en un intermedio que mereció todos los aplausos que generó, haciendo una reflexión sobre el valor de los pequeños papeles, monólogo que paradójicamente pareciera representar lo que está sucediendo en escena, con la disparidad de interpretaciones, y nos deja casi rogando que vuelva a intervenir, pero por supuesto esto no sucede y Macbeth vuelve a ser sólo una impresionante puesta en escena.

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Por Nuria Silva

En las tablas del gran Teatro San Martín, Javier Daulte brinda al público una más de las tantas adaptaciones y representaciones de la obra clásica de Shakespeare, Macbeth. Pero no para ser parte del montón sino para diferenciarse del resto y sobresalir por calidad actoral, escenográfica, logística del teatro, vestuario, coreografía, intensidad. Todos estos son elementos que logran mantener al público atento en sus dos horas y cuarto de duración.


Macbeth nos transmite en carne propia la sangre que derrama la ambición, el poder, la traición y la mentira. Tres brujas predicen el futuro de Macbeth y lo engracian con el anuncio de que será Barón de Cawdor y luego rey. A Banquo -que estaba con él- también le anuncian su futuro y le dicen que sus hijos reinarán. Macbeth comparte la profecía con su mujer quien lo incita a forzar el destino para que estas se cumplan. Así Macbeth y Lady Macbeth mancharán sus manos de sangre para lograr sus objetivos. Estas metas cumplidas van a teñir sus sueños de culpa.

Adaptar, reversionar, hacer algo nuevo de lo clásico siempre está expuesto a más riesgos que un proyecto nuevo. El público conoce la historia y en su mayoría han visto otras representaciones. El desafío es cómo lograr atrapar a un auditorio conocedor de la trama, de los personajes y que llega a la sala con altas expectativas, esperando que algo los sorprenda. He aquí el logro de Javier Daulte.

El fuerte de esta obra es la puesta en escena, donde se apostó todo, así como en el vestuario. La escenografía es impactante, monumental y la sala Martín Coronado es utilizada en todo su esplendor. El escenario se desplaza, se abre, sube, baja y esta puesta logró tomar todas estas oportunidades para conjugarlas en una propuesta estéticamente grandilocuente.

Las actuaciones no son uniformes, las hay muy buenas y no tanto. Mónica Antonópulos y Luciano Cáceres, dos actores populares provenientes de tiras diarias, (Cáceres actualmente en la tele) puede resultar un desafío, sobretodo en contraste con  un personaje principal que, a primeras luces y para el común del público, no es conocido. Lo de Antonópulos resultó y de gran manera, no era una certeza sino hasta sus últimas apariciones donde aflora el dramatismo y lo encarna a la perfección. Mónica logra ser cuando debe sensual, simpática, elegante, siempre una actriz pasional.

Sin embargo, el riesgo con Cáceres –mal que me pese- no fue atinado. Su interpretación de Macduff parece un apéndice de Pablo de Graduados lo que resulta un poco incómodo para este contexto. Alberto Ajaka encarnó a Macbeth, personaje principal y líder de un equipo de veintidós actores. Tal vez ese peso en sus hombros lo llevó a trastabillar y olvidarse el texto en numerosas ocasiones además de tener una actuación un tanto débil para el tono de la tragedia shakesperiana.

El uso del texto es fiel al original, bien clásico que contrasta con una puesta extremadamente moderna y con un vestuario contemporáneo. No termina de cerrar el modo, tal vez arbitrario, en que se conectó estos elementos que parecen tan pensados y preparados pero por separado.

Del mismo modo, no cuadra la utilización del personaje del portero, en manos de Martín Pugliese, como recurso cómico, sumamente bien logrado sin duda, pero no compatible con el tratamiento del resto de la obra. Risas y aplausos aislados dentro del dramatismo. Hubiera sido válido si se utilizara con un criterio a lo largo de toda la duración, pero de este modo parece un paréntesis sin sentido, llegado de otra obra y confundido de escenario.

Las brujas y su coreografía, así como otros momentos coreográficos, están ampliamente bien logrados. La caracterización de las brujas es moderna, sin duda, pero adecuada, oscura y anónima; su baile es preciso y cauteloso como de un animal al acecho de su presa.

Macbeth de Javier Daulte es una obra con muchas apuestas y riesgos. Algunos bien tomados y otros no. Pero sin directores que tomen riesgo, ¿qué teatro nos espera? En este caso una propuesta con un saldo positivo, construido desde las múltiples y distintas aristas que constituyen esta obra.

Teatro: San Martín –Sala Martín Coronado – Av. Corriente 1530
Funciones: Miércoles a Domingos 20.30
Entradas: Platea $80, Superpullman $60. Miércoles $40.

Por Paulina Dominguez 

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